viernes, 2 de septiembre de 2016

NUEVO DÍA

Análisis 

EL GOLPE DE ESTADO BLANCO


Durante décadas América Latina giró en lo que Jóvito Villalba definió como “el péndulo trágico de democracia y dictadura”.  Las fuerzas armadas de nuestros países no sólo eran constitucionalmente guardines de la soberanía sino que funcionaban como agentes políticos activos y estuvieron al servicio de los grupos históricamente renuentes a la democracia. En los últimos años (y luego de la siniestra experiencia de las dictaduras del Cono Sur en los años setenta y ochenta) se dieron condiciones para la relativa estabilización de  gobiernos nacidos del voto popular que aplicaron políticas dirigidas afrontar el problema de fondo del continente: la pobreza y la desigualdad económica y social.

            Uno de los ejemplos más elocuentes fue lo ocurrido en Brasil, país que dada su fortaleza económica y geopolítica ejerce natural influencia en el continente. Los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, “Lula” Da Silva y Dilma Rousseff,  con diferencias de estilo, aplicaron políticas que redujeron el fantasma de la hiperinflación, estabilizaron el juego democrático y lo más importante:  sacaron a más de cincuenta millones de brasileños de niveles extremos de empobrecimiento.

En noviembre del 2014 ya con un ambiente político caldeado  por el tema de la corrupción, Rousseff  resultó reelecta Presidenta en una segunda vuelta, pese a que sectores opositores tradicionales, alguno de los cuales fueron beneficiarios de las viejas dictaduras, instrumentaron una agresiva campaña en su contra. A menos de dos años de su nuevo gobierno Rousseff enfrentó un juicio iniciado por el Parlamento que la suspendió temporalmente de su mandato y que con el voto mayoritario de los senadores finalmente la  destituyó. Es curioso que sus  acusadores, incluso el expresidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha debió abandonar el cargo al inicio el juicio luego de comprobarse su responsabilidad en  numerosos actos de corrupción llama aun más la atención que el documento de  acusación comience señalando que la indiciada “no incurrió en ningún hecho punible sino que habría sido negligente en una operación de maquillaje de cifras presupuestarias” lo que  según la acusada “es una práctica común en las administraciones brasileñas”. ¿Es entonces la  acusación suficientemente grave como para su sustitución y abrir con ello un inevitable futuro de tensiones políticas internas con implicaciones internacionales? Resulta claro que el objetivo opositor fue sustituir a una gobernante legítimamente designada mediante el  uso de recursos ciertamente legales  pero que buscan el mismo efecto que antes se lograba por la fuerza de los fusiles y los “madrugonazos”  cuartelaros.  En el fondo es un simple cambio de formas de lo que el Papa Francisco ha denominado,  en la mejor tradición política argentina, como el peligro  de “los golpes de Estado blancos”.

            

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