lunes, 13 de mayo de 2013


¿LLEGÓ LA HORA?


El tema no puede obviarse por razones puramente jurídicas ni conceptuales. Si hace unos meses la palabra Constituyente como fórmula para abordar la crisis resultaba complicada, remota o la reinvención de juristas trasnochados, ahora tiende a imponerse  como una realidad insalvable. La desaparición física de Hugo Chávez ha creado un vacío tanto para sus partidarios  como para sus adversarios dado que por razones de sobra conocidas, él ejercía una suerte de “liderazgo tutelar” sobre el país. Ello de por sí fue un factor decisivo en la debacle de la votación chavista del 14 de abril que favoreció a Capriles Radonski. Su equipo sucesor encabezado por Nicolás Maduro, es evidente que aún no está en condiciones (y hay fundadas sospechas que pueda estarlo en el futuro) para conducir un proceso de suyo complejo, pero que habrá de agravarse en el futuro ante severas circunstancias económicas y políticas.

La oposición, por otra parte, logró una importantísima victoria política y electoral, tanto que estableció un “empate técnico” con una fuerza que según los resultados del mismo CNE suponía hasta entonces una clara mayoría. Ello también introduce un nuevo elemento. Si bien el resultado en votos no es necesariamente proporcional a la fortaleza social de un movimiento político, en este caso se trata de un inmenso empujón de naturaleza emocional que permite sostener que ahora, la oposición “si es mayoría”. El hecho de que la diferencia en votos sea demasiado estrecha y que haya sido objeto de impugnaciones y cuestionamientos consistentes ante el órgano electoral y el TSJ añade otro factor de complicación que nunca antes estuvo en juego. En la misma dirección se inscribe la gestión internacional que han venido realizando representantes opositores en varios países y que han colocado dudas sobre la legitimidad de Maduro en el seno de varios gobiernos, incluso el de Estados Unidos.

Si bien es cierto que tales gestiones seguramente no culminarán en cambio alguno de los resultados electorales, han modificado negativamente la matriz de opinión con relación a la pulcritud de los procesos electorales venezolanos. Anteriormente se cuestionaban ejecutorias del régimen de Chávez que suponían desnaturalización de su legitimidad de origen por la vía del desempeño, como la falta de separación de poderes, la restricción a la libertad de expresión, las persecuciones políticas etc, pero permanecía sin embargo incólume la pureza del origen del gobierno y la legitimidad del voto popular. De ahora en adelante, seguramente en la percepción internacional el modelo venezolano ya no sólo se distancia de los valores propios del ejercicio democrático, sino que también es cuestionado en su propio nacimiento.

Todas estas circunstancias  hacen que ante el futuro se dibuje un escenario de conflictividad y de tensiones políticas. Las instituciones que habrán de decidir en el caso de los reclamos opositores (CNE, TSJ, AN, etc) siguen siendo instancias secuestradas, y ahora con mayor fuerza por el poder central. De tal manera, que es utópico esperar decisiones que pudieran ser favorables a los señalamientos de los sectores críticos. Todo ello hace presumir en cambio que se vivirán unos meses en los cuales se acentuarán las diferencias políticas con el agravante que la vía electoral, que se había despejado después de la abstención masiva del 2005, ahora luce bloqueada y con un árbitro demolido en su prestigio y credibilidad. Tampoco existen factores con suficiente autoridad mediadora para alcanzar acuerdos de relativa convivencia por lo que no es descartable que cobre fuerza la tendencia de la violencia, de una ingobernabilidad creciente y de crisis recurrentes, aderezadas por la envergadura del problema económico que pueden estimular salidas de otra naturaleza. El único camino que existe para evitar los costos de un conflicto eventualmente sangriento y restablecer la paz mediante la expresión del voto popular es la consulta a los electores, la cual permita reconstruir institucionalmente (y no mediante un simple cambio de gobierno que sería obviamente inestable) una ruta de progreso y de sana reconciliación nacional.


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