El fraude de Pérez Jiménez
“Antes de la medianoche del 30 de noviembre de 1952 ya se conocía el
resultado de las elecciones. El sistema de escrutinio era fácil y la
población había acudido a numerosas salas. A las 6 pm ya las mesas
electorales estaban contando votos y levantando actas. El 1º de
diciembre Venezuela amanecía como hombre del pueblo que viste ropa
limpia para la alegría dominguera. URD había triunfado en 17 estados en
el Distrito Federal y un territorio. Con 67 escaños en la Asamblea
Constituyente superaba los votos de mayoría”, escribe Mario Briceño
Iragorry. Se derrumbaba el mito de la sociología pesimista venezolana,
según el cual “el gobierno no pierde elecciones”. Las listas
encabezadas por Jóvito Villalba y Briceño Iragorry lograban un
aplastante triunfo.
Hasta ese momento las expectativas había sido favorables al
oficialismo: la oposición se presentaba dividida porque URD y COPEI
inscribieron fórmulas propias; desde la clandestinidad AD hacía llamados
a la abstención; el PC tenía escaso peso electoral; estaba aún reciente
la experiencia traumática del trienio 45-48 gobernado por AD y durante 4
años la etapa de transición proyectaba una vistosa gestión en obras
públicas. Al mismo tiempo, el estatuto electoral establecía severas
limitaciones a los partidos opositores; viejos expertos en las trácalas
electorales estaban al servicio del partido oficialista (FEI), y la
Seguridad Nacional en manos de Pedro Estrada, cumplía una implacable
tarea de represión. Para el plan fraudulento existía sólo un riesgo al
parecer irrelevante: en el Consejo Supremo Electoral actuaban miembros
independientes y representantes de los partidos.
Muy temprano, el 1 de diciembre se reunió el alto mando militar. El
mayor Oscar Tamayo Suárez acompañado de varios oficiales ya enterados de
los resultados, le dijo a Pérez Jiménez: “usted debe conservar el poder
coronel. Nosotros lo apoyamos; eso sí, liquide la Junta y gobierne
solo. Los problemas y las dificultades han surgido del mismo Ejecutivo”.
Pérez Jiménez (que inicialmente no parecía muy convencido de la
jugada), contestó: “si ustedes me apoyan, me quedo”.
En la madrugada del 2, Ignacio Luis Arcaya y Jóvito Villalba,
presidente y secretario general de URD, recibieron un telegrama firmado
por Pérez Jiménez que señalaba: “la institución armada, escarnecida por
ustedes no está dispuesta a admitir que por acuerdos torvos se vaya a
lesionar el prestigio
y el progreso de la nación seriamente comprometida por el triunfo
electoral de Acción Democrática y el Partido Comunista, que URD ha
propiciado”. De esta manera se consumaba el fraude electoral. Ya Vicente
Grisanti, presidente del CSE y 9 miembros más del organismo se habían
negado a la adulteración de las actas y marchaban al escondite o las
embajadas.
El órgano electoral dio a conocer las cifras amañadas de la votación:
Frente Electoral Independiente (oficialismo) 788.031 votos; URD 633.336
votos; COPEI 300.359 votos. La campaña de URD guiada por la oratoria de
Villalba fue una lucha a contracorriente. En condiciones precarias,
llevó un mensaje civilista en el marco de un régimen militarista (aunque
todavía con algunos rasgos de “dictablanda”), asumió los planteamientos
de AD en la clandestinidad sometida a un severo hostigamiento; reclamó
el regreso de los exiliados; la libertad de los presos políticos y
denunció los abusos de las Fuerzas Armadas y los crímenes de la SN.
Villalba levantó la consigna “la solución es la unidad”, en
contraposición al lema de Caldera “COPEI es la solución”, y su mensaje
hizo que la mayoría de los factores democráticos, en una suerte de
unidad por la base, drenaran su votación hacia las planchas urredistas
que incorporaron figuras independientes. La misma noche de la estafa
electoral hubo intentos de resistencia. Alberto Carnevali, jefe de la
clandestinidad, alertó a los contingentes de su partido y, a las horas
se constituyó el Frente Nacional de Resistencia, integrado por
dirigentes de AD, PC y URD. Se convocó a una huelga general y a una
manifestación el 4 de diciembre. La protesta no funcionó y la
movilización fue reprimida muriendo en ella el estudiante comunista
Félix Castillo frente al Bloque Uno de El Silencio.
Por unos días, se abrigó la esperanza de un acuerdo en función de la
instalación de la Asamblea Constituyente. URD y COPEI decidieron no
acudir mientras el PC recomendaba que lo hicieran para no dejar la
instancia sólo en manos del perezjimenismo. Laureano Vallenilla ya en
plan de operador político del régimen, abrió la posibilidad de
negociaciones para ganar tiempo y maquillar la verdadera naturaleza
dictatorial de un proyecto que luego se conocería como “El Nuevo Ideal
Nacional”.
Pérez Jiménez se reunió por separado con Ignacio Luis Arcaya (URD) y
Rafael Caldera (COPEI) y les explicó que había recibido un mensaje de
Washington, en el cual el gobierno de Estados Unidos no reconocería un
mandato de URD. El día 15 se convocó a una reunión crucial de la
dirigencia urredista con Vallenilla. Inicialmente Villalba se negó a
asistir pero su presencia se consideró indispensable. Finalmente acudió
en compañía de Luis Hernández Solís, Ramón Tenorio Sifontes, Humberto
Bártoli, J. A. Medina Sánchez, Raúl Díaz Legórburu y Rafael Raffali. No
fueron atendidos como se esperaba y, en cambio, una comisión policial
los detuvo, los condujo al cuartel de la GN de Jesuitas a Tienda Honda, y
en la madrugada fueron llevados a Maiquetía y desde allí deportados a
Panamá “sin papeles, sin equipaje, sin dinero y sin ningún aviso a sus
familiares”.
A los pocos meses, en las emisoras y rockolas de todo el país se hizo popular la letra de un porro colombiano: “coronel Marcos Pérez Jiménez, Presidente Constitucional/ elegido por el pueblo con orgullo nacional”.
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