VENEZUELA
Y EL IMPREDECIBLE TRUMP
La elección de Donald Trump como
presidente de los Estados Unidos ha provocado una inusual repercusión en el
ámbito internacional. De hecho, el cambio en la Casa Blanca es seguido con
interés por el mundo entero dado su peso político, militar, económico y el
efecto de sus políticas en otras naciones.
En el caso de Trump que logra la
victoria luego de una campaña atípica, carente de formulaciones programáticas y
marcada por propuestas aparentemente disparatadas, además siendo un magnate no
bien visto por la élite millonaria estadounidense y sin trayectoria política,
las reacciones han sido mayores.
Los analistas ponen la mirada en un gobierno
de Trump tomando en cuenta que se trata de un gobernante, que por obra casi de
un milagro obtuvo sin contenedores la candidatura del Partido Republicano,
incluso con la amenaza de que de no serlo, abriría un camino propio como
aspirante independiente y a quien además se considera una expresión del
populismo que como se decía en su tiempo del comunismo, es un fenómeno que “recorre
el mundo”. El especialista Martin Wolf lo define como “pluto-populismo” porque
representa “la demonización política de las instituciones, el coqueteo con la
intolerancia y el racismo”.
Entre las promesas de Trump figura la
aplicación de medidas sobre la inmigración que incluye la deportación de
“inmigrantes musulmanes” y la construcción de un muro en la frontera con México
que sería financiado por el gobierno de ese país, convertidos en temas que
levantaron polémicas pero que al mismo tiempo le ganaron las simpatías de la
clase media blanca afectada por el traslado de empresas hacia la región
mexicana, China, India y otras naciones beneficiadas por los tratados
comerciales y por la presencia cada vez mayor de inmigrantes latinoamericanos
que abaratan la mano de obra en industrias y servicios.
¿QUÉ PASARÁ CON AMÉRICA LATINA?
¿Cuál será la política del nuevo
gobierno con relación a América Latina una vez que el mandatario saliente se
propuso un acercamiento a la región
mediante la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba, planes de
ayuda económica para Centroamérica y el Caribe, y más recientemente el fortalecimiento
de las relaciones políticas y económicas con Argentina y Brasil? Dos líneas de
acción en esta materia fueron definidas en la campaña: nueva política
migratoria y la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y
convenios bilaterales parecidos, y respetar las nuevas relaciones con Cuba pero
revisando recientes decisiones en materia comercial.
En ese contexto es pertinente
considerar las relaciones con Venezuela, las cuales a nivel de embajadores
fueron suspendidas desde el 2008 a raíz de la expulsión del embajador
norteamericano en Caracas en solidaridad con el gobernante boliviano Evo
Morales, quien estaría amenazado por un magnicidio estimulado por Washington.
De esta manera, Venezuela es el único país del área que en los últimos años del
gobierno de Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro, vive sometido a recurrentes
tensiones con la primera potencia del mundo a pesar de seguir siendo su
principal socio comercial.
Después de intentos de diálogo que no
condujeron al restablecimiento pleno de las relaciones, en diciembre de 2014
Obama firmó una ley que impone sanciones a funcionarios venezolanos
relacionados con violaciones a los derechos humanos en las protestas que
tuvieron lugar durante el mes de febrero de ese año en varias ciudades y que
dejaron como balance 43 muertos y cientos de detenidos o sometidos a
limitaciones judiciales. En marzo de 2015, basado en esa ley, Obama anunció un
decreto en el cual califica a Venezuela como “una amenaza inusual y
extraordinaria para la seguridad del país”.
El gobierno venezolano inició una
campaña internacional que tuvo eco en varios países latinoamericanos señalando
los posibles alcances de una decisión, que si bien se refiere a sanciones en
territorio de Estados Unidos contra siete funcionarios a los que Washington
responsabiliza de culpables de reprimir las protestas en el 2014, podría tener mayores
alcances como restricciones económicas e incluso como pretexto para operaciones
militares. En años recientes Estados Unidos ha declarado estados de emergencia
similares en países como Ucrania, Sudán del Sur, República Centroafricana,
Yemen, Libia y Somalia que viven conflictos armados y que obligarían a una
suerte de “injerencia legitima” de las fuerzas norteamericanas. Este año, pese
al rechazo venezolano y a la declaración del propio Obama de que “Venezuela no
es una amenaza para Estados Unidos y EEUU no es una amenaza para Venezuela”, el
decreto fue ratificado en enero.
Si bien el Decreto Obama no ha tenido
mayores consecuencias directas funciona como una “Espada de Damocles”, ya que
es el único país que vive una situación de esta naturaleza en el continente.
Mientras se mantenga su vigencia no cabe duda que ello estimula la desconfianza
de inversionistas y de empresas internacionales sobre la seguridad de sus
negocios en el país, a lo que obedecerían las advertencias de las calificadoras
de riesgo sobre la posibilidad de impago de los compromisos externos de la
nación y el cierre de cuentas de importantes bancos a entes del Estado.
Es comprensible que el nuevo gobierno
republicano que históricamente se consideran de “línea dura” frente a los
mandatos demócratas, despierte preocupación en el sentido de estimular niveles
de conflictividad en unas relaciones bilaterales que en los últimos años han
conocido grandes desavenencias. El 7 de septiembre, en Miami, en la mira de atraer
el voto latino Trump calificó a Venezuela de haber sido llevada a las ruinas
por los socialistas y que defendería a “los venezolanos oprimidos que desean
ser libres”. Un mes antes en una entrevista al Miami Herald había dicho que
“los lideres de Venezuela no son muy amistosos con nuestros líderes; pero claro
nuestros lideres tampoco se llevan muy bien con muchas personas” y añadió que Chávez “tomó en cuenta a mucha gente ignorada”,
siempre en la tónica dubitativa e impredecible de un nuevo presidente que
depara incertidumbre y temor sobre sus decisiones. Ello, sin suscribir la frase
del prestigioso periodista John Carlin de que en este caso (Trump)”se trata de
un loco a cargo del manicomio”.
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