¿HACIA UN NUEVO “PACTO DE PUNTOFIJO”?
El Pacto de “Puntofijo” es una
palabra de uso corriente en el diccionario político venezolano. Para algunos
fue un acuerdo que marcó el comienzo del proceso democrático del siglo XX, y para otros una denominación asociada a
un período de nuevos fracasos y frustraciones. Como siempre, ambas visiones
extremas impiden un juicio
desprejuiciado sobre cuarenta años de historia. Pero lo cierto, es que el
documento firmado el 30 de octubre de 1958 en la casa de Rafael Caldera y
suscrito por los máximos dirigentes de AD, URD Y COPEI implicó un cambio sustancial en la vida del
país.
Fue un convenio político pero también
un contrato social en el cual por primera
vez los partidos coincidieron con
diversos factores sociales para asegurar un clima de entendimiento que
permitiera acometer cambios económicos y sociales pospuestos durante décadas, y
que ya resultaban inaplazables. Fue una declaración
suscrita por los principales partidos que entonces actuaban en el juego
institucional, y si bien, el Partido Comunista fue excluido, había compartido también la
lucha unitaria forjada en la
clandestinidad contra la dictadura perezjimenista. En Nueva York a comienzos de 1958 se realizó el
célebre encuentro de Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, como
un primer paso para un acuerdo que cobró mayor fuerza luego del derrocamiento
de la dictadura el 23 de enero, el cual facilitó el encuentro de la dirigencia
política con los sectores empresariales, organizaciones sindicales y el vigoroso
movimiento estudiantil de entonces.
El Pacto de “Puntofijo” finalmente
estableció: “ la defensa de la constitucionalidad y el derecho de gobernar
conforme al resultado electoral; un gobierno de unidad nacional, es decir,
considerar equitativamente a los partidos firmantes y otros elementos de la
sociedad en la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador; y un programa
de gobierno mínimo común”· Estas líneas generales – con los altibajos inevitables- sirvieron de marco a
los gobiernos surgidos por elecciones a lo largo de cuatro décadas, más allá de
sus inclinaciones ideológicas y sus propuestas programáticas.
En 1998 la elección presidencial de Hugo Chávez y
su proyecto bolivariano que cristalizó con una nueva constitución un año
después, en teoría habrían de contraponerse a las definiciones contenidas en la
declaración puntofijista. Sin embargo, su base de sustentación (y no podía ser
de otra manera) ha sido el sustrato cultural construido a lo largo de los años
anteriores lo cual se expresó claramente con los resultados de la elecciones
parlamentarias del 6 de diciembre del año pasado, en las cuales los sectores opositores obtuvieron la mayoría
calificada en la Asamblea Nacional.
El nuevo cuadro no obstante, ha
estimulado el choque entre el Ejecutivo, la AN y el TSJ lo cual contribuye a
acentuar y agravar la polarización política que ha vivido el país en los últimos años, y que representa un obstáculo para una eficiente gobernabilidad. Al mismo tiempo, se ha
fortalecido el creciente reclamo a favor de un acuerdo entre los factores
políticos para afrontar un cuadro social y económico que ya asume
características de extrema gravedad.
DIÁLOGO Y CONCILIACIÓN
Tanto los voceros del gobierno y con
especial énfasis el presidente Nicolás Maduro, como los representantes de la
Mesa de la Unidad Democrática y otras instancias como la Iglesia, Fedecámaras, la OEA, la Comunidad Europea, el
Vaticano y la Unasur, entre otras, proponen y apuestan a un diálogo respetuoso,
que establezca medios para disminuir la tensión política como un paso previo y necesario para avanzar hacia la reconciliación nacional, una tarea que ya resulta
urgente y que no implicaría la renuncia a posiciones ideológica ni de
principios de las partes.
El ex jefe del gobierno español José
Luis Rodríguez Zapatero, junto con los ex presidentes Leonel Fernández de
República Dominicana y Martín Torrijos de Panamá con el reconocimiento de ambas
partes exploran ahora la posibilidad
para un dialogo que según Rodríguez Zapatero avalado por la Unasur, la
Comunidad Europea, y el respaldo de la OEA, “va a dar sus frutos y comenzara
con buen pie”. No obstante, el mediador ha repetido que se trata de una tarea
“dura, larga y difícil”.
¿Es posible que el diálogo de formalizarse derive en acuerdos consistentes? ¿Están
realmente tanto el gobierno como la MUD interesados en definir un escenario
para arreglos y coincidencias? Salvo posiciones intransigentes, cerradas al
extremo y cercanas al suicidio, ningún de los actores podría obviar el hecho de que mas allá de las legitimas razones
políticas en juego se trata de articular
un esfuerzo a favor de la población venezolana, que en su conjunto sufre los
efectos de un cuadro critico con imparables niveles de inflación,
desabastecimiento, escasez aguda y el
desbordamiento incontrolable de la
violencia criminal.
Situaciones parecidas y generalmente
de mayor gravedad que la venezolana se
han podido afrontar en otros países mediante las negociaciones y los acuerdos, sin que ello implicase sacrificios ni entrega
de los principios de los protagonistas. Ahora mismo en Colombia (sin que pueda
establecerse en paralelo con el caso venezolano), se culmina un largo ciclo de gestiones
con resultados concretos; para no hablar
de la experiencia chilena tantas veces citada y que tampoco guarda parentesco
con la situación de Venezuela. No
obstante, existen antecedentes y
experiencias validas como lo ocurrido en
Nicaragua con la revolución sandinista o en Perú con el régimen nacionalista de
Velasco Alvarado, cuyas largas crisis de
ingobernabilidad cedieron a la terapia del diálogo y abrieron el camino de
transiciones concertadas, determinadas no sólo por el interés propio de los
negociadores sino por la necesidad superior de preservar la paz, la convivencia
y asegurar las bases para el desarrollo de esos países.
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