GUYANA: LA
REBELION DE RUPUNUNI
Valerie Hart entró a la Casa Amarilla la
tarde del 3 de enero de 1969. El día anterior la población amerindia de
Rupununi en Guyana se declaraba en rebeldía contra el gobierno de Forbes
Burnham. Cuando estrechó la mano del canciller Ignacio Iribarren Borges,
recobró cierta dosis de la seguridad que había perdido después de un largo
desvelo. Sobre un espacio cuasiselvático, marcado por pequeñas y medianas
fincas de ganado y a más de 400 kilómetros al sur de Georgetown, estallaba
la confabulación separatista. Valerie Hart hizo una relación de los hechos que
habían conducido a que fuera designada presidenta de un Comité Provisional de
Gobierno. Burnham negaba derechos a los 40 mil nativos y pobladores de la zona.
Su ministro de Agricultura Robert Jordan les había explicado, como parte de una
política racista que no le serían
validados los títulos de propiedad de las tierras y advertido que la zona sería
repoblada con población negra, sobre la cual Burnham sustentaba su fuerza
política.
Valerie Hart le dijo a Iribarren Borges que la
intención de los insurrectos era convertir a Rupununi en un territorio
independiente bajo protección venezolana. El canciller conocía de los planes de
protección de la frontera del Esequibo que dirigían el ministro del Interior
Reinaldo Leandro Mora, el general de brigada Raúl Jiménez Gainza, el capitán
Jacobo Yépez Daza y el cubano-venezolano Orlando García que después se haría
famoso como jefe de seguridad de Carlos Andrés Pérez. Valerie Hart relató la
operación. Los aeropuertos de Lettem y Annai, fueron bloqueados con tambores de
gasolina, mientras los insurrectos leían la proclama del movimiento “Guyveno”
(Guyanés-venezolano), que tenía como símbolo un arco y una flecha. Jim Hart (su
esposo), Harold Melville, y Maurice Mitchell encabezaron la acción con el apoyo
de 100 personas en su mayoría mujeres armadas de escopetas. Valerie Hart
esperaba con angustia las palabras del canciller. El funcionario explicó que
Venezuela estaba comprometida con el Acuerdo de Ginebra con Inglaterra y Guyana
firmado en 1966, y que no podía intervenir de ninguna manera a favor de los
rebeldes. Un año antes, en la Asamblea General de la ONU , Burnham denunció una
supuesta estrategia venezolana para anexarse por la fuerza la zona en
reclamación. El 4 de enero desde Ciudad Bolívar llegó a Santa Elena de Uairén
el capitán Edgar Gavidia Valero con un mensaje preciso: “los componentes
militares venezolanos debían desbloquear las pistas y comenzar la evacuación de
la población amerindia y de los cabecillas de la revuelta”. No obstante, el
despeje de la pista suponía la llegada en horas de los contingentes de
Georgetown. Un piloto de la línea Guaica que logró permanecer mayor tiempo en
Lettem contó a su regreso las escenas de terror que se desencadenaron cuando
dos C-47 aterrizaron en la zona. Burnham ordenó una implacable limpieza étnica;
las casas fueron incendiadas; los pobladores sometidos a torturas y las mujeres
pasto de violaciones.
Asediado por los periodistas, el canciller Iribarren
Borges se limitó a decir: “Venezuela no considera prestar ayuda militar a los
rebeldes de Guyana”. El presidente Raúl Leoni desde Miraflores aseguró: “no
habrá declaraciones”; mientras que el ministro Leandro Mora fue tajante: “el
movimiento no hubiera fracasado de haber intervenido Venezuela”. A las horas,
desde el hotel “El Conde”, Valerie Hart declaraba indignada: “quiero que se
entienda muy claro que si el gobierno de Venezuela, por presión de los Estados
Unidos, no presta ningún tipo de ayuda a la gente de Rupununi esto equivaldría
a darle su respaldo al gobierno de Burnham”.
A casi cinco décadas de los sucesos, todavía se
discuten las razones por las cuales el gobierno venezolano actuó con extrema
prudencia en el caso, mientras que para otros se trató simplemente de una traición. Es cierto que la insurgencia
obedeció a factores locales pero también lo es que en buena medida el
movimiento fue estimulado por la creciente presencia venezolana en Santa Elena
de Uairén y las zonas aledañas en una política iniciada en 1954 a raíz de la X Conferencia
Interamericana de Caracas. En esa ocasión el diplomático Ramón Carmona reiteró
el reclamo sobre el territorio Esequibo y Pérez Jiménez le planteó el asunto al
Secretario de Estado John Foster Dulles en términos categóricos. El líder
independentista Cheddi Jagan permaneció durante la conferencia en el hotel
“Ávila” de Caracas y luego se constituyó una comisión dirigida por el coronal
Julio César Angola para examinar los escenarios de una ofensiva militar
prevista para 1958. En enero de 1969 las cosas habían cambiado. Un mes antes
Rafael Caldera ganaba la
Presidencia de la República lo cual significaba un cambio después
de dos períodos presidenciales de Acción Democrática y ello supondría variantes
en la política exterior. Es posible también que Washington haya advertido al
presidente saliente sobre el peligro de una guerra civil en Guyana que tendría,
curiosamente, como uno de los factores protagónicos al propio Jagan
comprometido entonces con la estrategia insurreccional de Castro en la región.
Sin embargo, no hay duda que el fracaso de la revuelta y la actitud del
gobierno colocaron a la diplomacia
venezolana en desventaja para discutir y firmar el año siguiente el Protocolo
de Puerto España, mediante el cual se suspendió la reclamación por doce años.
Años después el periodista Américo Fernández de El
Nacional entrevistó en Ciudad Bolívar a Maurice Mitchell, uno de los jefes de
la revuelta, quien recordaba que funcionarios de los ministerios de Relaciones
Exteriores e Interiores le habían prometido: “armas, entrenamiento, una
avioneta y protección en caso de fracasar la revuelta”. Por esos días, en un
poblado de Texas, Valerie Hart recordaba la amarga sensación que sintió aquella
lejana tarde caraqueña.
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