Un año sin Chávez
A un año de la muerte de Hugo Chávez, ¿hacia dónde marcha su revolución? ¿Después de 15 años conocemos ahora el agotamiento del socialismo del siglo XXI? Chávez no fue solo un jefe del Estado, sino el conductor de un proceso histórico. Su ascenso al poder en 1998; la convocatoria a una Asamblea Constituyente; sus sucesivas reelecciones; la reconversión de la FANB en una fuerza ideologizada; amén de una audaz gestión internacional apuntalada en el ingreso petrolero, definen sin duda una etapa importante de la vida venezolana.
La desaparición del líder, en consecuencia, habría de tener significativas derivaciones para el chavismo, una fuerza que en lo fundamental giraba en torno a su carisma y personalidad. De allí que Maduro, a quien escogió como su heredero, ha debido afrontar en los últimos doce meses situaciones difíciles, que pese a vaticinios en contrario, ha logrado sortear sin mayores costos. Su breve mandato de transición, una campaña electoral relámpago y particularmente violenta, y los resultados cuestionados de la escogencia presidencial que lo favoreció, sin olvidar la tarea de legitimarse ante instancias internacionales, fueron retos no necesariamente fáciles.
Si bien en el plano político podría decirse que en el último año, y sobre todo después de los resultados de las elecciones municipales de diciembre, el país parecía regresar a la normalidad política. Sin embargo, en el plano económico se han venido evidenciando los signos negativos de una propuesta (que ya se sabía inviable) que ahora pronostica un virtual colapso de la economía. El desabastecimiento y la escasez no son un fenómeno estacional, sino el resultado de la falta de producción, la ausencia de estímulos para la inversión, un manejo de las medidas administrativas marcado por la corrupción y el evidente deterioro de la capacidad financiera de Pdvsa. Entre otros, estos son los elementos que explican el cuadro de incertidumbre y desconcierto que viven los venezolanos.
Por supuesto, si como se dijo hace un año, Maduro hubiera realizado las modificaciones ya urgentes en esta materia, a estas alturas el clima nacional sería menos explosivo. Si bien es cierto que ha logrado conciliar los matices, algunos de ellos antagónicos, que conviven en el chavismo, su empeño en mantener un discurso ideológico ya claramente trasnochado, ha contribuido al agravamiento del problema. Las protestas ocurridas en las últimas semanas, caracterizadas por una vigorosa emergencia estudiantil y los condenables abusos de la GNB y los colectivos chavistas, tienen y seguirán teniendo una explicación en un vasto sentimiento nacional de insatisfacción y necesidad de cambio ante una crisis que parece conducir inevitablemente hacia el colapso. Este tendría que ser el tema esencial de cualquier diálogo o negociación.
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