Análisis
07/01/2002
¿Quién ganó? ¿Quién perdió?
Manuel Felipe Sierra
Lo que ocurrió el sábado en la elección de la directiva de la Asamblea Nacional fue solamente un juego de ficciones. No estaba a prueba la medición de fuerzas entre el gobierno y la oposición. Simplemente se trataba de ponderar las recientes diferencias en el mundo del chavismo.
Ni William Lara ni Alberto Jordán Hernández son opositores del gobierno. Es más jordán sostiene planteamiento y ha mantenido una posición durante toda su vida mucho más radical que Lara.
En una elección entre ambos, eso que convencionalmente se conoce como oposición no tenía nada que buscar. El parlamento es un escenario natural de Chávez. De su composición -salvo que la caída del gobierno llegue a niveles catastróficos- no se pueden esperar mayores sorpresas.
¿De qué se trataba entonces? ¿Por qué se crearon falsas expectativas en la opinión pública? Una explicación elemental es que Chávez y su gobierno -cada vez más colocados en una línea que trata de consolidar un modelo autoritario- han venido sufriendo sucesivas y contundentes derrotas como ocurrió con la consulta para la renovación de la CTV, las crecientes protestas de la sociedad civil, la furia cotidiana de las cacerolas y el multitudinario paro cívico del 10 de diciembre.
Algunos sectores (de una oposición orgánica que no existe todavía) se salieron del libreto. Los discursos de Rafael Marín y César Pérez Vivas -es decir AD y Copey- tenían que surtir como en efecto surtieron una chavista. Ambos dirigentes debieron entender que sus partidos están todavía en el subsuelo de la política y que jamás tendrán la gravitación protagónica que tuvieron en el pasado. Su papel debió limitarse a dar su apoyo a la fórmula de Jordán que suponía en el terreno formal o en este caso virtual de una derrota de Lara a quien había jurado lealtad el mandatario. Pero nada más.
Las decisiones están y estarán mientras exista la actual Asamblea en manos de la fuerzas, aunque cada vez más resquebrajadas, que llevaron al poder a Chávez. No obstante, de la jornada del sábado se derivan varias verdades. La primera de ellas es la acelerada erosión de Chávez en su propio territorio. Es explicable que el gobierno conozca el plano inclinado en la opinión pública como lo registran las encuestas y las persistentes protestas de diversos sectores sociales, pero que ello ocurra en un espacio que domina con mano gomecista es demasiado grave.
Chávez -pese a los esfuerzos hechos a última hora y a presiones no propiamente bolivarianas- vio disminuir su influencia en sólo un año en 41 votos.
¿Puede Chávez reivindicar este hecho como una victoria? ¿No es acaso un signo elocuente del debilitamiento veloz de un modelo político contrario a la tradición democrática del país? ¿Tiene acaso la nueva directiva de la AN la legitimidad que tuvo 12 meses antes?
Por supuesto, como en todas la figura bíblica de Judas, en este caso encarnada en un señor de apellido Burgos. Pero ello no tiene la menor importancia.
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