miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA RECETA MÁGICA DE FRANCISCO



Las visitas del Papa Francisco (en dos años y medio de su magisterio) abarcan prácticamente al mundo entero, y han procurado proyectar un mensaje de paz, reconciliación y rescate de aquellos valores pervertidos o liquidados por el rumbo irracional de la actual civilización. Esa es su función y la única que puede realizar. Suponer que sus visitas, como la de los pontífices anteriores, implican órdenes de obligatorio acatamiento para gobiernos y autoridades es sencillamente un disparate. Lo que tiene que valorarse es hasta dónde sus mensajes tienen acogida, y en algunos casos, sensibilizan a sectores con posiciones encontradas y en muchos casos dramáticamente opuestos. Hasta ahora puede decirse que la prédica de Francisco ha logrado sensibilizar, ablandar, y también reconsiderar posiciones y actitudes en varios de los países visitados. La reciente gira a Cuba y la que realiza en Estados Unidos apuntan en esa dirección. En el caso cubano el simple hecho de que su mediación, conjuntamente con otros países y personalidades mundiales, hayan favorecido el comienzo del restablecimiento de las relaciones entre ese país y Estados Unidos es un logro demasiado importante. Pero no lo es todo, y no podría ser todo; de otra manera no se explicaría durante años un conflicto de esa magnitud. Lo mismo ocurre con la visita a los Estados Unidos, un país mucho más complejo en el orden de las creencias religiosas, y una sociedad agitada por severos cambios económicos y culturales. Suponer que el Papa es portador de una receta mágica para resolver problemas, más que una ingenuidad, es una enorme falta de sentido común. El Papa, si bien transmite mensajes espirituales que atañen a todos los países, en la práctica no tiene (y nadie en el mundo lo tiene) poderes como para solventar situaciones que responden a diversos y contradictorios procesos históricos y sociales.

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