Análisis:
¿Cómo entender la
crisis venezolana? (3)
La crisis venezolana sigue siendo uno de los temas
dominantes en el escenario internacional. El pasado viernes primero de septiembre,
al cumplirse un año de su destitución, la ex presidenta de Brasil, Dilma
Rousseff, advirtió sobre el grave riesgo de que la conflictividad venezolana,
de no existir salidas inmediatas, pueda incluso “desembocar en una espantosa
carnicería”.
Los mandatarios de España, Mariano Rajoy; Francia, Emmanuel
Macron y Alemania, Angela Merkel; anuncian que en los próximos días recibirán
la visita de Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional y Lilian Tintori,
esposa del líder opositor Leopoldo López, con quienes pasarán revista a la
evolución del cuadro venezolano; mientras el Papa Francisco advierte que su
próxima visita a Colombia será con fines puramente pastorales y que no tiene
previsto entrevistas con voceros de la MUD ni de la propia Conferencia Episcopal
Venezolana para analizar posibles salidas al agravamiento de los temas que
configuran la megacrisis que envuelve a Venezuela.
Si bien es cierto que en el plano interno la instalación y
los debates de la Asamblea Constituyente han reflejado una suerte de “reactivación
emocional” del chavismo como fenómeno populista y que, a la vez, se dan pasos
ciertos para las elecciones de gobernadores previstas para octubre, no es menos
que cada día que pasa se suman nuevos elementos que contribuyen a las complicaciones
cotidianas de los venezolanos. Se trata de la profundización de la caída del
llamado “rentismo petrolero” que durante los años de la revolución bolivariana,
antes de ser abordado y superado, se ha acentuado y complicado de manera
alarmante.
HACE 15 AÑOS
Bastaría con revisar el artículo “El escenario de la
implosión” que publicamos el 15 de julio de 2002 en la revista “Primicia”, para
constatar que no se está frente a un escenario nuevo ni distinto, sino ante uno
con las mismas características de las crisis que se registraba hace quince años
y que ahora, por supuesto, se ha multiplicado por la comprobada ineficacia de
las políticas oficiales; el descenso de los precios del petróleo y la incapacidad
del gobierno para mantener el que ya parecía insostenible nivel de
importaciones.
En aquella oportunidad se constataba: “Una emergencia
política se suele solventar; las crisis económicas se pueden sobrellevar; los
disensos partidistas se procesan de modo civilizado y las coyunturas
internacionales desfavorables se enfrentan con las armas de negociación y las
artes diplomáticas. Pero, por primera vez en la historia del país, un régimen
debe dar batalla en todos los frentes y para ello se requiere lo que Chávez no
tiene (lo cual obviamente es extensible a Maduro): capacidad para los acuerdos
y la generación de confianza nacional”.
En aquél momento los datos no eran de algún modo distinto a
los que pueden analizarse en el presente. Registrábamos entonces: “En las dos
últimas semanas el escenario de mayor explosividad es el económico, el disparo
del dólar hasta niveles siderales estimulados por el Estado para resolver
dificultades fiscales a costa del empobrecimiento de la población, supone
también una dramática señal psicológica: la presencia de los vientos
huracanados de una catástrofe”.
Aquellas consideraciones se hacían en el marco de la
conflictividad política agravada tres meses antes por los hechos del 11 de
abril, con la salida por tres días de Chávez de la Presidencia y una caudalosa
activación de la sociedad civil en las calles del país. Como ahora, se hablaba
de la necesidad del acuerdo mediante aproximaciones de los actores por obra de
la mediación internacional, lo cual se logró días después con la creación de
una Mesa de Negociaciones y Acuerdos entre gobierno y la oposición presidida
por el secretario general de la OEA, César Gavidia, y el Centro Cárter.
Como se sabe, dos años después las tensiones bajaron con la
realización del referéndum revocatorio que ratificó el mandato de Chávez y
fortaleció las vías electorales de costumbre. Hoy más que ayer, en el corazón
de lo que entonces era una “probable catástrofe”, la única vía posible es la
negociación en busca de acuerdos y respuestas que obviamente tienen que ir más
allá de las que hace tres lustros se consideraban pertinentes.
Sin embargo, hoy nuevamente existen factores que dificultan
la búsqueda de acuerdos no sólo por las posiciones de grupos cada vez más
radicalizados en ambos bandos, sino porque la atención internacional (luego de
que el tema fuera incorporado en la agenda de la OEA el año pasado), ha tomado
posiciones que resultan contraproducentes para el objetivo inicial. Las
recientes medidas del gobierno norteamericano en materia económica, añaden paradójicamente
nuevos elementos a la crisis nacional y la simplifican como si se tratara
solamente de la ineficacia o la torpeza de una gestión de gobierno sin advertir
las verdaderas dimensiones de la situación.
Como lo señalaron recientemente los ex mandatarios Rodríguez
Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana), y Martín Torrijos
(Panamá), las decisiones de Washington cuando menos “resultan inconvenientes”
para la búsqueda de las respuestas que se consideran necesarias en lo
inmediato, por cuanto trasladan la confrontación al plano internacional
mediante la toma de posición de gobiernos extranjeros a favor o en contra de
los protagonistas del conflicto nacional antes de propiciar el consenso.
LA UNIÓN NACIONAL
Sobre el tema, en recientes declaraciones el presidente del
Centro de Políticas Públicas IFEDEC, Eduardo Fernández, aseguraba que “la
crisis del país no puede esperar por un cronograma electoral presidencial en el
2018 y que el único escenario en el que se puede “ganar” es a través de un gran
entendimiento que permita la conformación de un gobierno de unidad nacional”.
Alegaba el ex candidato presidencial que “en este esquema de confrontación ni
este ni ningún gobierno que venga a sucederlo, podrá enfrentar la terrible
crisis económica que se nos viene encima, porque el gobierno no tiene cómo
resolverla y la oposición no puede derrotar al gobierno sin pagar un precio
altísimo, y si lo logra, va a enfrentar un problema de ingobernabilidad
tremendo”. Ciertamente, el futuro del país depende en mucho, de que sea
enfrentado con la serenidad y la sensatez del estadista y no con la premura
propia de los modernos liderazgos mediáticos.
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