A
dos meses de las elecciones presidenciales resulta claro que la opción
democrática de Henrique Capriles Radonski se mueve en un escenario mucho más
favorable que en los eventos electorales anteriores. El esfuerzo realizado por la MUD en función de la
escogencia del candidato unitario logró estimular y activar no sólo al mundo
opositor sino también a factores independientes o que se mostraban indiferentes
ante la polarización política nacional. En un comienzo se pensó que la
proliferación de aspirantes podría representar el riesgo de divisiones y
deserciones en el camino hacia las primarias del 12-F. No fue así. Por el contrario,
durante varios meses los venezolanos presenciaron ofertas y planteamientos
divergentes aunque orientados en función del cambio democrático y la necesidad
de la candidatura única. En algún momento se llegó a pensar también que la concurrencia a las primarias no respondería a la necesidad
de crear una expectativa nacional, pero ocurrió todo lo contrario. La cifra de
tres millones de votantes superó incluso los más optimistas cálculos de la
dirigencia política, y es más: la victoria de Capriles Radonski con dos
millones de votos le permitió a su candidatura arrancar con una enorme fuerza
como se ha reflejado en el curso de la campaña. La escogencia de Capriles por
otra parte marcó un deslinde entre las fuerzas opositoras en el sentido de que
definió un liderazgo joven, capaz de impactar (como esta ocurriendo) a
segmentos electorales que podrían ser decisivos al final de la contienda como
el voto joven y el voto femenino.
Por
supuesto, el éxito de las primarias no es el producto de un milagro sino la
culminación de un esfuerzo unitario que con victorias y derrotas se ha venido
madurando a lo largo de los últimos diez años. Durante ese proceso siempre se mantuvo
la necesidad de la unión de todos los factores democráticos que rechazan el
proyecto neototalitario de Chávez. Desde el 2001 se hizo presente una poderosa
activación popular conducida por sectores de la sociedad civil (Fedecamaras,
CTV, Súmate, y numerosas ongs). Este
proceso marcó las jornadas del 2002, 2003 hasta llegar al referéndum
revocatorio del 2004. En todas estas acciones, más allá de que fueran
pertinentes o no, estuvo presente una sólida vocación unitaria. Incluso cuando
en las elecciones parlamentarias del 2005 se tomó el camino de la abstención
ésta fue asumida sin fisuras por los partidos políticos que habían recobrado
fuerza y pasaban a dirigir la lucha democrática. En 2006 frente al llamado a
las primarias hecho por Súmate se impuso finalmente el criterio de un acuerdo
para escoger al candidato presidencial el cual cristalizó con la candidatura de
Manuel Rosales. Nadie osó en aquel momento atentar contra la unidad. En
diciembre del 2007 fue de nuevo la unidad que venía madurando en los últimos
años ahora con la irrupción de un poderoso movimiento estudiantil la que
provocó la derrota de la Reforma
Constitucional propuesta por Chávez para blindar legalmente
su modelo.
La
tendencia unitaria se fortaleció luego con las elecciones de gobernadores y
alcaldes del 2008 y las elecciones parlamentarias del 2010 cuyo resultado
reflejó una mayoría del 52% a favor de la opción democrática.
Es
indudable que la Mesa
de la Unidad Democrática
tuvo el acierto de perfeccionar el mecanismo para la selección del candidato
presidencial y de incorporar a nuevos grupos y partidos en una estrategia que
culminó sin sobresaltos ni mayores riesgos con la selección de Capriles
Radonski. De esta manera, el candidato inició su campaña sobre la base de
una sólida experiencia y un firme
compromiso unitario, además de ser legitimada por la voluntad popular. Ello
hace que hoy la opción de Capriles desate un poderoso impacto en el electorado y
abra una clara perspectiva de victoria.
Al
mismo tiempo, el aspirante democrático se mueve en un escenario que resulta
claramente desfavorable a la opción reeleccionista de Hugo Chávez. Las razones
son muchas. El oficialismo resiente el peso de catorce años de mandato lo cual
implica un inevitable desgaste, pero además el tiempo ha demostrado que se han
aplicado políticas fallidas e incluso algunas contraproducentes para abordar
los problemas nacionales. La mayoría de ellos se han agravado hasta tornarse en
verdaderas pesadillas nacionales como el desbordamiento de la delincuencia; la
crisis del sector eléctrico; el abandono de la vialidad; la generalización del
fenómeno de la corrupción y la incapacidad para frenar la inflación y el
deterioro de las condiciones de vida de la población. No es casual que en los
últimos actos públicos Chávez haya marcado distancia de gobernadores y otros
funcionarios sobre quienes hace recaer la responsabilidad del fracaso de su
gestión.
Por
otra parte, persiste la interrogante sobre la salud del mandatario. Todo
pareciera indicar que Chávez hace esfuerzos sobrehumanos con fecha fija: el 7
de octubre, lo que representaría para él una suerte de coronación de su
proyecto político. Pero todo indica que su cuadro de salud no le permitirá
ejercer en caso de ser reelecto, en las condiciones propias de su liderazgo, lo
cual supondría reacomodos y cambios en el mundo oficialista. Todos estos
factores alimentan una tendencia sostenida que reflejan los sondeos de opinión
(oficialistas, independientes, técnicos, etc) en el sentido de que la opción
democrática gana terreno y avanza mientras la opción de Chávez permanece
estancada y en algunas de las encuestas marca un declive. Más que en los
números puntuales que según cada ocasión las encuestas adjudican a los
candidatos, lo que permanece como una constante es la tendencia ascendente de
Capriles y el curso contrario de la candidatura de Chávez. Faltan sólo dos
meses para conocer los resultados de una elección en la cual se juega además de
la Presidencia
de la República
el futuro de la democracia y del país.
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