Aquella Paraguaná
Los
vientos alisios se baten sobre los cujíes y despejan la lejanía. En 1527 el
adelantado Juan de Ampíes y el cacique Manaure se encuentran en Todariquiva
confluencia de chozas dispersas, estremecidas por la furia de la brisa. El
poblado que entonces nacía debería llamarse Coro porque en el dialecto de los caquetíos
la palabra significaba, “lugar de los vientos”. Con el tiempo brotarían casas
de bahareque en un desierto castigado por el zumbido de las olas. Seguramente,
por ello el paraguanero fue siempre un hombre recio, áspero y en lucha contra
una geografía hostil. Arturo Uslar Pietri solía contar un episodio transmitido
por generaciones. Unos marinos naufragaron en las costas de la Península y uno de ellos
logró alcanzar un pedazo de tierra. Inició una marcha que le parecía
interminable con una vastedad marrón como único horizonte. Casi sin aliento
llegó a una casa, tocó la puerta y lo recibió un anciano que al verlo a punto
de desfallecer le ofreció un poco de agua. Ya repuesto el sobreviviente le
preguntó asombrado: ¿Qué se cultiva en estas tierras? Ajustándose el sombrero
el vecino contestó: “hombres, hombres…”.
Es conocido también que Juan Vicente Gómez para sus travesías guerreras prefería
a los soldados paraguaneros “porque ellos saben aguantar la sed”.
Todo
habría de cambiar en 1946 cuando en la casa Villa Zurca en la parte occidental
de la Península
comenzaron los trabajos de la refinería Amuay, de la Creole Petroleum Corporation. En
el otro extremo, en Punta Cardón la
Shell de Venezuela levantaba otra refinería. La Junta Revolucionaria
de Gobierno de Rómulo Betancourt, en cumplimiento de una vieja promesa impuso a
las compañías petroleras la obligación de refinar el crudo en territorio venezolano.
En los años veinte al comienzo de la explotación en el Lago de Maracaibo y las
zonas cercanas, el petróleo era refinado en Aruba y Curacao, porque además de
razones comerciales para las empresas Juan Vicente Gómez temía a la
concentración de trabajadores (ya eran 10 mil en esa época) que pudieran
contaminarse con la ideas comunistas. En 1950 el petróleo zuliano comenzó a ser
procesado en Paraguaná en las dos refinerías, una zona estratégica para la
exportación hacia los mercados de consumo y lo que además habría de reportar
mayores ingresos al fisco nacional. Si el señuelo de la exploración petrolera
había desplazado años antes gruesos contingentes hacía las tierras zulianas, el
nuevo éxodo hacia Paraguaná aseguraba la posibilidad del empleo con remuneraciones
mayores que las que ofrecía la agricultura y el comercio.
A
los pocos meses, Carirubana, Punta
Cardón, Las Piedras y Los Taques confluían en el nacimiento de una ciudad
aluvial, vibrante y caótica que daría rápidamente un salto al progreso. Alí
Brett Martínez, escritor y trabajador petrolero él, cuenta en “Aquella
Paraguaná” la epopeya del petróleo y el desierto. Las caravanas de hombres
venidos de todo el país que se atascaban en los médanos; la plaza El Obrero marcando
el rumbo de la nueva ciudad; las calles Colombia y Bolívar como precarios
bazares turcos; el Cine Valles con la apoteosis del trío Los Panchos; la
moderna emisora Ondas del Caribe, las agencias de automóviles y un intenso
tráfico aéreo y marítimo desde Las Piedras y el puerto de Carirubana anunciaban
tiempos de prosperidad. Sesenta y seis años después Punto Fijo es una de las
regiones venezolanas con mayor crecimiento y empuje, pese a las complicaciones
económicas actuales.
A
la 1:00 de la madrugada del sábado 25 de agosto todo habría de cambiar de
nuevo. La refinería de Amuay (que junto con la de Cardón forman el complejo
refinador más importante del mundo) estalló envuelta en llamas. En segundos, un
escape de gas impulsado por el viento habría de convertirse en una onda imparable
que arrasó con el Destacamento 44 de la Guardia Nacional ,
barrios, comercios y viviendas hasta convertirse en una verdadera tragedia. A cinco
días del accidente todavía no pueden predecirse los daños. Para la AFP “La explosión del sábado
en la refinería de Amuay ha dejado más de 40 muertos (a la fecha la cifra es
superior) es la más grande en el mundo en los últimos 25 años y supera accidentes
similares ocurridos en Kuwait, India, España, China, Estados Unidos, México;
Gran Bretaña y el ocurrido en la misma refinaría el 21 de marzo del 2006 cuando
murieron dos obreros en operaciones de mantenimiento.
Hugo
Chávez visitó la zona para rendir homenaje y otorgar el post-mortem a los
efectivos de la Guardia Nacional
que perecieron en el incendio; el líder opositor Henrique Capriles Radonski
solicitó la investigación y llamó a la calma y a recobrar la serenidad
colectiva. Se declararon tres días de duelo en el país; la campaña electoral
fue suspendida y mandatarios de numerosos países han expresado su condolencia,
solidaridad y la disposición a prestar ayuda material. Pero si los daños
físicos son cuantiosos y tendrán un impacto severo para la industria, las
implicaciones humanas y emocionales son igualmente incalculable y sus estragos
más difíciles aún de superar. Todavía no se ha restablecido plenamente la
calma, no se precisa el número de víctimas y persiste el riesgo de nuevas
explosiones.
De
allí que los testimonios de los testigos y afectados sean demasiado
conmovedores. Robert Sánchez y su familia viven frente a la refinería y él
dice: “la neblina de gas no nos dejaba
ver y no sabíamos que hacer”; Elio López que habita en el sector “Alí
Primera” exclama: “no queremos vivir de
nuevo ese estruendo y ese olor a gas que nos despertó el sábado”; la
presidenta de Fedecamaras-Falcón Xiomara Castro comprueba que “todo quedó como si hubiese habido una
guerra” y el psiquiatra Solano Calles rector de la Universidad de Falcón
dice “que es el momento de convocar la
moral de los falconianos ante una tragedia de estas dimensiones”. Rafael
Goitía tiene más de 80 años y podría contar la historia de Punto Fijo y la
refinería de Amuay. Ahora contempla un
cuadro de desolación, humo y tristeza. Atento y sereno, con el rostro surcado
por las huellas de las sequías, resignado comenta: “pero el viento se lo lleva todo”.
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