Análisis
12/08/2002
SIN REGRESO
Manuel Felipe Sierra
El presidente Chávez se ha colocado nuevamente en lo que Mussolini llamaba “el ejercicio peligroso del poder”. Sus palabras del pasado domingo en Aló Presidente, lo ubican no solamente frente a una terrible realidad política, sino que suponen un obsceno irrespeto a la inteligencia de los venezolanos. Chávez mejor que nadie, tendría que saber que sus políticas y sus extravíos mentales han desafiado a la inmensa mayoría de los venezolanos hasta el punto de que ésta adopte una actitud de abierta y creciente confrontación frente a una propuesta históricamente caprichosa.
En dos ocasiones, el Tribunal Supremo de Justicia ha votado en sala plenaria sendas sentencias que determinan la inocencia –o en el mejor de los casos la no comisión del delito de rebelión- de cuatro altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional, que se negaron a aplicar mecanismos de represión y exterminio contra cientos de miles de venezolanos que el 11 de abril ejercieron un derecho cívico.
¿Es posible que una tercera ponencia desvirtúe dos decisiones previas que fueron producto de un examen detenido de determinada circunstancias y de la interpretación de una Constitución que el propio Chávez diseñó e hizo para regular un proceso supuestamente revolucionario, que el tiempo ha demostrado que está más vinculado a la reencarnación metafísica que a la consulta de la realidad?.
Cuando el pasado domingo, Chávez se consideró inenjuiciable no sólo la afirmación implicó un desprecio al sentido común del país – lo cual ya es consustancial a su prédica cotidiana- sino que pisó el territorio de la ilegalidad. Todo ciudadano (y en primer lugar el jefe del Estado) está obligado a someterse a las exigencias de la leyes que definen las reglas del juego democrático.
Lo que se decida hoy o mañana – con la votación del Tribunal Supremo de Justicia- no es de ninguna manera un juicio de valor sobre la justeza de la “revolución bolivariana”. Lo que tienen que decidir hoy o mañana los magistrados del TSJ (donde está en juego nada menos que su propia dignidad) es mucho más simple: sí es posible que un Presidente de la República elegido y mandatado por las reglas del juego democrático, pueda convertirse en un dictadorzuelo de opereta.
Es más que evidente, que en el caso del juicio contra los militares que habrían incurrido en el delito de “rebelión” (delito que además fue diluido de manera ex-profesa por un acto reflejo de un ex-golpista en la Constitución vigente) no existen razones ni meritos para sanciones y condenas. Pero es más, la perorata guapetona del presidente Chávez del pasado domingo, revela, y pone bajo la luz del sol una verdad: Chávez utiliza los mecanismos democráticos sólo como un pretexto, como una fachada tramposa para ocultar lo que es un designio demasiado evidente y obvio durante tres años de gobierno: el desprecio brutal por los principios democráticos mediante los cuales, y sólo mediante ellos, pudo acceder al poder.
Lo que decida el Tribunal Supremo de Justicia (sometido a las más perversas presiones e incluso al escarnio público) marcará el rumbo en este confuso e indescifrable proceso político venezolano. Si los magistrados trafican con su conciencia y si la prepotencia (que hasta ahora ha demostrado no pasar de los amagos retóricos del mandatario) logran modificar, lo que en el más elemental juicio de un lego jurídico está perfectamente claro, introduciría un elemento de impredecible irritación en una crisis militar que no tiene soluciones artificiales, porque supone simple y llanamente, el hecho de que los estamentos castrenses están condenados a un enfrentamiento cuyos resultados, desgraciadamente, resultarán nefastos para los venezolanos.
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