jueves, 11 de agosto de 2016

Fidel Poder o Muerte

A LOS 90 AÑOS DE FIDEL CASTRO

PODER O MUERTE


La libertad es la religión definitiva”
José Martí

Alejo Carpentier le dijo en una ocasión a Fidel Castro que dudaba sobre el título de su próxima novela.  Ya tenía concluido el texto pero se debatía entre “La Consagración de la Primavera” o “La Fuerza del Destino”.  Al comandante le pareció muy genérico repetir el nombre de la obra de Stravinski, pero se fascinó con la ópera de Verdi.  “Me quedé como loco”, le  confesó a su biógrafo  Norberto Fuentes.  Y es que una voluntad torrencial, inextinguible,  junto con una terca benevolencia del azar, definen la vida del mandatario más controvertido de América Latina en el siglo XX.

La cronología vital de Castro no guarda relación con el tránsito de los dirigentes políticos contemporáneos.  Su liderazgo no es inicialmente el resultado de una vocación cultivada en el estudio sistemático, la artesanía partidista, el compromiso ideológico, ni una visión de país o sociedad.  Su personalidad fue labrada en los traumas familiares, la exaltación de sus ventajas físicas, la oratoria jesuita, la fortuna en los combates cotidianos, la obsesión de la gloria y la apuesta de los cojones.  La dirigencia estudiantil universitaria era en aquella época el escenario para el ascenso de los liderazgos públicos.  Más que en los partidos el debate nacional giraban en torno a los nombres herederos de la revolución de 1933 que puso término al despotismo de Gerardo Machado, encabezada por el sargento Fulgencio Batista.  Grau San Martín, Prío Socarrás, Eduardo Chibás y el propio Batista eran las alternativas del poder.  En la Universidad de La Habana Fidel encontró un modelo para su aprendizaje.  Se llamaba Manolo Castro, tenía vocación social, carisma y arrojo gansteril.  Admiraba también a Rolando Masferrer, un agresivo periodista, ex combatiente de la Guerra Civil Española y de comprobada afición por la muerte ajena.  Sentía respeto por Chibás líder del Partido Ortodoxo, honesto e ingenuo, que enfrentaba la corrupción con la consigna: “vergüenza contra el dinero”.

Todo líder reivindica un hecho, una huella y un estremecimiento que prefigura su futuro.  A Fidel lo marcó la fallida invasión de Cayo Confites en 1947 organizada por exiliados dominicanos con el visto bueno del gobierno de Grau, para derrocar a Rafael Leonidas Trujillo.  Por su cuenta y riesgo llegó a un islote inhóspito donde se montaba el campamento de los expedicionarios.  Una noche estrechó la mano de Manolo Castro y fue como la ceremonia del bautismo revolucionario.  Miró sus ojos de iluminado y vio en él a su rival en el oscuro subconsciente de la ambición política.  Otro día, a través de la emisora CMQ escuchó en vivo la masacre de la calle Orfila.  Mario Salabarría jefe de una de las bandas que imponía la ley de las pistolas utilizaba su influencia en el gobierno para asaltar y asesinar en su cuartel general a Emilio Tró, su encarnizado enemigo.  La matanza reimpulsaba la vendetta política y establecía las reglas de la confrontación fracticida.  Fidel sabía que estaba inexorablemente envuelto en ellas y que ese, y no otro, era el camino para cristalizar sus designios de vengador inconsciente.  Semanas antes había sido llevado ante Tró en una misteriosa casa de El Vedado para suscribir un código de sangre.  El legendario pistolero lo despidió con una frase que le daba vueltas en la cabeza: “nadie muere en las vísperas, muchacho. Nadie”.

LA MANO INVISIBLE

Los días finales de marzo de 1948, cuando junto con Rafael Del Pino se reúne con Luis Troconis Guerreno y Omar Pérez en la redacción de El País en Caracas (Pérez lo recuerda con su infaltable chaqueta de cuero y atormentado por el derrocamiento de Trujillo) en ruta hacia Bogotá para presidir una reunión estudiantil paralela a la Conferencia Interamericana, ya había memorizado su libreto.  No es cierto que Castro tuvo una participación protagónica en el “bogotazo” del 9 de abril de ese año, minutos después del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, pero su nombre ya cobraba la dimensión de una leyenda, y figuraba en los archivos de la CIA como un peligroso “agente comunista”. Los gobiernos de Grau San Martín y Prío Socarrás no fueron capaces de estabilizar la democracia ni conjurar la violencia y la anarquía colectivas.  Existen razones comprensibles.  Cuba se resentía en sus raíces históricas.  José Martí ejerció un apostolado moral, simbólico y trágico pero no remató la gesta independentista con las fortalezas militares de los libertadores del siglo XIX. La liberación cubana no fue sellada de manera rotunda frente al imperio español y la intervención de los Estados Unidos, en una relación de amor-odio (que explica hoy la dicotomía Miami-La Habana) pospuso la conquista plena de su soberanía. 

Si la fuerza de su carácter había guiado sus pasos hasta ese momento, ahora también lo acompañaría la mano del destino.  El golpe de Batista el 10 de marzo de  1952 (que decapitó la dirigencia política tradicional) lo convirtió en la contrafigura democrática.  Una violencia política incontrolable;  las pandillas urbanas como sucedáneos de los partidos políticos, y el comienzo de una dictadura del cha-cha-cha, los prostibulos y las mesas de juegos, despejaban el horizonte para la acción directa, el estímulo al caos, las operaciones “garibaldinas” y para reconvertir en estrategia victoriosa la frustrada tentativa de Cayo Confites.  Cuando Chibás se suicido en una emisora radial, Castro propuso al periodista José Pardo Llada que encabezara la toma del Palacio Presidencial al frente de una multitud enfurecida.  Prío Socarrás tenía todo dispuesto para abandonar la Presidencia pero Pardo demostró tener mayor vigor en su voz que en la acción. A escasos días del golpe de Batista, Castro denunció en el ámbito judicial el acto de fuerza y dirigió el 26 de julio de 1953 el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba.  La operación fue un fracaso y en ella perecieron la mayoría de sus camaradas.  Sin embargo, logro salvarse cuando fue capturado en la finca Las Delicias porque el jefe de la misión capitán Pedro Sarría era casualmente partidario de la conspiración.  Días después, en el destacamento del Moncada su carcelero el teniente Jesús Yánez Pelliter se negó a suminístrale un veneno que le había ordenado la superioridad.  Fidel asume su defensa con el alegato la “Historia me Absolverá” frase tomada de Hitler. Es condenado a quince años de prisión,  pero a los dos años y medio se beneficia con una ley de amnistía. Viaja a México.  Tanto su cautiverio como el exilio son noticias de primera página en la prensa cubana y el tema favorito de los más prestigiosos comentaristas radiales como Pardo Llada y Luis Conte Agüero.

Castro recibe el apoyo de los perseguidos políticos de las dictaduras latinoamericanas; recorre varias ciudades de Estados Unidos y su tenaz adversario Prío Socarrás se compromete en la empresa de una invasión y aporta setenta y cinco mil dólares para la compra del Granma, barco con el cual sale del puerto de Tuxpan (México) con ochenta y un voluntarios.  La invasión fracasa y la mayoría de sus hombres son asesinados.  El objetivo no era establecer una guerrilla permanente, sino apuntalar una insurrección planificada en Santiago de Cuba, dirigida por Abel Santamaria.  Deambula un tiempo en los plantíos  de La Sierra Maestra y  al poco tiempo asume el papel de un héroe mítico, casi solitario enfrentado a un régimen aceleradamente carcomido por la descomposición.  Mediante operaciones mediáticas es entrevistado por el periodista Herbet Mattheus del “The New York Times” y protagoniza un documental con Bob Taber para la cadena CBS, que lo presentan ante el mundo como “el Robin Hood de los tiempos modernos”.  La violencia insurreccional crece en la zonas urbanas.  El Directorio Estudiantil comparte una cruenta resistencia. Nuevos grupos guerilleros suben a la montaña.  Estados Unidos suspende la venta de armas a Batista y éste negocia armamentos con Inglaterra que resultan inservibles.  La caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 hace de Caracas un activo centro de solidaridad.  Fidel estrena un “fusil fal” que le envía Larrazábal con el periodista Luis Orlando Rodríguez y se organiza una junta de gobierno en el exilio que habría de conducir la transición.  Las elecciones convocadas por el oficialismo se reducen a una simple mascarada; el Ejército se divide y afloran las ambiciones.

Batista es ya un déspota en irremediable desgracia.  Todo apuntaba a que renacería la democracia mediante la fuerza de un líder de treinta y tres años, de barbas proféticas y con el aura de los héroes antiguos.  Batista tenía que huir y lo hizo una semana antes que Castro entrara sobre un tanque a las calles de La Habana Vieja.

“Si la Historia me Absolverá” quedó  como el documento de la victoria, el periodista Norberto Fuentes en su conocida “Autobiografía de Fidel Castro” rescata una pieza hasta ahora refugiada en el silencio de los derrotados.  Rafael Díaz-Balart, su cuñado, amigo entrañable en la fatiga universitaria, compañero de aventuras juveniles en New York; y en su condición de jefe de la bancada del régimen en el Congreso Nacional fue el único parlamentario que se opuso a la aprobación de la Ley de Amnistía que significaba un borrón y cuenta nueva del Asalto al Moncada.  En su memorable  discurso dice: “Fidel Castro no es más que un psicótapa fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la segunda guerra mundial y solamente el comunismo le daría a Fidel un ropaje seudo ideológico.  Fidel Castro y su grupo quieren una sola cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía que sería muy difícil derrocar por lo menos en veinte años”.  Díaz-Balart se equivocó en la predicción del tiempo. Fidel cumple noventa años el 13 de agosto del 2016  y desde hace más de cinco décadas Cuba se  asfixia en el puño de los hermanos Castro.


 

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