Análisis
01/02/2002
EL GOLPE DENTRO DEL GOLPE
Manuel Felipe Sierra
Hugo Chávez nunca pensó llegar al poder. En la Sabaneta de Barinas de los años setenta vivía el influjo de las ideas iluministas del Ché Guevara y de los revolucionarios emblemáticos de aquella época. José Ruiz Guevara (un viejo dirigente comunista y cronista de la ciudad de Barinas) y Pedro León Tapia (historiador y médico) fungieron como sus maestros para descifrar los laberintos de la historia. Rafael Simón Jiménez –actual primer vicepresidente de la AN- fue pieza decisiva en su formación ideológica, Chávez se fue inspirando en las hazañas de su bisabuelo Pedro Pérez Delgado, quién había luchado al lado de las montoneras del Mocho Hernández y después varios años prisionero en el castillo Libertador a raíz de un incidente familiar en Barquisimeto y que fuera reivindicado en la elegía Maisanta por Andrés Eloy Blanco.
Pero la desición de Chávez de incursionar seriamente en la política, como un oficial capaz de tejer una red conspirativa en el seno del ejército, tiene tres responsables: su hermano Adán, Douglas Bravo (cuya sonrisa bondadosa y siempre con la mano tendida suele vender las más originales teorías) y Pablo Medina, (venido de las guerrillas de Lara y Monagas). Los tres coincidían en que ante el fracaso de la lucha armada y la lenta dispersión de la izquierda era necesario penetrar la estructura militar sobre la base de un proyecto de transformación social. La tesis –peregrina, es cierto- tenía antecedentes en las insurrecciones de Carúpano y Puerto Cabello de 1962 que demostraron que las fuerzas armadas venezolanas, a diferencia de las mineralizadas estructuras castrenses de América Latina, eran suceptibles de sumarse al torrente revolucionario.
Chávez ingresó a la Escuela Militar y asumió con excesivo rigor la disciplina de los cuarteles, fue alejándose de sus mentores y por algún momento se llegó a pensar que había sido un nuevo intento fallido por perforar desde la acera de la izquierda más radical la corteza militar. Se cuenta que un día, deprimido, llegó a la casa de Ruiz Guevara para anunciarle su desición de abandonar la institución. El viejo maestro lo convenció apelando a los latiguillos del leninismo que la lucha era larga, pero que la lucha “era el único camino”.
Chávez fue estableciendo relaciones en las fuerzas armadas con oficiales de su generación, en su mayoría provincianos, que compartían muchos puntos de vista sobre la necesidad de decapitar la alta jerarquía militar y establecer mayores vínculos entre los cuarteles y la calle. Fueron los tiempos de la amistad con Francisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández, Joel Acosta Chirinos, Manuel Baduel (todavía activo como comandante de la base de paracaidistas de Maracay), José Ortíz Contreras, entre otros, que no compartían en su totalidad el pensamiento y la misión de Chávez pero que decidieron darle fisonomía a un grupo que fuese capaz de actuar de manera orgánica y uniforme en el seno de las guarniciones. Había entonces, la necesidad de una “ideología” para construir una referencia aparentemente teórica que permitiera la unión de la oficialidad descontenta. Seguramente de allí nace la teoría bolivariana y sus derivaciones.
El 21 de diciembre de 1981, ninguno de los juramentados en el Samán de Güere veía en el horizonte cercano la toma del poder. Era una ceremonia iniciática, un rito propio de Sorte y en ningún caso una proclama a la usanza del siglo XIX que auguraba el estallido de una revolución. El tiempo fue pasando y el grupo vió fortalecida su influencia en las jerarquías medias de las fuerzas armadas. Las circunstancias históricas fueron suministrándole oxígeno a una propuesta concebida originalmente para remover las estructuras militares. A partir de allí -y de manera difusa- sólo Chávez intuyó la posibilidad de que el movimiento se transfomara en una relativa opción de poder. La acción persistente del Grupo de los Notables, las secuelas del “Caracazo” (27 de febrero de 1989) que si bien no fue una rebelión social, dió señales del malestar existente en los sectores populares, y los inocultables enfrentamientos en las máximas instancias militares facilitaban una redefinición del movimiento bolivariano que podría provocar un clima capaz de convertirlo en una pieza importante en un eventual cambio de gobierno.
La acción de los bolivarianos, mejor conocidos como los “comecates” estaba perfectamente detectada por los organismos de inteligencia. Es célebre el altercado entre el comandante del ejército Carlos Peñaloza y el propio Chávez, cuando el primero lo citó para darle cuenta detallada de las actividades conspirativas del grupo. ¿Por qué no actuaron los organismos de seguridad con mediana eficacia en aquel momento? ¿El alto mando militar acaso quería valerse de la actividad de los jóvenes comandantes para dirimir ellos diferencias que ya eran insalvables?.
El 4 de febrero de 1992 tiene algo de misterioso. Nadie advirtió a tiempo la masiva movilización de soldados desde Maracay hasta La Carlota y el Parque del Este. El ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich viajó ese día a Maracaibo y siendo un militar de una vasta experiencia no pudo percibir el menor signo de anormalidad. En los días previos, en los restaurantes de la avenida Las Delicias de Maracay, el anuncio del golpe se servía con la impunidad de un whisky con soda. Incluso, después de diez años, habría que replantearse la conducta del propio Chávez. La versión más común, es que el jefe padeció de una curiosa inhibición testicular que le impidió ocupar –estando a pocos metros- el Palacio de Miraflores. Pero no es exactamente así. El movimiento golpista si actuó frente al Palacio de Gobierno, siendo repelido entre otros –a un costo de sangre- por el general Rommel Fuenmayor (cuñado de Arias Cárdenas) uno de los funcionarios de mayor confianza del jefe del Estado.
Como sostienen algunos, el movimiento de los comandantes habría centrado su objetivo en controlar el ejército como una primera fase y no la totalidad del gobierno en la cual todavía no creía el muchacho de Sabaneta de Barinas. ¿La Junta de Gobierno que estaba diseñada para asumir el poder habría traicionado la operación final? ¿El alto mando militar que tuvo durante la madrugada del 4 de febrero una dudosa y permisiva actitud frente a los golpistas, hasta el punto de mostrar a Chávez en plan de héroe apostaba a asumir en una primera etapa las tareas del nuevo gobierno?. El hecho cierto, es que por razones que todo el país conoce, Chávez accedió hace tres años al gobierno y su única finalidad parece ser la de auyentar los factores que construyeron su liderazgo. Esta distanciado de Ruiz Guevara y Pedro León Tapia; Douglas Bravo pertenece a su “lista negra”; Pablo Medina ha jurado “trabajar noche y día para sacarlo de Miraflores”; sus compañeros del Samán de Güere piden la revocatoria de su mandato; los factores civiles que le permitieron la estructuración de un partido político para jugar con las reglas democráticas (han sido desechados o pulverizados); Luis Miquilena, el mediocampista que le armó los juegos en los últimos treinta y seis meses se retira a los cuarteles de invierno; los factores institucionales de la FAN que le garantizaron la entrega del poder frente a numerosas presiones han sido sustituídos por una legión de guerreros de menor categoría. ¿Cómo se explica todo ello? Sólo entendiendo que Chávez nunca pensó el poder, y menos a nombre de una revolución, que dicho sea de paso, tampoco es revolución.
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