EL SUICIDIO DEL PODER
Desde
muy joven Mario Vargas Llosa confiesa haber tenido un especial interés por la
historia venezolana. El hecho de que en 1967 resultara ganador del I Premio Internacional de Novela “Rómulo
Gallegos”, con su obra “La Casa Verde ”
(que significó el salto del llamado boom de
la literatura latinoamericana), también lo vinculó a numerosos políticos e
intelectuales de Venezuela. De allí en adelante han sido frecuentes sus visitas
al país y en sus artículos semanales ha
venido reflejando el proceso político de la nación desde aquellos días cuando
recibió el galardón en tiempos de
guerrillas y represión. Estas circunstancias le han servido al periodista Juan
Carlos Zapata para darle seguimiento a los pasos de Vargas Llosa en territorio
venezolano y las numerosas actividades que en él le ha tocado cumplir.
De
esta manera, el novelista peruano sirve de pretexto para que Zapata intente una
reconstrucción de los episodios más significativos de los últimos años de la política
nacional. Reportero acucioso y con dotes de buen narrador, Zapata ha publicado
varios libros que han merecido el reconocimiento de la crítica y de los
lectores. Ahora en “El suicidio del poder” (una frase del propio Vargas Llosa) Zapata
utiliza la técnica del monólogo en primera persona mezclado con la crónica,
ensayos y vivencias periodísticas para trazar un excelente panorama de las
circunstancias que condujeron al nacimiento del chavismo y las consecuencias ya
conocidas que este fenómeno supuso para los venezolanos.
En
los textos se da cuenta de las entrevistas de Vargas Llosa con los mandatarios
venezolanos en momentos en que el país enfrentaba situaciones conflictivas.
Zapata internaliza a los entrevistados y en un relato libre va dando cuenta de
lo que entonces deberían pensar los gobernantes. Por supuesto hay mucho de
relato fabulado, pero éste combinado con circunstancias y situaciones que el autor
vivió como reportero. “Jaime Lusinchi en el paraíso de los tontos”; “La
verdadera muerte de Carlos Andrés Pérez”; “El intelectual analfabeta”; “La guerra
santa de Rafael Caldera”; “La decadencia de Rómulo Betancourt”; “El empresario
toma la palabra”; “La guerrilla llega a casa” entre otros, son capítulos que
refrescan la historia y que revelan hechos desconocidos ahora en el lenguaje de
una interesante y atractiva novela.
“El
suicidio del poder” tiene además la virtud de acercarnos al proceso político
más reciente, sin que el autor tome partido en el juego de la polarización irreflexiva
que en los últimos días abraza de nuevo al país. Si bien es cierto que la
naturaleza del proyecto chavista estableció un deslinde político y social entre
los venezolanos que tuvo expresiones críticas en los acontecimientos del 2002,
2003 y 2004, también es cierto que en los últimos años se impuso el camino
electoral como una manera de apuntalar la confrontación en términos cívicos.
Era de esperarse que la desaparición de Chávez (cuya personalidad, estilo y
lenguaje eran de por sí polarizadores), diera paso a un clima que permitiera a
las fuerzas políticas, sin renunciar a sus principios y visiones divergentes, facilitar
un clima de estabilidad que permitiera condiciones mínimas de convivencia.
Las
últimas semanas por el contrario han estado marcadas por un clima de violencia
y pugnacidad que de profundizarse podría
conducir a una etapa de ingobernabilidad y de tensiones mucho más graves que
las que debió enfrentar Chávez en los momentos más difíciles de su mandato. Estos
elementos hacen aún más necesario el regreso a la literatura y a los textos de la
historia más reciente como una manera de abordar el futuro. “El suicidio del
poder” es un texto útil en este sentido porque como dice el prologuista Álvaro
Vargas Llosa: “Zapata ejecuta una radiografía política y moral de su país y nos
muestra como una clase dirigente que empezó significando la buena cara del
continente acabó en lo que está convertida hoy”. Añade: “Uno no emerge de estas
páginas con desaliento sino con una melancolía no exenta de estímulos para
imaginar una Venezuela mejor”.
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