lunes, 29 de agosto de 2016

“Los mariachis callaron”


Durante años la música ranchera llenó existencialmente a las poblaciones más humildes de nuestros países. Los gritos, la exteriorización hasta la caricatura de los valores del machismo que transmitían las películas mexicanas conformaron una cultura cuyos rasgos aún no han sido suficientemente estudiados. De allí quedó la música mexicana reinando en las rocolas y en el alma de la gente del pueblo. Con la muerte de sus ídolos -Pedro Infante fue el último porque no se olvide que Javier Solís poco cantó la música de los mariachis y el tequila-   se produjo un vacio en la producción fílmica y discográfica mexicana y se habló de la declinación de un hecho cultural cuyas implicaciones marcaron durante décadas a las generaciones latinoamericanas y caribeñas. Surgieron entonces trovadores (casi todos ecuatorianos) que reciclaban viejos valses, bambucos y copaban las rocolas (“unos confesionarios mecánicos de las desdichas amorosas”), encabezados por Julio Jaramillo cuya popularidad en discos, radio y televisión no conoció en su momento paralelo en Suramérica. Al final de los años setenta Alberto Aguilera Valadez, conocido como “Juan Gabriel”, rescató la herencia de la música mexicana, mezclada con el bolero y con nuevos ritmos pero manteniendo la simbología de las rancheras y  sus viejos mariachis. Más de cien millones de discos e incontables presentaciones en los principales escenarios de América Latina y de Estados Unidos un país contaminado por el desafío musical azteca, es parte de la herencia que dejo el “Divo de Juárez” el domingo 28 de agosto cuando falleció por un infarto en California. La prensa repite ahora el titular: “Latinoamérica llora a Juan Gabriel”, y en el recuerdo de sus millones de admiradores sigue sonando su “Amor eterno”.    



   


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