martes, 6 de septiembre de 2011

EL MIEDO (II)

AL COMPÁS DE LOS DÍAS

EL MIEDO (II)
29/08/2007
Manuel Felipe Sierra

En los días previos al revocatorio presidencial del 2004 el régimen afinó los mecanismos orientados a profundizar el miedo y la intimidación. Un verdadero calvario representó para los electores la recolección de firmas, las planillas planas, los reparos, la decisión del TSJ que convirtió el referéndum en plebiscito, el ventajismo de las normas del CNE y el sistema informático de Smartmatic, hasta culminar con la Lista Tascón que suspendió en la práctica los derechos ciudadanos a más de tres millones de compatriotas en una novedosa práctica de apartheid civil.


Luego se produjo la reforma del código penal que criminaliza las protestas y facilita el uso de la justicia ordinaria contra periodistas críticos y figuras opositoras, y la diligente actuación del ministerio público en una cadena de imputaciones contra los líderes de las acciones populares del 2002, 2003 y 2004. Finalmente, se aprobó la ley resorte o “ley mordaza”, cuya sola vigencia genera la autocensura en los medios radioeléctricos.

Como si ello no bastase, se acentuó el discurso guerrerista con la constitución de las reservas o milicias y un clima de militarización según el cual, el país estaría al borde de una confrontación bélica. Para cualquier visitante, Venezuela es hoy una nación en aparente pie de guerra frente a un enemigo invisible pero que se construye diariamente por obra de una enfermiza obsesión antinorteamericana. A lo largo de estos años, también se ha consolidado una poderosa estructura comunicacional oficialista con nuevas televisoras nacionales y regionales (cuya cobertura se amplió decisivamente con la captura de la frecuencia de RCTV) y decenas de estaciones y diarios comprados por los grupos económicos beneficiarios de la revolución.

Según recientes estimaciones, más del 80% de los mensajes que circulan en los medios informativos a nivel nacional son favorables al proyecto bolivariano. Con un añadido: se trata de una comunicación ideologizada, propagandística y lineal, orientada a reforzar las “convicciones socialistas”.  En cambio, los medios no oficialistas (por su propia naturaleza) ofrecen una información plural y abierta a las corrientes más diversas del pensamiento. ¿Puede hablarse en estas condiciones de un cuadro verdaderamente proclive para el juego democrático, la disidencia y la participación ciudadana?

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