sábado, 9 de julio de 2011

LA BUENA CONDUCTA

Análisis

LA BUENA CONDUCTA
13/02/2002
Manuel Felipe Sierra


Chávez esta gobernando al borde del abismo.  Nunca en 43 años de democracia el país se enfrenta una situación política más explosiva y delicada.  A ello se une una situación económica de alguna manera ingobernable y una galopante crisis militar; y como si todo esto fuera poco sobre el país se cierran las tenasas de un terrible aislamiento internacional.

Chávez sólo tiene dos opciones: la rectificación, el cambio de rumbo en las líneas medulares de su proyecto mediante los acuerdos mínimos que establece la democracia; o las concesiones.  A sus críticos  la posibilidad o la vía de un autogolpe, es decir, la declaración de un Estado de  Excepción que ponga en sus manos de manera definitiva el destino de la República.  Chávez lo sabe y entiende que debe romper el cerco que de manera inexorable lo asfixia.  Dado su carácter y sus antecedentes – además de su discurso gruñón y prepotente.  Es de esperarse que ponga el pie sobre el acelerador y nos conduzca al país a  una confrontación impredecible, traumática y sangrienta.  El proceso bolivariano, ya se sabe mas que una propuesta política supone para Chávez una fijación psicológica.


Pero la vida da sorpresas como diría Rubén Blades, mas aún tratándose de la defensa del poder y de la sobrevivencia de un gobierno que ha sido el producto de complejas condiciones históricas.  En sus últimas presentaciones.  Chávez luce más sobrio, sereno y juicioso.   Obviamente las circunstancias lo han obligado a cierto cambio de comportamiento.  El 15 de diciembre ante la Asamblea Nacional bajó el tono de su voz para anunciar una cesta de impuestos que afectarán de manera decisiva a la población.  Era también un escenario desfavorable a sus políticos y debía asumir - aunque no fuera de su agrado algunas exigencias de protocolo. El 7 de febrero, en Maracay, pronunció un discurso que pasó inadvertido en sus aspectos sustanciales para la opinión pública.  Allí acuño a la frase de “envainar la espada y pasarla a su mano derecha” para impulsar el desarrollo.  Pero en la última semana, después de los pronunciamientos del coronel Pedro Soto y el capitán Pedro Flores Rivero de la Guardia Nacional y del desbordamiento callejero de la clase media opositora  (que hizo del carnaval una alegre y vistosa fiesta antichavista) la exposición del martes doce era esperada lógicamente, con necesaria espectativa y curiosidad por el país.

Chávez ante las cámaras de televisión eludió el tema político y se concentró en el anuncio de medidas de carácter fiscal, financiero y de estímulo a la economía productiva.  Sin uniforme, y ensayando el papel de un estadista moderno, Chávez desgranó un cúmulo de medidas (entre ellas la flotación del dólar y nuevos impuestos) que seguramente en el corto plazo habrán de agravar un cuadro económico demasiado crítico.  ¿Cambio de rumbo? ¿Inicio de una rectificación a fondo de sus políticas? ¿Modulación del discurso bolivariano?  Por ahora nadie lo cree, en atención a las acciones previas de gobierno y a su propia personalidad.  Sin embargo, como todo conductor popular Chávez debe saber que la política no es una carrera de cien metros planos sino una inteligente y laboriosa operación en zig-zag.  En todo caso Chávez simplemente ha caído en una trampa tendida inconscientemente por él mismo al sobreponer una visión seudorevolucionaria sobre una realidad que establece exigencias de cambios pero sobre la base del respeto a la democracia.  En sus reflexiones de la medianoche, Chávez debe estar repitiendo los nombres de Alberto Fujimori y Fernando De la Rúa, los dos últimos testimonios de la vieja e inacabable tragedia latinoamericana.

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