lunes, 17 de octubre de 2016

Análisis


LA POLARIZACIÓN EN VENEZUELA

Al menos desde diciembre del 2001, en el país se abrió el camino de la polarización ideológica. La victoria de Chávez dos años antes no sólo rompió la polarización política, sino que anunciaba (mediante  el camino de la Constituyente) un viraje en el ritmo y el desarrollo de la democracia representativa, madurada durante cuarenta años. La victoria del joven comandante, salido de los cuarteles para dirigir acciones golpistas, no fue casual ni sorpresiva: el modelo bipartidista de AD y Copei de alternancia en el poder ya daba demostraciones de crisis y  agotamiento.

            La victoria de Rafael Caldera en 1993, apoyado por una alianza de partidos minoritarios  se daba sin embargo, gracias al liderazgo de una de las más reconocidas  expresiones de la llamada “vieja política”. Aprobada la Constitución Bolivariana del 1999  y desalojada la dirigencia tradicional por una nueva clase dirigente que se identificaba con el candidato victorioso y sus ideas radicales de ruptura y de cambios, se abrieron nuevos pasos con las Leyes Habilitantes  de ese año en materia de  tenencia de la tierra, la educación,  una mayor injerencia del Estado y el control total de la industria petrolera.

La reacción de los sectores afectados en aquel momento, encabezados por Fedecámaras y la CTV (era menor el peso de los partidos políticos afectados todavía por las recientes derrotas) despertó sin embargo  un creciente y espontáneo rechazo de nuevos factores de la sociedad civil hasta entonces con un discreto protagonismo político. El país habría de vivir por unos meses una novedosa polarización social ya no electoral que desembocó en situaciones traumáticas como las jornadas del 11 de abril, la fractura militar de la Plaza Altamira, la decapitación de los niveles gerenciales de la industria petrolera, un paro general de sesenta y tres días y una movilización hasta entonces nunca vista de los ciudadanos en las calles del país.

Un cuadro de esta naturaleza requirió de la intervención internacional a través de la Organización de Estados Americanos (OEA) (el organismo había retomado vigencia con la reciente aprobación de la Carta Democrática Interamericana de Lima)  y las gestiones del “Centro Carter” encabezado por un mandatario estadounidense con estrecha relaciones con el estamento político local. .

La victoria de Chávez en el revocatorio del 2004, y la sucesiva mayoría obtenida por el oficialismo en las siguientes elecciones de alcaldes,  parlamentarios y gobernadores, reflejaron un debilitamiento de la polarización electoral por el control mayoritario que obtuvieron los candidatos y aspirantes del chavismo. Las elecciones presidenciales del 2006 que ratificaron por una sensible ventaja la reelección del mandatario y una caída en la fortaleza opositora, dieron paso a una segunda etapa de radicalización del proyecto bolivariano original,  ahora reforzado por la alianza con el régimen de Fidel Castro y otros factores internacionales, insertos en el juego geopolítico y adversarios  activos de la agresiva gestión que aplicaba George W. Bush.

La derrota sufrida por la reforma constitucional propuesta por Chávez en el 2007 para blindar constitucionalmente la naturaleza socialista de su proyecto fue rechazada por la mayoría de los venezolanos. Sin embargo, a los pocos meses mediante el uso del mecanismo habilitante algunos de los contenidos rechazados en la consulta fueron incorporados como leyes orgánicas, y ahora sirven para recientes decisiones del TSJ que confirieren de esta manera legalidad y legitimidad a medidas que no son propias del sistema democrático consagrado constitucionalmente.

De esta manera, el régimen de Chávez y posteriormente de Nicolás Maduro se ha movido en un contexto distinto al que caracterizó los años anteriores del ejercicio democrático. “La democracia participativa y protagónica” (para muchos pertinente ante el agotamiento de viejas formulas representativas)  coincidió con las exigencias en igual sentido de varios gobiernos latinoamericanos, como el de Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo (luego derrocado) en Paraguay, Dilma Rousseau en Brasil o la pareja Kirchner en Argentina por colocar esos países también a tono con nuevas exigencias institucionales derivadas de ese nuevo marco geopolítico latinoamericano.

De esta manera, Maduro a lo largo de tres años se ha propuesto profundizar un modelo que por razones propagandísticas pero sin la menor identidad ideológica se ha conocido como “El socialismo del siglo XXI”,  el cual, es asumido también por otros  países que erróneamente lo consideraron  consustancial al proyecto  chavista.  La gestión de Maduro, que no ha estado exenta de complicaciones como las protestas del 2014, ahora enfrenta el rechazo y la oposición activa nada menos que del Poder Legislativo el cual a partir del 6 de diciembre del 2015 paso a ser controlado, mediante el voto legitimo e inobjetable, por la mayoría opositora.

CHOQUE DE PODERES

Una situación que  en los últimos meses ha configurado un  fuerte “choque de poderes” sustentado en criterios ideológicos y no puramente políticos como suele ocurrir, que ha llegado a los  extremos de provocar la atención de las instancias internacionales y generando conflictos cuya solución no parece fácil, por las implicaciones que tiene y que además  tienden a agravarse en términos de ingobernabilidad, sería un error juzgar la situación venezolana como obra de la polarización electoral o simplemente política.   En  Estados Unidos hoy por ejemplo  se vive la polarización de los votos entre Clinton y Trump sin mayores consecuencias y en Colombia partidarios del “Sí” y del “No” buscan perfeccionar los Acuerdos de Paz en el reciente plebiscito.

En Venezuela y sin que los voceros de la oposición y el gobierno parezcan entenderlo, se trata de afrontar un cuadro que exige medidas y soluciones mucho más creativas e inteligentes, porque en definitiva, como suele ocurrir, los perdedores o ganadores no son los protagonistas los conflictos, sino la inmensa mayoría de la población que suele estar al margen de ellos  y que finalmente paga sus consecuencias  ¿Estará la dirigencia política opositora y oficialista a la altura de asumir el compromiso?


                                                                                

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