4-F: GOLPE DENTRO DEL
GOLPE
Hugo Chávez nunca
pensó llegar al poder. En la
Sabaneta de Barinas de los años setenta vivía el influjo de
las ideas iluministas del Ché Guevara y de los revolucionarios emblemáticos de
aquella época. José Ruiz Guevara (un viejo dirigente comunista y cronista de la
ciudad de Barinas) y Pedro León Tapia (historiador y médico) fungieron como sus
maestros para descifrar los laberintos de la historia. Rafael Simón Jiménez ex
primer vicepresidente de la AN-
fue pieza decisiva en su formación ideológica, Chávez se fue inspirando en las
hazañas de su bisabuelo Pedro Pérez Delgado “Maisanta”, quién había luchado al
lado del Mocho Hernández y que años después fue prisionero en el Castillo
Libertador a raíz de un incidente familiar en Barquisimeto, y luego
reivindicado en una conocida elegía por Andrés Eloy Blanco.
Pero la decisión de
Chávez de incursionar seriamente en la política, como un oficial capaz de tejer
una red conspirativa en el seno del ejército, tiene tres responsables: su
hermano Adán, Douglas Bravo (cuya sonrisa bondadosa y siempre con la mano
tendida suele vender las más originales teorías) y Pablo Medina, (venido de las
guerrillas de Lara y Monagas). Los tres coincidían en que ante el fracaso de la
lucha armada y la lenta dispersión de la izquierda era necesario penetrar la
estructura militar sobre la
base de un proyecto de transformación social. La tesis tenía antecedentes en
las insurrecciones de Carúpano y Puerto Cabello de 1962, que demostraron que las
fuerzas armadas venezolanas, a diferencia de las mineralizadas estructuras
castrenses de otros países de América Latina, eran susceptibles de sumarse al
torrente revolucionario.
Chávez ingresó a la Escuela Militar y
asumió con excesivo rigor la disciplina de los cuarteles, fue alejándose de sus
mentores y por algún momento se llegó a pensar que había sido un nuevo intento
fallido por perforar desde la acera de la izquierda más radical la corteza
militar. Se cuenta que un día, deprimido, llegó a la casa de Ruiz Guevara para
anunciarle su decisión de abandonar la institución. El viejo maestro lo
convenció apelando a los latiguillos del leninismo que la lucha era larga, pero
que la lucha “era el único camino”.
Fue estableciendo relaciones con
oficiales de su generación, en su mayoría provincianos, que compartían muchos
puntos de vista sobre la necesidad de decapitar la alta jerarquía militar y
establecer mayores vínculos entre los cuarteles y la calle. Fueron los tiempos
de la amistad con Francisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández, Joel
Acosta Chirinos, Isaías Baduel y José Ortiz Contreras, entre otros, quienes no
compartían en su totalidad el pensamiento y la misión de Chávez, pero
decidieron darle fisonomía a un grupo capaz de actuar de manera orgánica y
uniforme en las guarniciones. Había entonces, la necesidad de una “ideología”
para construir una referencia aparentemente teórica que permitiera la unión de
la oficialidad descontenta. Seguramente de allí nace la teoría bolivariana y
sus derivaciones.
El 21 de diciembre
de 1981, ninguno de los juramentados en el Samán de Güere, Maracay veía en el
horizonte cercano la toma del poder. Era una ceremonia iniciática, un rito
propio de la montaña de Sorte y en ningún caso una proclama a la usanza del siglo
XIX que auguraba el estallido de una revolución. El tiempo fue pasando y el
grupo vió fortalecida su influencia en las jerarquías medias de las fuerzas
armadas. Las circunstancias históricas fueron suministrándole oxígeno a una
propuesta concebida originalmente para remover las estructuras militares. A
partir de allí -y de manera difusa- sólo Chávez intuyó la posibilidad de que el
movimiento se transfomara en una relativa opción de poder. La acción
persistente del Grupo de los Notables, las secuelas del “Caracazo” (27 de
febrero de 1989) que si bien no fue una rebelión social, dió señales del
malestar existente en los sectores populares, y los inocultables
enfrentamientos en las máximas instancias militares, facilitaban una
redefinición del movimiento capaz de convertirlo en una pieza importante en un
eventual cambio de gobierno.
La acción de los
bolivarianos, mejor conocidos como los “comecates”, estaba perfectamente
detectada por los organismos de inteligencia. Es célebre el altercado entre el
Comandante del Ejército General Carlos Peñaloza y el propio Chávez, cuando el
primero lo citó para darle cuenta detallada de las actividades conspirativas
del grupo. ¿Por qué no actuaron los organismos de seguridad con mediana
eficacia en aquel momento? ¿El alto mando militar acaso quería valerse de la
actividad de los jóvenes comandantes para dirimir con ellos diferencias que ya
eran insalvables?
El 4 de febrero de
1992 tiene algo de misterioso. Nadie advirtió a tiempo la masiva movilización
de soldados desde Maracay hasta La
Carlota y el Parque del Este. El ministro de la Defensa Fernando
Ochoa Antich viajó ese día a Maracaibo y siendo un militar de una vasta
experiencia no pudo percibir el menor signo de anormalidad. En los días
previos, en los restaurantes de la avenida Las Delicias de Maracay, el anuncio
del golpe se servía con la impunidad de un whisky con soda. Incluso, después de
diez años, habría que replantearse la conducta del propio Chávez. La versión
más común, es que el jefe padeció de una curiosa inhibición testicular que le
impidió ocupar –estando a pocos metros- el Palacio de Miraflores. Pero no es
exactamente así. El movimiento golpista si actuó frente al Palacio de Gobierno,
siendo repelido entre otros –a un costo de sangre- por el general Rommel Fuenmayor,
cuñado de Arias Cárdenas
Como sostienen
algunos, el movimiento de los comandantes habría centrado su objetivo en
controlar el Ejército como una primera fase y no la totalidad del gobierno en
la cual todavía no creía el muchacho de Sabaneta de Barinas. ¿La Junta de Gobierno que estaba
diseñada para asumir el poder habría traicionado la operación final? ¿El alto
mando militar que tuvo durante la madrugada del 4 de febrero una dudosa y
permisiva actitud frente a los golpistas, hasta el punto de mostrar a Chávez en
plan de héroe en televisión, apostaba a asumir en una primera etapa las tareas
del nuevo gobierno? El hecho cierto, es que por razones que todo el país
conoce, Chávez accedió hace catorce años al gobierno para impulsar su
revolución bolivariana y convertirla luego de la mano de los hermanos Castro en una versión del “socialismo del siglo XXI” ¿Qué pasó con los mentores?
Temprano se distanció de Ruiz Guevara y Pedro León Tapia; Douglas Bravo fue
colocado en una “lista negra”; Pablo
Medina jura “trabajar noche y día para sacarlo de Miraflores”; sus compañeros
del Samán de Güere llegaron a solicitar la revocatoria de su mandato y
Luis Miquilena, el medio-campista que le armó los juegos en la campaña
electoral de 1998 se retiró a los cuarteles de invierno. Los factores
institucionales de la FAN
que le garantizaron la entrega del poder frente a numerosas presiones fueron sustituidos
por una legión de guerreros adiestrados por el ejército cubano. ¿Cómo se
explica todo ello? Sólo entendiendo que para Chávez una vez conquistado el
poder éste se transformó en la única razón de su vida, aunque para ello sometiera al
país a un situación que jamás pudo imaginarse en su sueño de cadete en la Escuela Militar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario