Opinión
Miranda en Coro
El
3 de Agosto de 1806 habría de sacudir la siesta colonial de Coro. De ventana en
ventana, en la tertulia sigilosa de los vecinos, en pequeños papeles debajo de
las puertas se daba la noticia: a las costas de La Vela se acercaba una flota misteriosa.
No
eran extrañas las incursiones de piratas y aventureros que asolaban las
poblaciones costeras, desvalijaban iglesias y mansiones y daban cuenta de
riquezas y propiedades. Pero ahora se hablaba de una incursión distinta comandada
por un venezolano reconocido por su audacia en tierras lejanas que con apoyo de
Inglaterra se proponía derrocar el gobierno español para imponer un régimen de
fuerza, días antes Francisco de Miranda había fracasado en el intento por
penetrar las tierras venezolanas en Ocumare de la Costa y ahora navegaba, por
la gracia del viento, hacia el territorio coriano.
Ángel
S, Domínguez, Cronista de Coro, cuenta: “por aquellos días cobraban más fuerza
el pasquín burlesco o estigmatizante; los cantores populares repetían en versos
lo que oían comentar a los españoles y criollos en la ciudad y en galerones y
polos aludían a la derrota y el fracaso de Miranda frente a las costas de
Ocumare: “a ese vendido al inglés, con su zarcillo en la oreja y su melena de vieja,
todo le sale al revés.”
Miranda
se encontró con la soledad y el desconcierto y según Domínguez: “el pánico caló
tan hondo en el ánimo de los moradores de la localidad que el pueblo abandonó,
junto con su propias habitaciones, sus bienes y recursos más elementales; y apenas
una que otra anciana desvalida arrastraba sus miserias por las calles
desoladas”. Sorprendido Miranda marchó frente a la Cruz de San Clemente,
símbolo del pacto católico de la ciudad con España “con su racimo de quimeras a
cuestas”, escribió Virgilio Medina, y sólo pudo tratar al mayordomo de la iglesia matriz, Navarrete
El Malagueño quien nervioso le tendió la mano en una vieja casona de una calle
(con el tiempo bautizada como Miranda) donde guardaba objetos preciosos encomendados
a su custodia por los atormentados prófugos. Fracasaba la invasión y sólo
dejaba trozos de tela con los colores amarillo, azul y rojo que flameaban en el
mástil de “El Leandro” y que serían con el tiempo la bandera de la Independencia.
Miranda abordó de nuevo el navío acompañado de siete barcos de guerra y setenta
y siete cañones, en busca de nuevos horizontes donde reconstruir sus sueños.
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