Septiembre de 1958
La caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 abrió paso a un período de turbulencia. El torrente popular que se expresó en las calles los días previos a la fuga del dictador, era infinitamente superior a la capacidad de los partidos, cuyas dirigencias habían permanecido en la clandestinidad o el exilio. No se trataba del reencuentro con un sistema de libertades, sino de construir un nuevo modelo de gobierno sobre bases frágiles e inciertas.
Rómulo Betancourt (AD), Jóvito Villalba (URD), Gustavo Machado (PCV) y Rafael Caldera (Copei), quien había abandonado el país días antes, encontraban una Venezuela prácticamente irreconocible, no sólo por la transformación material de Caracas, sino porque debían convivir con jóvenes dirigentes inquietos y afanosos que habían enfrentado la lucha clandestina. El perezjimenismo estaba casi intacto y la ausencia del dictador no significaba que los factores que lo habían sustentado no mantuvieran aún espacios de poder. La Junta de Gobierno presidida por Wolfang Larrazábal debía administrarse sobre un terreno movedizo.
En las calles seguía una frenética activación. La urbanización “2 de Diciembre”, edificada por Pérez Jiménez para sectores populares, fue rebautizada como “23 de Enero”. Centenares de desempleados por el colapso de las obras públicas organizaban manifestaciones frente a Miraflores y hubo la necesidad de instrumentar un “Plan de Emergencia” para prevenir situaciones de violencia. La Junta Patriótica que agrupaba representantes de los partidos fue ampliada a 17 miembros, con la incorporación de independientes y delegados de los empresarios y trabajadores. Larrazábal prometía para finales de ese año elecciones para una Asamblea Constituyente que finalmente se transformó en elección presidencial y para un Congreso que tendría el mandato de redactar un nuevo texto constitucional.
En el mes de abril, es reemplazado sorpresivamente el subjefe del Estado Mayor Hugo Trejo (uno de los líderes de la rebelión militar del 1 de enero) y enviado a un cargo diplomático en Costa Rica, mientras crecían los rumores sobre sublevaciones y golpes de Estado. En mayo, Eugenio Mendoza y Blas Lamberti (los dos miembros civiles de la Junta) presentan su renuncia y son sustituidos por Arturo Sosa y Edgar Sanabria. El 22 de julio se detecta un intento de insurrección encabezado por el ministro de la Defensa, Jesús María Castro León. En un documento el militar plantea la ilegalización de AD y el PCV; la vigencia de las disposiciones represivas de la dictadura; y propone que la Presidencia sea asumida por el empresario Eugenio Mendoza.
Los estudiantes toman la calle en defensa de la democracia, pero también para garantizar el orden público. La unión de ellos y los trabajadores en una concentración de más de 250.000 personas en El Silencio, obliga a la renuncia de Castro León y a su salida del país. Con él se marchan Martín Parada (otro líder del alzamiento de enero) y Juan de Dios Moncada Vidal (exjefe del Estado Mayor Conjunto).
El 7 de septiembre a las 3:05 a.m. el Coronel Marco A. Moro, jefe del Ejército, anuncia en cadena radial que ha estallado un nuevo intento para derrocar la Junta e informa de la detención de los cabecillas del movimiento: Moncada Vidal y Ely Mendoza Méndez, ambos expulsados días antes junto a Castro León. El anuncio de su detención no se correspondía con la verdad y sólo buscaba tranquilizar los ánimos de una población inquieta por los sobresaltos políticos. Los insurrectos asaltan Radio Rumbos, la Escuela de Policías de Caracas y la sede del PCV en la esquina de Llaguno. En minutos se desata la indignación colectiva. Radio Caracas se convierte en el centro de operaciones de los partidos. Por AD llegan Raúl Leoni y Simón Sáez Mérida; el Frente Sindical Unificado lanza un mensaje leído por José González Navarro y Rodolfo Quintero; los dirigentes del Frente Estudiantil llaman a la movilización y el rector encargado de la UCV, José Luis Salcedo Bastardo, exhorta a una contundente respuesta universitaria nacional. A la emisora llegan también Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt, mientras Machado, con un grupo de dirigentes de su partido, toma la calle y se dirige a Miraflores. El presidente Larrazábal despachaba a esa hora, desde la residencia de La Guzmania en Macuto.
Douglas Bravo, asistente de Machado en aquél momento, recuerda que llegaron al Palacio Blanco (Miraflores estaba siendo reconstruido) en un ambiente de incertidumbre y bajo una gruesa descarga de artillería desde La Planicie, donde dirigía operaciones Moncada Vidal. Los estudiantes y obreros comenzaban a concentrarse en la universidad, los liceos y los sindicatos. Se oyen disparos, gritos y protestas, y se registran numerosas muertes. Si el golpe de Castro León había muerto en el congelador, ahora los golpistas disponían de condiciones para una confrontación sangrienta. Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica, llama a un acto de masas en la plaza O’Leary de El Silencio. Cuenta Bravo que en el centro del poder no se tenía certeza sobre los hechos, hasta el punto que guardando las medidas de seguridad, Edgar Sanabria, encargado del despacho presidencial, gateaba silenciosamente sobre la alfombra y se acercaba a Machado preguntándole con frecuencia “¿cómo van las cosas?”.
Machado ordenó a Bravo que estableciera contacto directo con los insurrectos y éste ubica el teléfono de La Planicie y pide hablar con el jefe rebelde a nombre de Larrazábal. Al segundo recibe como respuesta: “el comandante Vidal dice que no habla con pendejos”. Repite la llamada ahora a nombre de Machado. El insurrecto atiende con respeto y Machado le recomienda rendirse ante la imposibilidad de que triunfe la conspiración. Las fuerzas leales, pero sobretodo las oleadas enfurecidas que ocupan las calles, imponen la rendición en horas de la tarde. Machado y Bravo se dirigen hasta La Planicie, donde el líder rebelde saluda a Machado y le hace entrega de su arma. En el fusil FAL de Moncada Vidal, se habían disparado todos los proyectiles. De esta manera se abría el camino hacía la consolidación de la democracia.
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