DIÁLOGO: VENEZUELA EN LA AGENDA PAPAL
La
facultad mediadora de la Iglesia Católica se remite a la propia creación de la
figura de los obispos, como encargados de conciliar y moderar los problemas de
grupos y sectas de los primeros cristianos a la muerte de Jesús. Una mediación
que con el tiempo se ha trasladado a otras aéreas y espacios religiosos,
culturales, raciales y especialmente ante la posibilidad, e incluso durante el
desarrollo de conflictos bélicos en los últimos siglos. De allí, la enorme auctoritas del Pontífice romano encarnado
en la influencia de doscientos sesenta y cuatro papas que han conducido la
Iglesia en los dos milenios de su historia.
Ello
explica también el hecho de que líderes del mundo entero de distintas
religiones, ideologías, razas y países acudan al jefe del Vaticano como figura mediadora
y como fuente de inspiración y de gestión para abordar conflictos e intentar
soluciones no violentas ni traumáticas. El mismo hecho de que la Iglesia no
represente un poder político en términos convencionales sino un poder simbólico,
contribuye a que su capacidad de mediación sea mayor y más efectiva.
La
creciente conflictividad social y geopolítica registrada en las últimas décadas
ha conferido a la intermediación papal un rol particularmente relevante, y de
manera especial a partir de 1891 cuando el Papa León XIII dio a conocer la
Encíclica “Renum Novarum”, un documento pontificio que significó una toma de
posición ante la grave “cuestión social” estimulada por la Revolución Industrial
y la implantación del sistema capitalista liberal que colocó en desamparo amplios
sectores de la sociedad. No obstante, desde la Edad Media se conservan
registros de cómo el Papado y los nuncios pontificios destacados en cada lugar
del mundo mediaban para limitar la violencia entre los territorios, lo cual se
explica porque el Vaticano fue el primer Estado en nombrar representantes fuera
de sus fronteras, como precursores de los modernos embajadores.
A
propósito de la Segunda Guerra Mundial y luego en el desarrollo del nuevo
esquema multipolar, el poder negociador del Vaticano cobró particular importancia
con la intervención del Papa Pío XII, quien mediante puentes de protección y
evacuación logró salvar de la muerte a más de ochocientos mil judíos y preparó
una famosa encíclica que condenaba la ideología nazi y los objetivos racistas
del Tercer Reich. En los conflictos y tensiones generados por la “Guerra Fría”
los papas Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II y desde el 2013 Francisco I han
asumido una destacada gestión en función de la paz y la conciliación frente a
complicaciones bélicas, enfrentamientos territoriales y tensiones raciales y
religiosas. Juan XXIII apostó a la distensión durante los años sesenta y
setenta entre Estados Unidos y la Unión Soviética en sonados casos como la
“crisis de los misiles” en Cuba en 1962, considerada como la amenaza más seria para
la paz mundial en aquellos años. Luego Juan Pablo II abogó por el Tratado de Paz
y Amistad entre Argentina y Chile en el conflicto del Canal de Beagle en 1978 e
impulsó el entendimiento entre la primer ministro británica Margaret Thatcher y
el presidente norteamericano Ronald Reagan para un diálogo de Occidente con el
líder soviético Mijaíl Gorbachov en 1988, que culminó con la caída del Muro de
Berlín un año después. También es reconocida su activa y pública participación
en el cambio de gobierno desencadenado por la revolución que incorporó a Polonia al escenario europeo.
La Era Francisco
En
marzo de 2013 el cardenal y arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio,
fue elegido Papa de la Iglesia Católica tras la renuncia de Benedicto XVI y quien
desde entonces debería enfrentar las consecuencias y los alcances de lo que él
definió como “una tercera guerra mundial por cuotas”. Ciertamente, su gestión
ha colocado el acento en la mediación de conflictos marcados por la emergencia
de todas las formas del terrorismo y el rebrote de las disputas regionales. En
tres años ha recorrido prácticamente el mundo con un mensaje pacificador que
cobra particular fuerza por su personalidad carismática y su capacidad de comunicación.
Los mandatarios de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP) por ejemplo, se dieron la mano en su presencia prometiendo la reconciliación; su gestión fue
significativa en el restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana y su viaje a Estados Unidos recibido
con entusiasmo por las minorías raciales y las numerosas colonias de
emigrantes. Así mismo son valoradas sus actuales gestiones pacifistas en la
lucha contra el terrorismo del Estado Islámico y otros grupos extremistas que
operan en el Medio Oriente con incursiones criminales en países europeos;
además de sus reiteradas advertencias sobre la manera de abordar el problema de
los millones de refugiados que desembarcan en Europa.
La
situación política venezolana no ha escapado a la atención de Francisco I desde
que recibió al presidente Nicolás Maduro y sucesivamente a representantes de la
oposición y otros sectores de la vida nacional que apuestan a un acuerdo para
superar una creciente e irritante polarización. En tres oportunidades durante
el “Ángelus” en la Plaza San Pedro el Pontífice ha orado por el reencuentro de
los venezolanos e incluso anunció la visita al país del canciller del Vaticano
Paul Gallagher, que si bien fue pospuesta, como
iniciativa sigue vigente. En reiteradas declaraciones el Sumo Pontífice ha dado
a conocer a través de voceros de la Conferencia Episcopal Venezolana como su
presidente Monseñor Diego Padrón Sánchez y el obispo de Coro Monseñor Roberto
Lückert, su disposición de visitar Venezuela cuando las condiciones resulten
convenientes para ello. Sin embargo, hay que recordar que el Papa puede y de
hecho suele hacerlo, inspirar, orientar y facilitar el diálogo y posibles
soluciones pero su concreción final sólo es posible como producto de una
verdadera voluntad política de los actores en contienda.
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