miércoles, 24 de agosto de 2011

AL COMPÁS DE LOS DÍAS

13/06/2007

EL CONFLICTO

Manuel Felipe Sierra

A tres semanas de una vigorosa movilización estudiantil, quedan claras dos cosas: los estudiantes han apelado a formas creativas de protesta dentro del más ejemplar civismo; y el régimen, como en el pasado, ha tenido como respuesta el ejercicio de la violencia. El discurso presidencial se recarga de amenazas y descalificaciones. Según éstas, detrás del derecho a expresarse de los universitarios estaría en marcha un plan desestabilizador, como siempre telegrafiado desde Washington. Ya no es el magnicidio ni los manejos conspirativos en los cuarteles, sino la operación lenta pero segura de un “golpe suave”, diseñado por etapas para finalmente provocar el derrocamiento de Chávez.


Este argumento ha facilitado la detención y la apertura de juicios a un numeroso grupo de dirigentes universitarios; la represión directa en el Zulia, Carabobo y otros estados, con saldo de numerosos heridos, y la actuación de los grupos paramilitares del oficialismo que han incursionado en Fedecámaras, Globovisión, la UCV y que establecen un clima de acoso permanente a los manifestantes.

Como en los años 2002, 2003 y 2004, la activación cívica es enfrentada con los mecanismos represivos del régimen, pero también con la agresión impune de grupos oficialistas que practican la llamada violencia subversiva. Ello establece una diferencia con lo ocurrido en las crisis políticas de otros países. En Venezuela no existe un clásico conflicto entre dos partes, sino una polarización política con implicaciones sociales determinada por el empeño en imponer un modelo totalitario a una sociedad con vocación y sensibilidad democrática. Esta confrontación, que durante un tiempo pareció atenuada, no abre espacios para el diálogo ni la negociación. La Mesa de Negociaciones y Acuerdos facilitada por la OEA y el Centro Carter el 2002 devino en un fracaso porque fue concebida como si se tratara de conciliar factores con fuerza equivalente en un escenario de guerra. Ahora Chávez ha pronosticado que la actual tensión podría desencadenar una “reacción jacobina” del régimen que desembocaría inevitablemente en una revolución sangrienta. Una apreciación equivocada porque, como lo sostiene el analista Alberto Garrido, en ese caso se trataría de usar las armas contra una población indefensa, lo cual sería, simplemente, un espantoso genocidio. 

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