martes, 2 de diciembre de 2014

Fábula Cotidiana

El fraude de Pérez Jiménez

“Antes de la medianoche del 30 de noviembre de 1952 ya se conocía el resultado de las elecciones. El sistema de escrutinio era fácil y la población había acudido a numerosas salas. A las 6 pm ya las mesas electorales estaban contando votos y levantando actas. El 1º de diciembre Venezuela amanecía como hombre del pueblo que viste ropa limpia para la alegría dominguera. URD había triunfado en 17 estados en el Distrito Federal y un territorio. Con 67 escaños en la Asamblea Constituyente superaba los votos de mayoría”, escribe Mario Briceño Iragorry.   Se derrumbaba el mito de la sociología pesimista venezolana, según el cual “el gobierno no pierde elecciones”. Las listas encabezadas por Jóvito Villalba y Briceño Iragorry lograban un aplastante triunfo.

Hasta ese momento las expectativas  había sido favorables al oficialismo: la oposición se presentaba dividida porque URD y COPEI inscribieron fórmulas propias; desde la clandestinidad AD hacía llamados a la abstención; el PC tenía escaso peso electoral; estaba aún reciente la experiencia traumática del trienio 45-48 gobernado por AD y durante 4 años la etapa de transición proyectaba una vistosa gestión en obras públicas. Al mismo tiempo, el estatuto electoral establecía severas limitaciones a los partidos opositores; viejos expertos en las trácalas electorales estaban al servicio del partido oficialista (FEI), y la Seguridad Nacional en manos de Pedro Estrada, cumplía una implacable tarea de represión. Para el plan fraudulento existía sólo un riesgo al parecer irrelevante: en el Consejo Supremo Electoral actuaban miembros independientes y representantes de los partidos.

Muy temprano, el 1 de diciembre se reunió el alto mando militar. El mayor Oscar Tamayo Suárez acompañado de varios oficiales ya enterados de los resultados, le dijo a Pérez Jiménez: “usted debe conservar el poder coronel. Nosotros lo apoyamos; eso sí, liquide la Junta y gobierne solo. Los problemas y las dificultades han surgido del mismo Ejecutivo”. Pérez Jiménez (que inicialmente no parecía muy convencido de la jugada), contestó: “si ustedes me apoyan, me quedo”.

En la madrugada del 2, Ignacio Luis Arcaya y Jóvito Villalba, presidente y secretario general de URD, recibieron un telegrama firmado por Pérez Jiménez que señalaba: “la institución armada, escarnecida por ustedes no está dispuesta a admitir que por acuerdos torvos se vaya a lesionar el prestigio y el progreso de la nación seriamente comprometida por el triunfo electoral de Acción Democrática y el Partido Comunista, que URD ha propiciado”. De esta manera se consumaba el fraude electoral. Ya Vicente Grisanti, presidente del CSE y 9 miembros más del organismo se habían negado a la adulteración de las actas y marchaban al escondite o las embajadas.

El órgano electoral dio a conocer las cifras amañadas de la votación: Frente Electoral Independiente (oficialismo) 788.031 votos; URD 633.336 votos; COPEI 300.359 votos. La campaña de URD guiada por la oratoria de Villalba fue una lucha a contracorriente. En condiciones precarias, llevó un mensaje civilista en el marco de un régimen militarista (aunque todavía con algunos rasgos de “dictablanda”), asumió los planteamientos de AD en la clandestinidad sometida a un severo hostigamiento; reclamó el regreso de los exiliados; la libertad de los presos políticos y denunció los abusos de las Fuerzas Armadas y los crímenes de la SN.

Villalba levantó la consigna “la solución es la unidad”, en contraposición al lema de Caldera “COPEI es la solución”, y su mensaje hizo que la mayoría de los factores democráticos, en una suerte de unidad por la base, drenaran su votación hacia las planchas urredistas que incorporaron figuras independientes. La misma noche de la estafa electoral hubo intentos de resistencia. Alberto Carnevali, jefe de la clandestinidad, alertó a los contingentes de su partido y, a las horas se constituyó el Frente Nacional de  Resistencia, integrado por dirigentes de AD, PC y URD. Se  convocó a una huelga general y a una manifestación el 4 de diciembre. La protesta no funcionó y la movilización fue reprimida muriendo en ella el estudiante comunista Félix Castillo frente al Bloque Uno de El Silencio.

Por unos días, se abrigó la esperanza de un acuerdo en función de la instalación de la Asamblea Constituyente. URD y COPEI decidieron no acudir mientras el PC recomendaba que lo hicieran para no dejar la instancia sólo en manos del perezjimenismo. Laureano Vallenilla ya en plan de operador político del régimen, abrió la posibilidad de negociaciones para ganar tiempo y maquillar la verdadera naturaleza dictatorial de un proyecto que luego se conocería como “El Nuevo Ideal Nacional”.

Pérez Jiménez se reunió por separado con Ignacio Luis Arcaya (URD) y Rafael Caldera (COPEI) y les explicó que había recibido un mensaje de Washington,  en el cual el gobierno de Estados Unidos no reconocería un mandato de URD.  El día 15 se convocó a una reunión crucial de la dirigencia urredista con Vallenilla. Inicialmente Villalba se negó a asistir pero su presencia se consideró indispensable. Finalmente acudió en compañía de Luis Hernández Solís, Ramón Tenorio Sifontes, Humberto Bártoli, J. A. Medina Sánchez, Raúl Díaz Legórburu y Rafael Raffali. No fueron atendidos como se esperaba y, en cambio, una comisión policial los detuvo, los condujo al cuartel de la GN de Jesuitas a Tienda Honda, y en la madrugada fueron llevados a Maiquetía y desde allí deportados a Panamá “sin papeles, sin equipaje, sin dinero y sin ningún aviso a sus familiares”.

A los pocos meses, en las emisoras y rockolas de todo el país se hizo popular la letra de un porro colombiano: “coronel Marcos Pérez Jiménez, Presidente Constitucional/ elegido por el pueblo con orgullo nacional”.

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