jueves, 13 de noviembre de 2014

Fábula Cotidiana

Delgado Chalbaud


“Quiero que todo se sepa, nada debe quedar fuera” habría dicho Marcos Pérez Jiménez horas después del asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, el 13 de noviembre de 1950. A esa hora Rafael Simón Urbina, el principal indiciado, ya había corrido con la misma suerte. Se iniciaba una compleja investigación policial que habría de durar varios meses, y que finalmente estableció las responsabilidades de los autores materiales del magnicidio.
Desde ese día quedó en el aire una pregunta: ¿Quién ordenó la muerte del Presidente de la Junta Militar de Gobierno?; ¿Quién tenía la capacidad para hacerlo y a quién favorecía su desaparición? Si bien es cierto que Urbina era famoso por sus desalmadas aventuras, ahora se trataba de un caso mucho más complejo. En el país quedaba flotando una densa sospecha que se posaba sobre Pérez Jiménez. Compañero de Chalbaud en los golpes de Estado de Octubre del 45 y noviembre del 48, era reconocido como “el poder detrás del trono” del proyecto militarista. Consciente de que su nombre se instalaba en el imaginario nacional, presionó para la designación de un civil como presidente del triunvirato que se llamó Junta Provisional de Gobierno. Germán Suárez Flamerich, prestigioso abogado y uno de los jóvenes revoltosos del año 28, fue escogido para presidirla. La desaparición de  Urbina  sacaba del juego al testigo clave del juicio.
Se iniciaba un proceso que confirmaría las declaraciones iniciales de los ejecutores del crimen pero dejaba sin embargo la interrogante sobre la autoría intelectual. Una  tarde  del 2007 conversé durante horas con Jorge Maldonado Parilli, jefe de la Seguridad Nacional de la época. En el balcón de su apartamento en El Bosque, Maldonado recordó que durante tres días permaneció escoltado por Pérez Jiménez y Llovera Páez, el otro miembro militar de la junta, tomando el testimonio de testigos y sospechosos; y que el resultado no fue distinto a las conclusiones contenidas en el sumario de 670 páginas dado a conocer un año después.
El novelista Federico Vegas encontró un día en  la “Pulpería del Libro Venezolano”, un ejemplar amarillento del grueso expediente. El escritor ya había trabajado con éxito la invasión del “Falke” encabezada por el general Román Delgado Chalbaud desde Danzig hasta las costas de Cumaná en agosto de 1929. Era conocido el episodio de Delgado abatido en la “Calle Larga” de la ciudad  cuando enfrentaba las fuerzas gomecistas. A bordo del “Falke” había permanecido su hijo Carlos, de 22 años, y el escritor José Rafael Pocaterra. Aquel niño marcado tempranamente por los ajetreos militares era el mismo hombre que ahora caía acribillado en la quinta  “Maritza” de Las Mercedes.  
El escritor encontró un pretexto para profundizar en la saga de los Delgado Chalbaud y durante años fue atando cabos para construir una historia que finalmente entregó a los lectores.  Sobre ella escribe Milagros Socorro: “Sumario, ¿es una novela? ¿Es historia? ¿Es un gran reportaje? ¿Es un ensayo sociológico sobre lo permanente venezolano? Es todo eso, pero, sobre todo es un relato fascinante, capaz de morder la yugular de quien tenga la fortuna de sostener este libro en sus manos”. En 775 páginas Vegas escudriña, revisa y reflexiona sobre un episodio cardinal de nuestra historia y resume su trabajo ante la prensa: “gracias a películas basadas en obras de Shakespeare entendí que Delgado Chalbaud era Hamlet y que Macbeth era Urbina”. La trama deja en claro a un Delgado sensible, introvertido, misterioso; y refuerza la leyenda sobre el arrojo y la audacia desmedida de Urbina.
Se concluye que es un capítulo aún no esclarecido del drama venezolano y que Delgado era un estorbo por sus ideas avanzadas para quienes se proponían el regreso a la tiranía. Además, Pérez Jiménez resultaba beneficiario de su muerte  porque le despejaba el camino para instaurar la propuesta  que  lo  atormentaba  desde sus años de cadete. Se revela también que la escena de la quinta Maritza” fue obra de un accidente. Un disparo se escapó de la pistola de Antonio Díaz, uno de los captores, y destrozó el tobillo de Urbina dando paso a una confusión que echó abajo la urdimbre conspirativa. En los años 70 entrevisté a Domingo Urbina, mano derecha de su primo Rafael Simón. En la conversación reconoció que lo ocurrido el 13 de noviembre fue producto de la casualidad, que no hubo ningún plan para asesinar a Delgado y que éste en los minutos previos a su muerte demostró una conmovedora valentía. 
En “Sumario” están los hechos, el examen de numerosas declaraciones, el ambiente de la Caracas de la época y testimonios de protagonistas y testigos. Gracias a ello Urbina sale de la crónica roja y asoma ángulos humanos y Delgado es expuesto en los avatares de su conflictiva existencia. El primero, hijo de la violencia y el segundo, castigado por el azar en una nación atrapada entre civilización y barbarie. ¿Quién mató a Delgado Chalbaud? A los 60 años todavía no hay respuesta. Sin embargo, como dice Vegas: “hay verdades que no necesitan ser comprobadas”.

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