lunes, 24 de noviembre de 2014

Fábula Cotidiana

La caída de Gallegos

Las cartas estaban echadas sobre la mesa. El 19 de noviembre de 1948 el alto mando se reunió con el presidente Rómulo Gallegos para enfrentar una crisis militar que había contaminado todos los niveles de la institución. En la calle, después de tres años de confrontaciones y pugnacidad política, existía la impresión de que era inevitable la caída del gobierno. En el patio del Cuartel Ambrosio Plaza, Gallegos oyó las peticiones de los jefes militares en la voz del ministro de la Defensa teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud: “expulsión de Rómulo Betancourt; prohibición de regresar al país del comandante Mario Vargas; remoción del comandante Gámez Arellano jefe militar de Maracay; cambio de los edecanes del presidente y total desvinculación del gobierno con el partido Acción Democrática”. 

Gallegos habló en tono firme y ratificó su decisión de no aceptar presiones. Antes de marcharse dijo: “les dejo para que tomen una determinación conforme con mis respuestas. Mi suerte personal está echada y la de la República queda en manos de ustedes”.

Era una gestión inútil. Desde meses atrás se extendía una vasta conspiración en las guarniciones y en la opinión pública creció la certeza de que el derrumbe de Gallegos podría producirse en cualquier momento. Delgado y Pérez Jiménez visitaron los cuarteles para informar sobre la reunión con resultados contraproducentes: la oficialidad una vez informada pensó que era el inicio de represalias y detenciones contra ellos y que podrían activarse en cualquier momento las “milicias adecas”, sobre las cuales venía advirtiendo la prensa opositora. El comandante Mario Vargas (recluido en un sanatorio antituberculoso en Nueva York), regresó de urgencia para propiciar un arreglo pero contrariamente, ello impulsó a los golpistas a precipitar el pronunciamiento. José Giaccopini Zárraga (uno de los artífices del 18 de octubre de 1945), llegó a Caracas desde Amazonas donde se desempeñaba como gobernador, para reunirse con Gallegos y la jerarquía militar. Las respuestas que obtuvo después de reuniones con los militares y el propio Betancourt fueron llevadas al mandatario, quien las rechazó de plano.

Días antes, Gallegos le había confesado a Rafael Caldera en una conversación privada: “el hombre de presa nos acecha”. Betancourt, en la IX Conferencia Interamericana que dio nacimiento a la OEA en Bogotá, tuvo información de los manejos conspirativos del embajador de Perón en Caracas, Juan Pedro Vignale y de las conversaciones de un diplomático peruano con el grupo sedicioso. Desde el diario comunista “Tribuna Popular”, Gustavo Machado alertaba sobre un inminente “golpe frío”. El diario copeyano “El Gráfico” consideraba inevitable la fractura y los editoriales de Germán Borregales con el seudónimo de “Mr. X”, exaltaban la acción castrense.

El 24 de noviembre, desde muy temprano, Gallegos esperó en la quinta “Marisela” en Altamira el desenlace de la situación. Después de la reunión del alto mando el 19, no había vuelto a su despacho. Una misión encargada a Carlos Andrés Pérez, para formar un gobierno de resistencia en Maracay presidido por Valmore Rodríguez y con el apoyo del comandante José Manuel Gámez Arellano, tampoco avivaba esperanzas.

A las 12 del mediodía los insurrectos llegaron a Miraflores. Minutos antes habían ido al Palacio Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevali. Después de reunirse con el secretario de la presidencia, Raúl Nass, convinieron en que todo estaba perdido. A los pocos años les tocaría a ambos dirigir la lucha contra la dictadura. Ruiz Pineda murió asesinado en 1952 y un año después Carnevali falleció de un cáncer, preso en la Penitenciaría de San Juan de los Morros. Ya desde la mañana el mayor Tomás Mendoza encabezaba una sublevación en La Guaira y “La Voz Dominicana”, la emisora de “Chapita” Trujillo en Santo Domingo, anunciaba el derrocamiento del gobierno. Minutos después Enrique Vera Fortique a través de la “Radio Nacional” dio la noticia: “en este momento se está consumando un golpe de estado contra el gobierno de Rómulo Gallegos”.

Era un desenlace inevitable producto de varios factores: se imponía el proyecto militarista dirigido por Pérez Jiménez y en marcha desde el 45; Gallegos, con una inconmovible visión principista, se negó a negociaciones y concesiones pragmáticas; Acción Democrática había ejercido el poder durante tres años de manera sectaria y los partidos de oposición terminaron estimulando la acción golpista. El 24 de noviembre de 1948 fue un golpe de estado silencioso e incruento. Al día siguiente se anunció la Junta Militar de Gobierno integrada por los comandantes Carlos Delgado Chalbaud (como presidente), Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. El único gesto de rebeldía en defensa del gobierno, salvo manifestaciones aisladas en Caracas, fue el izamiento de una bandera negra en las puertas de la vieja casona de la Universidad Central.

Una de las interpretaciones más certeras del hecho es, sin duda, la que ofrece la historiadora Felícitas López Portillo: “la democracia no estaba en pañales sino en gestación”. Faltaban diez años todavía para que ocurriera el alumbramiento, el 23 de enero de 1958.

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