jueves, 30 de junio de 2011

EL MEDIADOR ILUSO

Análisis
09/07/2002
EL MEDIADOR ILUSO

Manuel Felipe Sierra

Era ingenuo suponer que el ex presidente Jimmy Carter pudiera cumplir un papel eficaz como mediador en la radicalización política que vive el país, y que seguramente será avivada por la manifestación opositora convocada para el jueves 11. Como se recordará, se trató de una jugada del Gobierno para ganar tiempo y posponer loo que parece un camino inevitable: la intermediación de la OEA que es un planteamiento persistente y tenaz de Estados Unidos, recientemente ratificado por Otto Reich.
La gestión de Carter es solamente simbólica. Por supuesto, no podría ser rechazada de innegable que  Carter ha sido  un viejo amigo de las democracias latinoamericanas, y además testigos en las más recientes elecciones venezolanas. Pero el personaje no tiene la menor influencia para estimular un diálogo en el cual uno de los interlocutores (en este caso el más importante y decisivo) lo concibe como una maniobra distracción.

No es posible un diálogo cuando se parte del la idea de que existe una responsabilidad compartida entre el Gobierno y la oposición, y que en consecuencia deben darse concesiones mutuas en igual medida. El país ha llegado al actual clima de violencia y división por el afán del presidente Chávez de apuntalar su proyecto sobre la base de la exclusión y el enfrentamiento. Por eso, el Gobierno tendría que tomar la iniciativa y definir una agenda realista para reconstruir los mecanismos de la convivencia democrática.
En esta materia se trata de nuevo del doble discurso. El presidente Chávez moraliza a sus partidarios repitiendo un mensaje conflictivo y agresivo, mientras que el vicepresidente José Vicente Rangel trata de hacer esfuerzos patéticos e inútiles para convencer al país de que existe –dentro de este esquema- la posibilidad del reencuentro nacional. Por ello, la Comisión del Diálogo ha resultado un fiasco. Ayer, precisamente, el representante de Fedenaga, José Luis Betancourt, abandono definitivamente la mesa de conversión, alegan la inutilidad de la gestión.
Ocurrió lo que era previsible. El candor de Carter lo conduce ahora a proponer una comisión de notables. ¿Quién designa a los supuestos notables? ¿Quiénes serían en la situación actual negociadores confiables? ¿No basta con constatar que después de tres meses ha sido imposible constituir la Comisión de la Verdad para investigar la masacre de El Silencio? La crisis venezolana no puede resolverse, auque todavía no haya madurado la posibilidad de un conflicto armado, mientras el proyecto bolivariano mantenga inalterable sus planteamientos básicos y sólo estos garantizan todavía la sobrevivencia del Gobierno.
La única mediación posible es a través de la OEA y la eventual aplicación de la Carta Interamericana de Lima. Eso lo sabe el ejecutivo, pero implicaría poner al descubierto las verdades causas que han exacerbado las pasiones políticas en el país. De allí la insistencia del secretario de Estado, Colin Powell; del presidente Bush y de los voceros de Washington (que explicaría también la declaración del embajador Shapiro sobre la falta de “democracia plena” en Venezuela). La visión de Carter habría agotado la instancia de la buena fe. Ahora sólo queda la acción de los organismos internacionales con capacidad real de decisión para encarar la creciente crisis de gobernabilidad venezolana.

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