¿LLEGÓ LA HORA ?
El
tema no puede obviarse por razones puramente jurídicas ni conceptuales. Si hace
unos meses la palabra Constituyente como fórmula para abordar la crisis
resultaba complicada, remota o la reinvención de juristas trasnochados, ahora
tiende a imponerse como una realidad
insalvable. La desaparición física de Hugo Chávez ha creado un vacío tanto para
sus partidarios como para sus
adversarios dado que por razones de sobra conocidas, él ejercía una suerte de
“liderazgo tutelar” sobre el país. Ello de por sí fue un factor decisivo en la
debacle de la votación chavista del 14 de abril que favoreció a Capriles
Radonski. Su equipo sucesor encabezado por Nicolás Maduro, es evidente que aún
no está en condiciones (y hay fundadas sospechas que pueda estarlo en el futuro)
para conducir un proceso de suyo complejo, pero que habrá de agravarse en el
futuro ante severas circunstancias económicas y políticas.
La
oposición, por otra parte, logró una importantísima victoria política y electoral,
tanto que estableció un “empate técnico” con una fuerza que según los
resultados del mismo CNE suponía hasta entonces una clara mayoría. Ello también
introduce un nuevo elemento. Si bien el resultado en votos no es necesariamente
proporcional a la fortaleza social de un movimiento político, en este caso se
trata de un inmenso empujón de naturaleza emocional que permite sostener que
ahora, la oposición “si es mayoría”. El hecho de que la diferencia en votos sea
demasiado estrecha y que haya sido objeto de impugnaciones y cuestionamientos
consistentes ante el órgano electoral y el TSJ añade otro factor de
complicación que nunca antes estuvo en juego. En la misma dirección se inscribe
la gestión internacional que han venido realizando representantes opositores en
varios países y que han colocado dudas sobre la legitimidad de Maduro en el
seno de varios gobiernos, incluso el de Estados Unidos.
Si
bien es cierto que tales gestiones seguramente no culminarán en cambio alguno
de los resultados electorales, han modificado negativamente la matriz de
opinión con relación a la pulcritud de los procesos electorales venezolanos. Anteriormente
se cuestionaban ejecutorias del régimen de Chávez que suponían
desnaturalización de su legitimidad de origen por la vía del desempeño, como la
falta de separación de poderes, la restricción a la libertad de expresión, las
persecuciones políticas etc, pero permanecía sin embargo incólume la pureza del
origen del gobierno y la legitimidad del voto popular. De ahora en adelante, seguramente
en la percepción internacional el modelo venezolano ya no sólo se distancia de
los valores propios del ejercicio democrático, sino que también es cuestionado en
su propio nacimiento.
Todas
estas circunstancias hacen que ante el futuro
se dibuje un escenario de conflictividad y de tensiones políticas. Las
instituciones que habrán de decidir en el caso de los reclamos opositores (CNE,
TSJ, AN, etc) siguen siendo instancias secuestradas, y ahora con mayor fuerza
por el poder central. De tal manera, que es utópico esperar decisiones que
pudieran ser favorables a los señalamientos de los sectores críticos. Todo ello
hace presumir en cambio que se vivirán unos meses en los cuales se acentuarán
las diferencias políticas con el agravante que la vía electoral, que se había
despejado después de la abstención masiva del 2005, ahora luce bloqueada y con
un árbitro demolido en su prestigio y credibilidad. Tampoco existen factores
con suficiente autoridad mediadora para alcanzar acuerdos de relativa
convivencia por lo que no es descartable que cobre fuerza la tendencia de la
violencia, de una ingobernabilidad creciente y de crisis recurrentes,
aderezadas por la envergadura del problema económico que pueden estimular
salidas de otra naturaleza. El único camino que existe para evitar los costos
de un conflicto eventualmente sangriento y restablecer la paz mediante la
expresión del voto popular es la consulta a los electores, la cual permita
reconstruir institucionalmente (y no mediante un simple cambio de gobierno que
sería obviamente inestable) una ruta de progreso y de sana reconciliación
nacional.
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