jueves, 29 de agosto de 2013

Fábula Cotidiana

Armas químicas y petróleo

Los jefes militares de diez países, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido y Francia, planifican en Jordania una intervención militar en Siria. Una acción que se considera ya decidida e inminente, tanto que incluso se ha estimado que dure solamente una semana. Por supuesto, se trata de una noticia que era previsible después de dos años y medio de un conflicto entre grupos rebeldes que enfrentan al gobierno de Bashar Al Assad, en lo que parecía al comienzo de un episodio más de la llamada “Primavera Árabe”. El presidente norteamericano Barack Obama, según reportan los cables, estudia una opción que no incluye el derrocamiento del mandatario, quien ha dicho que resistirá la intervención con todas sus fuerzas. 

El primer ministro británico David Cameron y el presidente de Francia, François Hollande, aseguran que el objetivo es reducir la capacidad de utilización de “armas químicas” del régimen. Mientras tanto, una misión de la ONU trata de establecer si ciertamente éstas se usaron en las afueras de Damasco la semana pasada. Rusia disiente de la medida, lo mismo que Egipto, país envuelto también en un conflicto de considerable proporciones mientras el ministro de Defensa de Irán, Hosein Dehqan, advierte que la acción militar “amenazaría la estabilidad y la seguridad de la región, dado que ese país es el principal aliado regional de Al-Assad”. 

El argumento de las “armas químicas” ha sido usado ya en dos oportunidades anteriores que culminaron en severos conflictos en Irak y Libia, incluso con la muerte de sus líderes Saddam Hussein y Muamar Gadafi. ¿Podría ser ese el desenlace de la crisis siria? El 20 de marzo de 2003 el gobierno de George W. Bush, con el apoyo de Gran Bretaña, España, Polonia, Portugal y otras naciones, contrariando una decisión de la ONU, inició la Invasión de Irak con el pretexto de que el régimen de Saddam Hussein contaba con “armas de destrucción masiva” y que ello representaba un peligro para la paz mundial, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra New York y Washington. La ocupación dio inicio a la llamada “Guerra de Irak” que se prolongó por casi una década y que implicó la destrucción del entonces poderoso ejército iraquí y un período de ocupación directa norteamericana. Ya antes y en paralelo, Bush había iniciado la Guerra de Afganistán, país que ofrecía albergue y protección al grupo Al-Qaeda y a su líder Osama Bin Laden. 

El 13 de diciembre de ese año, Saddam Hussein fue apresado mientras se permanecía escondido en un sótano en los alrededores de su localidad natal, Tikrit. Sometido a juicio, fue ejecutado el 30 de diciembre de 2006. ¿Pero acaso la ocupación decretó la paz de ese país? Todo lo contrario. Desde entonces cada día crece la contabilidad de atentados y muertes entre los grupos religiosos y hoy en día es un país políticamente a la deriva, sin la existencia de un Estado de Derecho, pese a los esfuerzos hechos por construir un sistema democrático en un territorio que parece poco apto para ello. Pese a la guerra, las principales regiones petroleras no fueron afectadas y hoy registran una producción de 2.750.000 barriles diarios, con tendencia a la expansión y con la presencia creciente de empresas extranjeras. 

A comienzos de 2011 estalló la “Primavera Árabe” en el norte de África con la expulsión del gobernante Ben Alí de Túnez, que desató un efecto contagio en la zona y que rápidamente se extendió a Egipto, y obligó con los meses a la renuncia del presidente Mubarak. En Libia, se registraron protestas que fueron adquiriendo fuerza con los días y que condujeron a una brutal represión. En este caso, la intervención fue distinta a lo ocurrido en Irak. Francia planteó ante la OTAN la necesidad de “acciones quirúrgicas” para evitar el genocidio de los rebeldes. Pero era sólo un pretexto, porque a la larga se convirtió en una intervención con todas las de la ley que culminó con la toma de Trípoli y la muerte de Gadafi, capturado el 20 de octubre de 2011 en una tubería en las afueras de Sirte. ¿Qué ha pasado desde entonces? Para el periodista Jon Lee Anderson, quien cubrió día a día el conflicto: “con la muerte de Gadafi lo que tenemos en Libia son 500 milicias o más que ocupan territorios, una verdadera convulsión tribal, un caos total y ya vemos que la hemorragia de Libia se esparce por el interior de África, en Malí por ejemplo, entre otras naciones.” La industria petrolera libia ha logrado recuperarse y mantiene una producción de 2.650.000 barriles diarios e incentiva también inversiones de importante trasnacionales.

El escenario en Siria es totalmente distinto: la propia ubicación del país y el hecho de que Al Assad después de dos años y medio de conflicto haya mantenido y recuperado el control de las principales ciudades, con el apoyo de unas fuerzas armadas cohesionadas, indica que una confrontación podría alcanzar niveles de alta tensión que contaminarían inevitablemente al Medio Oriente. Siria es un modesto productor de petróleo con 600.000 barriles diarios. No es miembro de la OPEP pero pertenece a la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo. Sin embargo, por su territorio circulan importantes oleoductos y cuenta además con la cercanía de Egipto, cuyo Canal de Suez transporta diariamente 2.000.000 de barriles, además de contar con el apoyo de una importante nación petrolera como Irán y de grupos del islamismo más radical.

La incursión en Siria podría ser el comienzo de un verdadero conflicto en gran escala que comprometería severamente la paz mundial y que entre otras consecuencias habría de disparar, por razones geopolíticas, los precios del petróleo en una economía mundial que ahora conoce los rigores de la recesión o en mejor de los casos un modesto crecimiento económico.

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