LA POLARIZACIÓN EN VENEZUELA
Al menos desde
diciembre del 2001, en el país se abrió el camino de la polarización ideológica.
La victoria de Chávez dos años antes no sólo rompió la polarización política,
sino que anunciaba (mediante el camino
de la Constituyente) un viraje en el ritmo y el desarrollo de la democracia
representativa, madurada durante cuarenta años. La victoria del joven
comandante, salido de los cuarteles para dirigir acciones golpistas, no fue
casual ni sorpresiva: el modelo bipartidista de AD y Copei de alternancia en el
poder ya daba demostraciones de crisis y agotamiento.
La
victoria de Rafael Caldera en 1993, apoyado por una alianza de partidos minoritarios se daba sin embargo, gracias al liderazgo de
una de las más reconocidas expresiones
de la llamada “vieja política”. Aprobada la Constitución Bolivariana del 1999 y desalojada la dirigencia tradicional por una
nueva clase dirigente que se identificaba con el candidato victorioso y sus
ideas radicales de ruptura y de cambios, se abrieron nuevos pasos con las Leyes
Habilitantes de ese año en materia de tenencia de la tierra, la educación, una mayor injerencia del Estado y el control total
de la industria petrolera.
La reacción de
los sectores afectados en aquel momento, encabezados por Fedecámaras y la CTV (era
menor el peso de los partidos políticos afectados todavía por las recientes
derrotas) despertó sin embargo un
creciente y espontáneo rechazo de nuevos factores de la sociedad civil hasta
entonces con un discreto protagonismo político. El país habría de vivir por
unos meses una novedosa polarización social ya no electoral que desembocó en
situaciones traumáticas como las jornadas del 11 de abril, la fractura militar
de la Plaza Altamira, la decapitación de los niveles gerenciales de la
industria petrolera, un paro general de sesenta y tres días y una movilización hasta
entonces nunca vista de los ciudadanos en las calles del país.
Un cuadro de
esta naturaleza requirió de la intervención internacional a través de la
Organización de Estados Americanos (OEA) (el organismo había retomado vigencia
con la reciente aprobación de la Carta Democrática Interamericana de Lima) y las gestiones del “Centro Carter” encabezado
por un mandatario estadounidense con estrecha relaciones con el estamento
político local. .
La victoria de
Chávez en el revocatorio del 2004, y la sucesiva mayoría obtenida por el
oficialismo en las siguientes elecciones de alcaldes, parlamentarios y gobernadores, reflejaron un
debilitamiento de la polarización electoral por el control mayoritario que obtuvieron
los candidatos y aspirantes del chavismo. Las elecciones presidenciales del
2006 que ratificaron por una sensible ventaja la reelección del mandatario y
una caída en la fortaleza opositora, dieron paso a una segunda etapa de
radicalización del proyecto bolivariano original, ahora reforzado por la alianza con el régimen
de Fidel Castro y otros factores internacionales, insertos en el juego
geopolítico y adversarios activos de la
agresiva gestión que aplicaba George W. Bush.
La derrota
sufrida por la reforma constitucional propuesta por Chávez en el 2007 para
blindar constitucionalmente la naturaleza socialista de su proyecto fue rechazada
por la mayoría de los venezolanos. Sin embargo, a los pocos meses mediante el
uso del mecanismo habilitante algunos de los contenidos rechazados en la
consulta fueron incorporados como leyes orgánicas, y ahora sirven para
recientes decisiones del TSJ que confirieren de esta manera legalidad y
legitimidad a medidas que no son propias del sistema democrático consagrado constitucionalmente.
De esta manera,
el régimen de Chávez y posteriormente de Nicolás Maduro se ha movido en un
contexto distinto al que caracterizó los años anteriores del ejercicio
democrático. “La democracia participativa y protagónica” (para muchos pertinente
ante el agotamiento de viejas formulas representativas) coincidió con las exigencias en igual sentido de
varios gobiernos latinoamericanos, como el de Rafael Correa en Ecuador, Evo
Morales en Bolivia, Fernando Lugo (luego derrocado) en Paraguay, Dilma Rousseau
en Brasil o la pareja Kirchner en Argentina por colocar esos países también a
tono con nuevas exigencias institucionales derivadas de ese nuevo marco
geopolítico latinoamericano.
De esta manera,
Maduro a lo largo de tres años se ha propuesto profundizar un modelo que por
razones propagandísticas pero sin la menor identidad ideológica se ha conocido
como “El socialismo del siglo XXI”, el
cual, es asumido también por otros países que erróneamente lo consideraron consustancial al proyecto chavista.
La gestión de Maduro, que no ha estado exenta de complicaciones como las
protestas del 2014, ahora enfrenta el rechazo y la oposición activa nada menos
que del Poder Legislativo el cual a partir del 6 de diciembre del 2015 paso a
ser controlado, mediante el voto legitimo e inobjetable, por la mayoría
opositora.
CHOQUE DE PODERES
Una situación
que en los últimos meses ha configurado un
fuerte “choque de poderes” sustentado en
criterios ideológicos y no puramente políticos como suele ocurrir, que ha
llegado a los extremos de provocar la
atención de las instancias internacionales y generando conflictos cuya solución
no parece fácil, por las implicaciones que tiene y que además tienden a agravarse en términos de
ingobernabilidad, sería un error juzgar la situación venezolana como obra de la
polarización electoral o simplemente política. En Estados Unidos hoy por ejemplo se vive la polarización de los votos entre
Clinton y Trump sin mayores consecuencias y en Colombia partidarios del “Sí” y
del “No” buscan perfeccionar los Acuerdos de Paz en el reciente plebiscito.
En Venezuela y
sin que los voceros de la oposición y el gobierno parezcan entenderlo, se trata
de afrontar un cuadro que exige medidas y soluciones mucho más creativas e
inteligentes, porque en definitiva, como suele ocurrir, los perdedores o ganadores
no son los protagonistas los conflictos, sino la inmensa mayoría de la población
que suele estar al margen de ellos y que
finalmente paga sus consecuencias ¿Estará la dirigencia política opositora y
oficialista a la altura de asumir el compromiso?
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