viernes, 5 de agosto de 2016

Nuevo Día


Opinión

Miranda en Coro


El 3 de Agosto de 1806 habría de sacudir la siesta colonial de Coro. De ventana en ventana, en la tertulia sigilosa de los vecinos, en pequeños papeles debajo de las puertas se daba la noticia: a las costas de La Vela se acercaba una flota misteriosa.

No eran extrañas las incursiones de piratas y aventureros que asolaban las poblaciones costeras, desvalijaban iglesias y mansiones y daban cuenta de riquezas y propiedades. Pero ahora se hablaba de una incursión distinta comandada por un venezolano reconocido por su audacia en tierras lejanas que con apoyo de Inglaterra se proponía derrocar el gobierno español para imponer un régimen de fuerza, días antes Francisco de Miranda había fracasado en el intento por penetrar las tierras venezolanas en Ocumare de la Costa y ahora navegaba, por la gracia del viento, hacia el territorio coriano.

Ángel S, Domínguez, Cronista de Coro, cuenta: “por aquellos días cobraban más fuerza el pasquín burlesco o estigmatizante; los cantores populares repetían en versos lo que oían comentar a los españoles y criollos en la ciudad y en galerones y polos aludían a la derrota y el fracaso de Miranda frente a las costas de Ocumare: “a ese vendido al inglés, con su zarcillo en la oreja y su melena de vieja, todo le sale al revés.”   


Miranda se encontró con la soledad y el desconcierto y según Domínguez: “el pánico caló tan hondo en el ánimo de los moradores de la localidad que el pueblo abandonó, junto con su propias habitaciones, sus bienes y recursos más elementales; y apenas una que otra anciana desvalida arrastraba sus miserias por las calles desoladas”. Sorprendido Miranda marchó frente a la Cruz de San Clemente, símbolo del pacto católico de la ciudad con España “con su racimo de quimeras a cuestas”, escribió Virgilio Medina, y sólo pudo tratar  al mayordomo de la iglesia matriz, Navarrete El Malagueño quien nervioso le tendió la mano en una vieja casona de una calle (con el tiempo bautizada como Miranda) donde guardaba objetos preciosos encomendados a su custodia por los atormentados prófugos. Fracasaba la invasión y sólo dejaba trozos de tela con los colores amarillo, azul y rojo que flameaban en el mástil de “El Leandro” y que serían con el tiempo la bandera de la Independencia. Miranda abordó de nuevo el navío acompañado de siete barcos de guerra y setenta y siete cañones, en busca de nuevos horizontes donde reconstruir sus sueños.      

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