“Si vas para Chile…”
El 11 de
septiembre de 1973 se abrió un nuevo y trágico capítulo en la historia de
Chile. El gobierno de Salvador Allende, a sólo mil días de haber asumido el
poder, era derrocado por un golpe militar. Allende, con el apoyo de los
partidos de izquierda, había ganado unas elecciones por un estrecho margen y se
proponía iniciar un proyecto de transformaciones en la línea de la izquierda
marxista. Hasta ese momento persistía la creencia que ello sólo era posible mediante
la lucha armada. Los antecedentes de la Revolución Cubana
de 1959 y la muerte del Ché Guevara en 1963, serían indicadores de que el
método del voto negaba el inicio de procesos revolucionarios.
El triunfo de
Allende (consecuencia de una sostenida lucha electoral a lo largo de varios
años) despejaba otro camino que habría de ser asumido por la izquierda
latinoamericana, castigada por el fracaso de las guerrillas y la subversión
urbana. Ello era posible en Chile, un país con una larga tradición de lucha
social y con partidos con claras definiciones ideológicas. Por supuesto, se
trataba de un ensayo, de una apuesta que no estaba exenta de graves riesgos.
Los cambios prometidos por el mandatario y que comenzaron a ejecutarse mediante
una reforma agraria radical y controles en sectores de la producción privada,
iban a provocar una respuesta de aquellos espacios que se consideraban
amenazados por la visión marxista de la economía.
Chile vivió
tres años de graves tensiones a las cuales no escapó el contexto internacional.
La experiencia se daba en el marco de la Guerra
Fría y la consolidación de un régimen de esta naturaleza
representaba un ejemplo seguramente a seguir en otras naciones urgidas de reacomodos
sociales y económicos. Al mismo tiempo, los partidos y grupos de izquierda que
le apoyaban alentados por Fidel Castro, encontraban en el modelo una referencia
demasiado importante. Si bien en el plano interno se generó una polarización
traumática entre derecha e izquierda, en el plano exterior también se trataba
de tomar posiciones a favor y en contra. El ejército chileno, con una tradición
prusiana y con el estímulo directo de Washington, impulsó una resistencia que
condujo finalmente al Golpe de Estado dirigido por Augusto Pinochet y que
obligó al presidente Allende a jugar la carta extrema del suicidio. Pinochet,
quien gobernó 17 años con mano dura y
definió una dictadura brutal, tuvo sin embargo la posibilidad de acometer una
política económica que significó la modernización y adecuación de Chile a las
nuevas circunstancias de la economía
mundial.
Pinochet
recordó años después la motivación del sangriento asalto al poder del 11 de
septiembre: “Mi idea al respecto era por
cierto muy diferente. Si el Ejército y las FFAA intervenían contra el Gobierno
marxista, sería para producir cambios trascendentales en los más amplios y
variados aspectos de la vida nacional, a fin de corregir las gravísimas
deformaciones que la política tradicional había ocasionado con el correr de los
años. Por lo tanto, las Fuerzas Armadas tenían que permanecer en el Poder un
período determinado hasta modernizar la vida chilena, restablecer la
convivencia, crear un régimen institucional acorde con los problemas y amenazas
de la época y dejar a la Nación
en condiciones de defender su nueva democracia. De otra manera era preferible
no hacer absolutamente nada, pues si todo fuera a culminar en el retorno de
ciertos políticos, volvería el país a corto plazo a una situación aún peor de
la que vivíamos”.
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