EL VERANO ÁRABE
“El
espíritu revolucionario se adueñó de la plaza Tahrir para exigir que el
presidente de Egipto, Mohamed Mursi, deje sin efectos sus últimas decisiones y
para reivindicar el que los islamistas no dominen todos los resortes del poder”
reseña un cable de la agencia EFE del miércoles 28 de noviembre. En el mismo
lugar y a comienzos del 2011 cientos de manifestantes terminaron por obligar a
Hosni Mubarak, con un mandato de más de 30 años a dejar el poder.
Era
el segundo capítulo de la “Primavera Árabe” que comenzó el 27 de diciembre del
2010 con la inmolación de Mohamed Bouazizi en la Plaza de Sidi Bouzid de Túnez.
La acción del joven desempleado desató una tormenta que a los pocos días determinó
que el gobernante Ben Alí, con un mando de 23 años, buscara refugio en Arabia
Saudita. A los días siguientes habrían de repetirse explosiones sociales de la
clase media y los jóvenes impulsadas por el uso de las redes sociales que
colocaron en aprietos a dictadores y dinastías enquistadas en las naciones del
Magreb y el Medio Oriente. Justamente, cuando Mubarak era echado por la repulsa
popular se iniciaba la llamada “Guerra de Libia”. Ella tuvo sus orígenes en la
represión de manifestaciones y protestas en las que Muamar Gadafi, con 41 años gobernando,
debió usar incluso la fuerza aérea. De allí en adelante se desencadenó un
conflicto con intervención de la
OTAN y la ONU
que tuvo un punto culminante con el asesinato del dictador. Pero ya en Siria
comenzaba lo que ha sido una larga y sangrienta confrontación de sectores
opositores contra el gobierno dinástico de Bashar Al Asaad.
“La Primavera Árabe” fue
vista por la diplomacia occidental como el comienzo de una redefinición
política que significaba la liquidación de regímenes dictatoriales y el inicio
de un proceso que habría de conducir a esos países hacia un progresivo rescate
de las libertades democráticas. A dos años del gesto de Bouazizi ¿cuál es el
balance de esta moderna y original revolución? Para el analista Javier
Valenzuela “lo iniciado en el Norte de África y Oriente Próximo en el 2011 es
un nuevo ciclo histórico, algo que durará años, que tendrá avances, pausas y
retrocesos, que conocerá victorias y derrotas”. Según su análisis “una
revolución no es otra cosa que la encarnación de unas determinadas ideas
transformadoras, las de libertad y dignidad en el caso de la “Primavera Árabe”
en combativos movimientos populares”.
Para abordar el tema Algón
Editores de Madrid acaba de publicar un excelente ensayo de los académicos
Jesús Gil Fuensanta, Alejandro Lorca y Ariel José James con el título “Tribus,
Armas, Petróleo”. Es sin duda la primera aproximación para un diagnostico de un
proceso que habrá de seguir conmoviendo una de las zonas estratégicas del
mundo.
Según
los expertos se trata de una revolución “en este caso trasnacional porque en
ella están presentes la dimensión de las transformaciones coyunturales y la de
las transformaciones sistémicas. En Líbia, Túnez, Egipto, Yemen o Siria se está
gestando una explosión de las formas tradicionales de gobernanza que tienen
implicaciones sociales de largo alcance para cada una de estas naciones”. La
visión de esta problemática supone un análisis “quizás tan complejo como el de
la revolución rusa en 1917-una tarea que si fue llevada a cabo por Rosa
Luxemburgo- o la francesa en 1789-efectuado en su época por Burke, Hegel y De
Maestre-, justo en el momento en el que el proceso revolucionario estaba
teniendo lugar”. Esta consideración no indica que el curso de los cambios opere
hacia la consolidación de modelos democráticos. Según los autores “no estamos aún
en presencia de una revolución socio-económica profunda, al estilo de las
revoluciones clásicas como la rusa o la china sino de una revolución de los
hábitos, creencias, patrones, significados, valores, normas y símbolos de la
cultura política tradicional”. De allí que este proceso apuntaría a reforzar
más que a disolver los tradicionales vínculos comunitarios y religiosos de la
zona, “no es una revolución contra la tradición, sino contra una forma
específica de manipular la tradición desde la tradición misma”.
Una
visión igualmente valiosa es la del periodista Jon Lee Anderson de la revista The New Yorker quien de paso por Caracas
ofreció sus opiniones, que en este caso tienen además el valor de ser emitidas
por un reportero que ha vivido directamente a lo largo de dos años los
episodios más dramáticos de esta transformación. Para él se trata de una
conmoción global del área no ajena a las modificaciones que se están dando en
la geopolítica mundial. En su opinión habría que comenzar por la invasión de
Irak, por Estados Unidos y Gran Bretaña el 2003 y que provocó el derrocamiento
de Sadam Hussein. Lee, que dejó plasmados aquellos acontecimientos en el libro
“La caída de Bagdad”, ahora recuerda que las razones que se invocaron para la
operación bélica no sólo eran inconsistentes sino que sus resultados han sido
opuestos a ellas. De este modo, hoy en día “en Irak no hay gobierno y es un
país devorado por la violencia de las etnias y grupos religiosos”. De allí que
vaticine que lo que ocurra en Siria podría
conducir a una nueva intervención internacional parecida a la de Irak, que tendría
repercusiones en la recomposición del ajedrez político internacional.
Opiniones
parecidas se manejan en el alto nivel de la diplomacia de Israel, país que si
bien no es afectado por el virus primaveral de sus vecinos, será sin duda
alguna uno de los escenarios de los
conflictos previsibles en la zona y que ya parecen marchar con mucha velocidad.
Una tarde de mayo de este año en Tel Aviv un alto funcionario de la coalición
en el gobierno comentaba después de un prolijo balance de hipótesis y
escenarios de conflictos, que lo que un año atrás se presagiaba como una
primavera está resultando y resultará, paradójicamente, un impredecible “verano
árabe”.
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