lunes, 4 de septiembre de 2017

Análisis:
¿Cómo entender la crisis venezolana? (3)

La crisis venezolana sigue siendo uno de los temas dominantes en el escenario internacional. El pasado viernes primero de septiembre, al cumplirse un año de su destitución, la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, advirtió sobre el grave riesgo de que la conflictividad venezolana, de no existir salidas inmediatas, pueda incluso “desembocar en una espantosa carnicería”.
Los mandatarios de España, Mariano Rajoy; Francia, Emmanuel Macron y Alemania, Angela Merkel; anuncian que en los próximos días recibirán la visita de Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional y Lilian Tintori, esposa del líder opositor Leopoldo López, con quienes pasarán revista a la evolución del cuadro venezolano; mientras el Papa Francisco advierte que su próxima visita a Colombia será con fines puramente pastorales y que no tiene previsto entrevistas con voceros de la MUD ni de la propia Conferencia Episcopal Venezolana para analizar posibles salidas al agravamiento de los temas que configuran la megacrisis que envuelve a Venezuela. 
Si bien es cierto que en el plano interno la instalación y los debates de la Asamblea Constituyente han reflejado una suerte de “reactivación emocional” del chavismo como fenómeno populista y que, a la vez, se dan pasos ciertos para las elecciones de gobernadores previstas para octubre, no es menos que cada día que pasa se suman nuevos elementos que contribuyen a las complicaciones cotidianas de los venezolanos. Se trata de la profundización de la caída del llamado “rentismo petrolero” que durante los años de la revolución bolivariana, antes de ser abordado y superado, se ha acentuado y complicado de manera alarmante.

HACE 15 AÑOS

Bastaría con revisar el artículo “El escenario de la implosión” que publicamos el 15 de julio de 2002 en la revista “Primicia”, para constatar que no se está frente a un escenario nuevo ni distinto, sino ante uno con las mismas características de las crisis que se registraba hace quince años y que ahora, por supuesto, se ha multiplicado por la comprobada ineficacia de las políticas oficiales; el descenso de los precios del petróleo y la incapacidad del gobierno para mantener el que ya parecía insostenible nivel de importaciones.
En aquella oportunidad se constataba: “Una emergencia política se suele solventar; las crisis económicas se pueden sobrellevar; los disensos partidistas se procesan de modo civilizado y las coyunturas internacionales desfavorables se enfrentan con las armas de negociación y las artes diplomáticas. Pero, por primera vez en la historia del país, un régimen debe dar batalla en todos los frentes y para ello se requiere lo que Chávez no tiene (lo cual obviamente es extensible a Maduro): capacidad para los acuerdos y la generación de confianza nacional”.
En aquél momento los datos no eran de algún modo distinto a los que pueden analizarse en el presente. Registrábamos entonces: “En las dos últimas semanas el escenario de mayor explosividad es el económico, el disparo del dólar hasta niveles siderales estimulados por el Estado para resolver dificultades fiscales a costa del empobrecimiento de la población, supone también una dramática señal psicológica: la presencia de los vientos huracanados de una catástrofe”.
Aquellas consideraciones se hacían en el marco de la conflictividad política agravada tres meses antes por los hechos del 11 de abril, con la salida por tres días de Chávez de la Presidencia y una caudalosa activación de la sociedad civil en las calles del país. Como ahora, se hablaba de la necesidad del acuerdo mediante aproximaciones de los actores por obra de la mediación internacional, lo cual se logró días después con la creación de una Mesa de Negociaciones y Acuerdos entre gobierno y la oposición presidida por el secretario general de la OEA, César Gavidia, y el Centro Cárter.
Como se sabe, dos años después las tensiones bajaron con la realización del referéndum revocatorio que ratificó el mandato de Chávez y fortaleció las vías electorales de costumbre. Hoy más que ayer, en el corazón de lo que entonces era una “probable catástrofe”, la única vía posible es la negociación en busca de acuerdos y respuestas que obviamente tienen que ir más allá de las que hace tres lustros se consideraban pertinentes.
Sin embargo, hoy nuevamente existen factores que dificultan la búsqueda de acuerdos no sólo por las posiciones de grupos cada vez más radicalizados en ambos bandos, sino porque la atención internacional (luego de que el tema fuera incorporado en la agenda de la OEA el año pasado), ha tomado posiciones que resultan contraproducentes para el objetivo inicial. Las recientes medidas del gobierno norteamericano en materia económica, añaden paradójicamente nuevos elementos a la crisis nacional y la simplifican como si se tratara solamente de la ineficacia o la torpeza de una gestión de gobierno sin advertir las verdaderas dimensiones de la situación.
Como lo señalaron recientemente los ex mandatarios Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana), y Martín Torrijos (Panamá), las decisiones de Washington cuando menos “resultan inconvenientes” para la búsqueda de las respuestas que se consideran necesarias en lo inmediato, por cuanto trasladan la confrontación al plano internacional mediante la toma de posición de gobiernos extranjeros a favor o en contra de los protagonistas del conflicto nacional antes de propiciar el consenso.

LA UNIÓN NACIONAL


Sobre el tema, en recientes declaraciones el presidente del Centro de Políticas Públicas IFEDEC, Eduardo Fernández, aseguraba que “la crisis del país no puede esperar por un cronograma electoral presidencial en el 2018 y que el único escenario en el que se puede “ganar” es a través de un gran entendimiento que permita la conformación de un gobierno de unidad nacional”. Alegaba el ex candidato presidencial que “en este esquema de confrontación ni este ni ningún gobierno que venga a sucederlo, podrá enfrentar la terrible crisis económica que se nos viene encima, porque el gobierno no tiene cómo resolverla y la oposición no puede derrotar al gobierno sin pagar un precio altísimo, y si lo logra, va a enfrentar un problema de ingobernabilidad tremendo”. Ciertamente, el futuro del país depende en mucho, de que sea enfrentado con la serenidad y la sensatez del estadista y no con la premura propia de los modernos liderazgos mediáticos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario