jueves, 13 de septiembre de 2012

Al compás de los días




LA CARTA DEMOCRÁTICA


Durante décadas América Latina osciló en el péndulo trágico de dictadura y democracia. Ciertamente en los últimos años el continente avanza en el camino de estabilizar y afianzar el ejercicio de las instituciones democráticas. En ese esfuerzo en el seno de la OEA se aprobó el 2001 en Lima la Carta Democrática Interamericana, un instrumento que consagra que la legitimidad de los gobiernos radica no sólo en su origen mediante el voto, sino también en sus ejecutorias ajustadas a los valores constitucionales.

En Venezuela el camino de la democracia ha sido inverso. Después de vivir largos períodos de regímenes militaristas, desde 1958 y durante cuarenta años los partidos políticos con la participación activa de la ciudadanía construyeron las bases de un sistema democrático moderno que implicó también importantes niveles de progreso y bienestar. Ello ocurría cuando otras naciones (incluso con mayor tradición en el ejercicio de la democracia) permanecían bajo la bota de sangrientas dictaduras. Hace catorce años y cuando se consideraba consolidado el sistema asomó de nuevo su rostro el fantasma de la dictadura aunque asumiendo formas y apariencia de flexibilidad y convivencia, pero sin ocultar la esencia de un proyecto confiscatorio de los poderes y sus ulteriores objetivos totalitarios.

De esta manera, el tema de la democracia en todas sus implicaciones asume prioridad en el debate nacional y se convierte en la práctica en un nuevo reto para restituir el verdadero valor de las instituciones que le son consustanciales. En esta discusión, urgente y más que necesaria, uno de los venezolanos en capacidad de terciar en ella con entera propiedad es Gustavo Briceño Vivas. Abogado, profesor universitario, creador de la cátedra Reforma de la Carta Democrática Interamericana y más que conocidas sus luchas como promotor de la figura del Ombudsman (El Defensor del Pueblo). Briceño acaba de publicar el libro “Una Carta para la Democracia”, que constituye una rica reflexión  sobre los procesos democráticos y la necesidad de que éstos se profundicen con la presencia de los factores de la sociedad civil.

En este sentido, el autor plantea la necesidad de ampliar los alcances de la CDI confinada por ahora a los estados miembros de la OEA con la participación de los movimientos políticos y sociales de los países miembros que asumen este modelo como un derecho humano ya insustituible de los nuevos tiempos. Por supuesto, el ensayo de Briceño aporta útiles elementos también para comprender el proceso político regresivo que vive Venezuela desde hace catorce años. Todas ellas, razones más que suficientes para que la lectura del texto de Briceño Vivas se haga necesaria así como la comprensión de las enseñanzas que de ella se derivan.

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