El mar de fondo
La suspensión de las conversaciones entre el gobierno y la MUD (que ahora tratan de salvar los cancilleres de Unasur y el Nuncio Apostólico) era previsible si previamente no se daban las condiciones para que el diálogo desembocara, si no en acuerdos globales, al menos en coincidencias concretas sobre algunos temas. En un cuadro de polarización, exacerbado por los actos de violencia que se han prologando por más de tres meses, es comprensible que existan en sectores de las dos partes resistencia a la posibilidad de lograr aproximaciones concretas.
En el gobierno es evidente que hay factores que juegan al fracaso de una iniciativa impuesta por la realidad, pero que para ellos implicaría finalmente concesiones para la aplicación de un modelo ideológico. Para actores de la alternativa democrática (ello justifica la propuesta de “la salida” de López, Machado y Ledezma) significaría prolongar en el tiempo un cuadro de conflictividad con tendencia al agravamiento que exigiría respuestas que conduzcan a un cambio de gobierno por las vías constitucionales.
¿Cómo se explica en el primer caso el recrudecimiento de la represión con el uso desmedido de los cuerpos militares y policiales para enfrentar protestas (como en el caso de los estudiantes) claramente pacíficas? ¿Cómo se explica en el otro terreno el rechazo a priori a las conversaciones y el diálogo, cuando se trata de mecanismos consustanciales a la política y también a la guerra?
A más de 3 meses de las acciones de calle emprendidas por el movimiento estudiantil y expresiones de la sociedad civil, el balance de 44 muertos, 3.035 detenidos (de los cuales 172 permanecen privados de libertad), invita necesariamente a la reflexión, tanto al gobierno como a los sectores que han participado en estas movilizaciones. Ello sin contar enormes daños materiales en regiones como Caracas, Táchira, Mérida, Carabobo, Aragua, Lara, Zulia y, en menor medida, en el resto de las ciudades.
Sin embargo, el desplazamiento militar y policial no ha reducido las protestas que se reproducen a lo largo y ancho del país, lo que indica que, más allá de las razones de las convocatorias, existe un cuadro de extrema explosividad social mezclado con el agravamiento de problemas de impacto colectivo, como la inseguridad, el desabastecimiento, la escasez y el disparo de los índices inflacionarios.
El alto gobierno debería valorar que la situación ha determinado, como lo revelan la mayoría de las encuestas, un descenso considerable en la credibilidad y popularidad de Nicolás Maduro. Si bien es posible, como suele ocurrir en estos casos, que algunos factores actúen al margen de los objetivos propios de las movilizaciones, lo cierto es que existe un mar de fondo que ha estimulado una situación que de no ser abordada de manera racional y eficaz, amenaza con profundizar esta crisis.
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