lunes, 11 de julio de 2016

ANÁLISIS



DIÁLOGO: VENEZUELA EN LA AGENDA PAPAL

La facultad mediadora de la Iglesia Católica se remite a la propia creación de la figura de los obispos, como encargados de conciliar y moderar los problemas de grupos y sectas de los primeros cristianos a la muerte de Jesús. Una mediación que con el tiempo se ha trasladado a otras aéreas y espacios religiosos, culturales, raciales y especialmente ante la posibilidad, e incluso durante el desarrollo de conflictos bélicos en los últimos siglos. De allí, la enorme auctoritas del Pontífice romano encarnado en la influencia de doscientos sesenta y cuatro papas que han conducido la Iglesia en los dos milenios de su historia.

Ello explica también el hecho de que líderes del mundo entero de distintas religiones, ideologías, razas y países acudan al jefe del Vaticano como figura mediadora y como fuente de inspiración y de gestión para abordar conflictos e intentar soluciones no violentas ni traumáticas. El mismo hecho de que la Iglesia no represente un poder político en términos convencionales sino un poder simbólico, contribuye a que su capacidad de mediación sea mayor y más efectiva.

La creciente conflictividad social y geopolítica registrada en las últimas décadas ha conferido a la intermediación papal un rol particularmente relevante, y de manera especial a partir de 1891 cuando el Papa León XIII dio a conocer la Encíclica “Renum Novarum”, un documento pontificio que significó una toma de posición ante la grave “cuestión social” estimulada por la Revolución Industrial y la implantación del sistema capitalista liberal que colocó en desamparo amplios sectores de la sociedad. No obstante, desde la Edad Media se conservan registros de cómo el Papado y los nuncios pontificios destacados en cada lugar del mundo mediaban para limitar la violencia entre los territorios, lo cual se explica porque el Vaticano fue el primer Estado en nombrar representantes fuera de sus fronteras, como precursores de los modernos embajadores.

A propósito de la Segunda Guerra Mundial y luego en el desarrollo del nuevo esquema multipolar, el poder negociador del Vaticano cobró particular importancia con la intervención del Papa Pío XII, quien mediante puentes de protección y evacuación logró salvar de la muerte a más de ochocientos mil judíos y preparó una famosa encíclica que condenaba la ideología nazi y los objetivos racistas del Tercer Reich. En los conflictos y tensiones generados por la “Guerra Fría” los papas Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II y desde el 2013 Francisco I han asumido una destacada gestión en función de la paz y la conciliación frente a complicaciones bélicas, enfrentamientos territoriales y tensiones raciales y religiosas. Juan XXIII apostó a la distensión durante los años sesenta y setenta entre Estados Unidos y la Unión Soviética en sonados casos como la “crisis de los misiles” en Cuba en 1962, considerada como la amenaza más seria para la paz mundial en aquellos años. Luego Juan Pablo II abogó por el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile en el conflicto del Canal de Beagle en 1978 e impulsó el entendimiento entre la primer ministro británica Margaret Thatcher y el presidente norteamericano Ronald Reagan para un diálogo de Occidente con el líder soviético Mijaíl Gorbachov en 1988, que culminó con la caída del Muro de Berlín un año después. También es reconocida su activa y pública participación en el cambio de gobierno desencadenado por la revolución  que incorporó a Polonia al escenario europeo.

La Era Francisco 

En marzo de 2013 el cardenal y arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, fue elegido Papa de la Iglesia Católica tras la renuncia de Benedicto XVI y quien desde entonces debería enfrentar las consecuencias y los alcances de lo que él definió como “una tercera guerra mundial por cuotas”. Ciertamente, su gestión ha colocado el acento en la mediación de conflictos marcados por la emergencia de todas las formas del terrorismo y el rebrote de las disputas regionales. En tres años ha recorrido prácticamente el mundo con un mensaje pacificador que cobra particular fuerza por su personalidad carismática y su capacidad de comunicación. Los mandatarios de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) por ejemplo, se dieron la mano en su presencia  prometiendo la reconciliación; su gestión fue significativa en el restablecimiento de relaciones entre Washington  y La Habana y su viaje a Estados Unidos recibido con entusiasmo por las minorías raciales y las numerosas colonias de emigrantes. Así mismo son valoradas sus actuales gestiones pacifistas en la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico y otros grupos extremistas que operan en el Medio Oriente con incursiones criminales en países europeos; además de sus reiteradas advertencias sobre la manera de abordar el problema de los millones de refugiados que desembarcan en Europa.


La situación política venezolana no ha escapado a la atención de Francisco I desde que recibió al presidente Nicolás Maduro y sucesivamente a representantes de la oposición y otros sectores de la vida nacional que apuestan a un acuerdo para superar una creciente e irritante polarización. En tres oportunidades durante el “Ángelus” en la Plaza San Pedro el Pontífice ha orado por el reencuentro de los venezolanos e incluso anunció la visita al país del canciller del Vaticano Paul Gallagher, que si bien fue pospuesta, como iniciativa sigue vigente. En reiteradas declaraciones el Sumo Pontífice ha dado a conocer a través de voceros de la Conferencia Episcopal Venezolana como su presidente Monseñor Diego Padrón Sánchez y el obispo de Coro Monseñor Roberto Lückert, su disposición de visitar Venezuela cuando las condiciones resulten convenientes para ello. Sin embargo, hay que recordar que el Papa puede y de hecho suele hacerlo, inspirar, orientar y facilitar el diálogo y posibles soluciones pero su concreción final sólo es posible como producto de una verdadera voluntad política de los actores en contienda.  


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