ANÁLISIS
LA CRISIS Y EL DESENLACE
El debate en el Consejo Permanente de la OEA; la decisión del
TSJ que asume funciones de la Asamblea Nacional y la opinión de la Fiscal General
Luisa Ortega Díaz que la considera inconstitucional;
así como las exhortaciones y protestas de gobiernos e instituciones
internacionales, han complicado en los últimos días el enfrentamiento de
poderes que vive el país entre el Ejecutivo TSJ
y la AN. Una situación que era absolutamente predecible cuando la
oposición conquistó la mayoría representada en la Asamblea Nacional en las
elecciones del 6 de diciembre de 2015, para convivir con un régimen con clara
tendencia autoritaria.
Si bien hasta ahora la situación se mantuvo en el plano de
los conflictos políticos tradicionales,
en los últimos días ello se ha tornado en un tema relevante en la
opinión internacional, con repercusiones que necesariamente se harán sentir en
la conducta futura de Miraflores. El gobierno no midió la trascendencia de la
última convocatoria de la OEA y la nueva correlación de votos a favor de
avanzar en la aplicación de la Carta Interamericana Democrática. ¿Era posible
contrarrestar una corriente crítica que cobraba fuerza en instancias
fundamentales como la ONU, OEA, UE y gobiernos como Estados Unidos y la casi
totalidad de los países latinoamericanos, ignorándola simplemente?
Es cierto que en las reuniones del año pasado y la más reciente del lunes 27 de marzo las
gestiones del secretario general Luis Almagro no lograron el objetivo de
aprobar la aplicación de la CID, pero la reacción desencadenada luego de la
controvertida decisión del TSJ contra la AN ha producido un efecto mayor de la
que se esperaba de haber sido activado el instrumento. Mas allá de las
decisiones que puedan tomarse ahora el hecho cierto es que ya el gobierno venezolano
es percibido (no sólo en América Latina sino en el mundo entero) como contrario
a la vigencia y preservación de los valores fundamentales de la democracia.
Si en algún momento en el marco de la “Guerra Fría” era
posible eludir gestiones y presiones internacionales apelando a legítimos
sentimientos nacionalistas y patrióticos como en el caso de Cuba en los años
60, es evidente que en las circunstancias actuales ello ha cambiado de manera
radical. Al margen de decisiones que se consideren soberanas e inscritas en
realidades nacionales el hecho cierto es que la opinión internacional resulta
en muchos casos decisiva para salidas y desenlaces.
RAZONES POLÍTICAS
Más que razones jurídicas, que en la geopolítica cuentan
poco, en tiempos de globalización y emergencia creciente de las redes sociales,
es la opinión pública la que logra definir decisiones favorables o
desfavorables para los gobiernos. Lo ocurrido con la “Primavera Árabe” desde
2011 es más que elocuente. Gobiernos con fuerte apoyo militar y electoral, relegitimados
por el voto unos y resguardados por la fortaleza bélica otros, cedieron ante el
peso de oleadas de masas estimuladas por campañas informativas y las respuestas
que ellas tuvieron en instancias fundamentales del poder mundial. El caso de
Libia es más que aleccionador, sin mencionar la tragedia que todavía hoy vive
el pueblo sirio convertido en el centro de una devastadora guerra.
El desenlace en la mayoría de los casos no supuso los
cambios que originaron las protestas y las acciones de calle y en algunos
sirvieron más bien, para ahondar crisis
económicas y sociales; pero todas ellas surgieron de decisiones desacertadas,
de abusos de poder, de provocaciones o de violaciones ostensibles de las normas
constitucionales y los derechos humanos.
La situación venezolana aun no es asimilable a lo ocurrido
en esos países, pero el curso que llevan los hechos y la negativa a valorar la
magnitud y alcances de lo que ocurre, así como la necesidad de correctivos y
medidas que resultan inevitables incluso más allá de sus costos, podrían
acercarse o establecer a la larga un paralelo con lo ocurrido en otros
continentes, con impredecibles consecuencias.
Cuando los partidos opositores ocuparon la mayoría del poder
legislativo en 2015 era obvio que se dibujaba un enfrentamiento con el poder
ejecutivo, como consecuencia de dos visiones del manejo del Estado en función ideológica,
y que obedecen a dos formas distintas de entender la gobernabilidad. Ello,
lógicamente, imponía tanto al gobierno como a la oposición la necesidad de
abrir un proceso de diálogo en busca de un entendimiento en la materia, sin
necesidad de adjurar de principios ni posiciones ideológicas era perfectamente
posible encontrar un espacio mínimo de aproximación y coincidencia, como ha
ocurrido en escenarios marcados por mayores antagonismos.
Como se dijo en el seno de la OEA y como lo sugiere la más
elemental comprensión de la política, el único camino posible es el diálogo en busca
de acuerdos que trasciendan los intereses de los factores en pugna y que sea
capaz de estimular la participación de sectores cada vez mayores de la
sociedad. La polarización venezolana en cambio en la medida que se radicaliza
se separa peligrosamente del llamado “país nacional”. Las cúpulas políticas parecen
privilegiar sus objetivos inmediatos y no entender que Venezuela vive una
situación excepcionalmente grave. Siempre se trata por supuesto de encontrar
espacios para una mejor gobernabilidad, pero también de abordar ahora una
verdadera catástrofe que por encima de sus orígenes obliga a políticas
especiales que requieren de un acuerdo nacional. Después de 15 meses del cambio
que necesariamente implicaba la nueva conformación de la Asamblea Nacional y
ante el fracaso de un intento de diálogo que no consultó los temas sustantivos
que interesan a los venezolanos, era inevitable que se llegara a la situación actual
que ha despertado más que el interés, la preocupación de la opinión internacional.
De agravarse el enfrentamiento que hoy se vive no habría garantías de que eventuales salidas estén en
manos de las fuerzas que pugnan por preservar el poder a toda costa o de
aquellas que asumen el cambio y la alternancia como un simple juego en las
democracias tradicionales. De estrategias aceptadas del gobierno y la oposición
depende el futuro de la democracia entendida en todas sus expresiones pero
también la vida de la inmensa mayoría de los venezolanos sometida a severas y
ya demasiadas largas privaciones y sacrificios.
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