domingo, 15 de septiembre de 2013

El Carabobeño

“Si vas para Chile…”

El 11 de septiembre de 1973 se abrió un nuevo y trágico capítulo en la historia de Chile. El gobierno de Salvador Allende, a sólo mil días de haber asumido el poder, era derrocado por un golpe militar. Allende, con el apoyo de los partidos de izquierda, había ganado unas elecciones por un estrecho margen y se proponía iniciar un proyecto de transformaciones en la línea de la izquierda marxista. Hasta ese momento persistía la creencia que ello sólo era posible mediante la lucha armada. Los antecedentes de la Revolución Cubana de 1959 y la muerte del Ché Guevara en 1963, serían indicadores de que el método del voto negaba el inicio de procesos revolucionarios.

El triunfo de Allende (consecuencia de una sostenida lucha electoral a lo largo de varios años) despejaba otro camino que habría de ser asumido por la izquierda latinoamericana, castigada por el fracaso de las guerrillas y la subversión urbana. Ello era posible en Chile, un país con una larga tradición de lucha social y con partidos con claras definiciones ideológicas. Por supuesto, se trataba de un ensayo, de una apuesta que no estaba exenta de graves riesgos. Los cambios prometidos por el mandatario y que comenzaron a ejecutarse mediante una reforma agraria radical y controles en sectores de la producción privada, iban a provocar una respuesta de aquellos espacios que se consideraban amenazados por la visión marxista de la economía.

Chile vivió tres años de graves tensiones a las cuales no escapó el contexto internacional. La experiencia se daba en el marco de la Guerra Fría y la consolidación de un régimen de esta naturaleza representaba un ejemplo seguramente a seguir en otras naciones urgidas de reacomodos sociales y económicos. Al mismo tiempo, los partidos y grupos de izquierda que le apoyaban alentados por Fidel Castro, encontraban en el modelo una referencia demasiado importante. Si bien en el plano interno se generó una polarización traumática entre derecha e izquierda, en el plano exterior también se trataba de tomar posiciones a favor y en contra. El ejército chileno, con una tradición prusiana y con el estímulo directo de Washington, impulsó una resistencia que condujo finalmente al Golpe de Estado dirigido por Augusto Pinochet y que obligó al presidente Allende a jugar la carta extrema del suicidio. Pinochet, quien gobernó 17 años con mano dura  y definió una dictadura brutal, tuvo sin embargo la posibilidad de acometer una política económica que significó la modernización y adecuación de Chile a las nuevas  circunstancias de la economía mundial.

Pinochet recordó años después la motivación del sangriento asalto al poder del 11 de septiembre: “Mi idea al respecto era por cierto muy diferente. Si el Ejército y las FFAA intervenían contra el Gobierno marxista, sería para producir cambios trascendentales en los más amplios y variados aspectos de la vida nacional, a fin de corregir las gravísimas deformaciones que la política tradicional había ocasionado con el correr de los años. Por lo tanto, las Fuerzas Armadas tenían que permanecer en el Poder un período determinado hasta modernizar la vida chilena, restablecer la convivencia, crear un régimen institucional acorde con los problemas y amenazas de la época y dejar a la Nación en condiciones de defender su nueva democracia. De otra manera era preferible no hacer absolutamente nada, pues si todo fuera a culminar en el retorno de ciertos políticos, volvería el país a corto plazo a una situación aún peor de la que vivíamos”.

A 40 años de aquellos sucesos, Chile ha vivido un período de recuperación y alternancia democrática entre los partidos de la llamada “concertación”. Sin embargo, como se comprobó este miércoles 11, las heridas causadas por la dictadura no se han cerrado. El próximo 17 de noviembre se realizarán elecciones presidenciales y curiosamente, la contienda habrá de definirse entre dos mujeres: la favorita Michelle Bachelet, hija de un ex ministro de la Defensa de Salvador Allende y Evelyn Matthei, hija de un ex ministro de la Defensa de Augusto Pinochet. Hay tensiones y por supuesto, una radicalización electoral pero a salvo de la tragedia que se vivió el 11 de septiembre de 1973 en el Palacio de La Moneda y que se prolongó durante los años siguientes.

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