Obama inició en diciembre las negociaciones con Cuba para restablecer, 56 años después, las relaciones diplomáticas y comerciales como vía para eliminar el bloqueo económico que pesa sobre la isla. El proceso avanza y es saludado como un “hecho histórico”.
Obama insistió (pese a la oposición activa de Israel) en las negociaciones con Irán para regular y supervisar su programa nuclear. Se acaba de suscribir un acuerdo marco entre este país y las seis principales potencias del mundo para en un plazo de tres meses formalizar un arreglo definitivo. Con excepción de Israel, las naciones del resto del mundo lo celebran como una conquista histórica para la paz.
Obama, en días pasados, firmó un decreto donde establece que “Venezuela es una amenaza para la seguridad nacional de su país” y ordenó sancionar a varios funcionarios militares del régimen chavista. Nadie discute el derecho de Estados Unidos a dictar estas medidas. De hecho, en este caso se explicarían como una respuesta a las sanciones anunciadas por Maduro previamente contra altos exfuncionarios estadounidenses que incluyeron al propio expresidente George W. Bush. Pero la calificación de “amenaza” parece “exagerada” para algunos países, incluso no sólo de la región, y como un “precedente peligroso y violatorio del derecho internacional”, para otros.
¿Qué ha pasado? En vísperas de la “Cumbre de las Américas” en Panamá, Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado de EE.UU. para Latinoamérica, ha manifestado estar decepcionada por la reacción de los países y líderes de la región que “demonizan a Estados Unidos”.
¿Obama no suponía y esperaba esa respuesta? ¡Claro que la esperaba! ¿Y entonces, por qué lo hizo? Sencillamente, para bajar la presión y ofrecer una prenda al sector republicano de Florida encabezado por el senador y aspirante presidencial Marco Rubio, quien ha venido exigiendo ese tipo de trato contra el gobierno venezolano; y desde luego, porque el Partido Republicano posee la mayoría en las dos cámaras del Congreso y ha anunciado que complicará con sus votos las discusiones de los temas de Cuba e Irán. En la diplomacia también se gana y se pierde.
Obama insistió (pese a la oposición activa de Israel) en las negociaciones con Irán para regular y supervisar su programa nuclear. Se acaba de suscribir un acuerdo marco entre este país y las seis principales potencias del mundo para en un plazo de tres meses formalizar un arreglo definitivo. Con excepción de Israel, las naciones del resto del mundo lo celebran como una conquista histórica para la paz.
Obama, en días pasados, firmó un decreto donde establece que “Venezuela es una amenaza para la seguridad nacional de su país” y ordenó sancionar a varios funcionarios militares del régimen chavista. Nadie discute el derecho de Estados Unidos a dictar estas medidas. De hecho, en este caso se explicarían como una respuesta a las sanciones anunciadas por Maduro previamente contra altos exfuncionarios estadounidenses que incluyeron al propio expresidente George W. Bush. Pero la calificación de “amenaza” parece “exagerada” para algunos países, incluso no sólo de la región, y como un “precedente peligroso y violatorio del derecho internacional”, para otros.
¿Qué ha pasado? En vísperas de la “Cumbre de las Américas” en Panamá, Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado de EE.UU. para Latinoamérica, ha manifestado estar decepcionada por la reacción de los países y líderes de la región que “demonizan a Estados Unidos”.
¿Obama no suponía y esperaba esa respuesta? ¡Claro que la esperaba! ¿Y entonces, por qué lo hizo? Sencillamente, para bajar la presión y ofrecer una prenda al sector republicano de Florida encabezado por el senador y aspirante presidencial Marco Rubio, quien ha venido exigiendo ese tipo de trato contra el gobierno venezolano; y desde luego, porque el Partido Republicano posee la mayoría en las dos cámaras del Congreso y ha anunciado que complicará con sus votos las discusiones de los temas de Cuba e Irán. En la diplomacia también se gana y se pierde.
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