martes, 24 de febrero de 2015

El Caracazo

El 16 de febrero de 1989 Carlos Andrés Pérez presentó las líneas de un programa de ajuste económico denominado “El Gran Viraje”. El 27 de febrero se registraron disturbios en el eje Guarenas-Guatire. No era la primera vez que ocurrían hechos de este tipo. En los últimos meses el país se había acostumbrado a cierta conflictividad a nivel comunitario y estudiantil. Ahora se trataba de una protesta originada por el aumento de los precios del transporte colectivo. Los manifestantes convirtieron en objetivo de su ira a supermercados y abastos que fueron salvajemente desvalijados. Nadie pensó que en cosa de horas podrían repetirse hechos similares en sectores estratégicos de la capital.

Comenzaban las llamas de “El Caracazo”. Un día antes había entrado en vigencia el aumento del precio de la gasolina, lo que ya era común a lo largo de los últimos años y en este caso, se trataba sólo de un modesto incremento. Todavía no podían sentirse las consecuencias de las medidas anunciadas dos semanas antes y que contemplaban modificaciones en las tarifas de luz, agua, teléfono, el impuesto sobre la renta, los aranceles de aduanas, y para la importación de bienes; además de establecer un nuevo esquema cambiario con un cambio único determinado por la oferta y la demanda. ¿A qué obedecía entonces el desbordamiento de sectores sociales que habría de cobrar mayor fuerza durante las horas siguientes y que obligaría al toque de queda, la suspensión de garantías y el uso de la fuerza militar? Para los grupos de oposición se trataba de un rechazo automático a las medidas contempladas en
el llamado “paquete económico” que suponían cambios en la economía. Todo obedecería a las indicaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) un organismo que recomendaba drásticas restricciones para las complicaciones económicas. ¿Era indispensable la receta fondomonetarista (simplificada con la definición de “neoliberal”) para afrontar la situación venezolana que no registraba la gravedad de los países vecinos? ¿Acaso la reciente victoria
de Carlos Andrés Pérez y su nuevo gobierno no prometían en el imaginario colectivo el regreso a una etapa de holgura, estimulo al consumo, pleno empleo y logros sociales?

El hecho cierto es que la protesta se extendió a otras zonas de Caracas y que todavía el 1 de marzo se produjeron saqueos en Petare, Catia, 23 de Enero, El Cementerio, San Bernardino, San Martin, Prado de María, Lomas de Urdaneta, Lídice y El Guarataro. Las agencias noticiosas transmitían la cifra de más de un millar de muertos mientras las autoridades reconocían apenas doscientos. La Morgue de Bello Monte se declaraba en emergencia. Un cable de la AFP informaba: “Barricadas, marchas y saqueos se produjeron en varias de las principales ciudades de Venezuela al comenzar la aplicación de alzas en las tarifas del transporte público, la más visible consecuencia de un paquete de ajustes acordado con el FMI.

El alza oficial del 30% en esas tarifas que siguió a una duplicación en los precios de combustibles y lubricantes, sirvió como detonante para la oleada de las protestas callejeras”. Carlos Andrés Pérez tuvo una explicación de lo ocurrido: “Al llegar al gobierno encontré no sólo las arcas vacías y el problema de la escasez de divisas para la importación sino también el desabastecimiento que había creado la política de control de precios y de control de cambio”.  

Con el tiempo es posible valorar que varios factores decretaron la conmoción. El alza del pasaje urbano y el prolongado desabastecimiento de artículos de primera necesidad durante el gobierno de Lusinchi estimulaban un clima de tensión reprimida que detonó aquella mañana. La cobertura televisiva de los motines en tiempo real desató un “efecto-demostración” no sólo en las barriadas sino que hombres y mujeres de la clase media saquearon tiendas en los centros comerciales con implacable furia. La Policía Metropolitana era incapaz de restablecer el orden y más bien en algunas zonas sus agentes se convirtieron en saqueadores, porque el cuerpo enfrentaba una situación de anarquía que obligó poco después a su intervención. El uso de las Fuerzas Armadas resultó contraproducente por cuanto éstas están preparadas para acciones de guerra y no para atender alteraciones del orden público.


Los hechos o la “revuelta consumista” como la califica María Sol Pérez Schael, significaba una novedosa y agresiva reacción de grupos sociales que actuaron sin responder a líneas políticas ni a líderes conocidos. Por ello resulta temerario suponer que las sangrientas acciones fueran una respuesta a medidas cuyos efectos todavía no eran sentidos por la población. Sería más bien una evidencia del malestar de las clases más necesitadas por su veloz empobrecimiento como obra de la devaluación sostenida de la moneda y la pérdida de su calidad de vida. Se reflejaba también la nueva composición de la marginalidad, fortalecida por contingentes inmigratorios de naciones andinas y caribeñas portadoras de una mayor rabia social, y por último, dejaba al descubierto la falta de representatividad de los liderazgos tradicionales y la ausencia de expresiones contestatarias. No obstante, para el chavismo la lectura hubo de simplificarse al máximo: “El Caracazo” habría sido la partida de nacimiento de un proceso revolucionario que se alimenta de una interpretación demasiado ligera y caprichosa de la historia.

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