Análisis:
¿Cómo entender la
crisis venezolana? (2)
Es una historia ya conocida. La
cultura del Estado petrolero ha pesado tanto en la vida del país que dificulta
a los gobiernos enfrentar a tiempo y con acierto las dificultades económicas.
Después de vivir el esplendor de la opulencia perejimenista, en 1960 Rómulo
Betancourt manejó con mano de hierro la herencia oculta de la dictadura: se vio
obligado a establecer un control de cambio, ajustó libremente la moneda, y
aplicó medidas impopulares como la reducción del diez por ciento del sueldo de
los empleados públicos.
Veinte años después Carlos Andrés
Pérez fue beneficiario del sorpresivo salto de los precios petroleros y se
dieron las condiciones para la conformación de la llamada “Gran Venezuela”. Luis
Herrera Campins, el sucesor, confesó recibir un “país hipotecado” y pretendió
culminar su mandato con una moneda sobrevaluada, un gasto público también
dispendioso y una creciente fuga de divisas. Pese a los esfuerzos hechos por su
equipo económico, el viernes 18 de febrero de 1983 no se pudo evitar el “shock”
que provocó la adopción de una traumática devaluación, conocida ya en la
historia como el “viernes negro”.
Luego, Jaime Lusinchi, en 1983,
pospuso (en definitiva “la botija estaba llena”) medidas que resultaban
ineludibles y cuya aplicación hubiera evitado sobresaltos en el futuro. Durante
cinco años, mantuvo altos niveles de simpatía en las encuestas, pero en febrero
de 1989 entregó un paciente en terapia intensiva con solo 300 millones de
dólares como reservas operativas.
Carlos Andrés Pérez, en 1989, a
las dos semanas de asumir el poder por segunda vez, se vio en la necesidad de
anunciar medidas drásticas, que si bien resultaban impostergables, acentuaban
los desajustes sociales y abrieron paso a una inédita inestabilidad política.
En 1994, cuando Rafael Caldera asumió el poder, en una segunda oportunidad se
encontró ante una encrucijada: persistía en las líneas generales de políticas
anteriores (asumiendo sus costos políticos o regresaba a un manejo rutinario e
inercial de la economía que ya no era posible con el acelerado derrumbe de la
Venezuela petrolera). Después de marchas y contramarchas, llegó a confesar que
una madrugada derramó lágrimas sobre la almohada cuando entendió que no tenía
otro camino que acudir a las prácticas quirúrgicas de los organismos
multilaterales. En abril de 1996, Teodoro Pekoff se hizo superministro de la
economía y aplicó la “Agenda Venezuela”, que en la práctica no era otra cosa
que una versión maquillada de los planes de ajustes de moda en Latinoamérica,
en los años 80.
El triunfo de Hugo Chávez en
1998, prometió un cambio no sólo político (que ciertamente se dio con el
proceso constituyente de 1999 y 2000) sino también la implantación de un modelo
económico de mayor proyección social y ajustado a los cambios que en la última
década habían redefinido el mapa de la economía mundial. Pero, salvo al regreso
de la política “pro OPEP” (delineada por Pérez Alfonzo desde el gobierno de
Betancourt) pocos cambios se registraron y por el contrario se mantuvieron en
los hechos las grandes coordenadas de las políticas tradicionales y si se
quiere neoliberales de los gobiernos anteriores. Chávez, paradójicamente, fue
arrastrado por el mágico efecto del alza de los precios petroleros.
El proceso bolivariano para ser
consecuentes con la tradición histórica se redujo a un relevo de la dirigencia
y la élite política (proceso parecido al protagonizado por Acción Democrática
en 1945) pero sin generar mayores alteraciones en el ámbito económico. El 11 de
febrero del 2002 su breve salida de la presidencia obedeció ciertamente a una
conspiración cívico militar, pero también se dio en circunstancias económicas
con una fuerte estampida del dólar, el abandono de la política de bandas
cambiarias fijadas por el BCV, la flotación del bolívar, caída del ingreso
petrolero, incremento de la inflación, discreta fuga de la clase media y un
virtual cuadro de guerra civil. Eran indispensables entonces decisiones
distintas a las aplicadas en la praxis económica tradicional, y que no tendrían
sentido si no se inscribieran en un programa integral de gobierno que
contemplara la concertación obrero – patronal (liquidada por la radicalización
de meses antes y un programa integral de compensaciones sociales efectivas,
ajenas a las tradicionales del asistencialismo electoralista. Por unos meses y
a través de varios ministros de finanzas, se aplicaron los consabidos retoques
de los ajustes convencionales precisamente cuando según el lenguaje del propio
Chávez en los escenarios internacionales ellas habían sido “una desgracia
histórica para los países latinoamericanos”.
Todo cambio de política habría de
pasar necesariamente por tocar las puertas del FMI y del BM (lo cual por cierto
intentó Chávez en reuniones en Estados Unidos) para que ambas instituciones
facilitaran, como había ocurrido en el pasado, políticas de mayores recortes
presupuestarios, aumento de la tributación mediante el IVA, incremento del
precio de los combustibles y una indispensable reducción del gasto público.
Mientras para Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera, Lusinchi, asumir medidas
de esta naturaleza que no comportaban ningún cargo de conciencia porque eran
consustanciales a los regímenes democráticos de la región y se correspondían
con el curso internacional de la economía que condujo a la globalización; para
Chávez, en cambio, insertar en su proyecto económico aquellas recetas
indispensables para recobrar la credibilidad internacional, e impulsar la
reactivación económica interna, implicaba abjurar de una de sus promesas
fundamentales y admitir, además, que la compleja relación económica de estos
tiempos muy poco tiene que ver con los estereotipos y consejos del llamado “viejo
socialismo” (tal como lo han demostrado China, Vietnam, la Federación Rusa,
incluso Cuba, sin mencionar sus posteriores aliados políticos, como Brasil,
Argentina, Ecuador, y Nicaragua), y menos aún tienen sentido las difusas ideas
de un trasnochado e inexistente decálogo bolivariano. El fracaso terminal del
rentismo petrolero ya está a la vista.
Twitter: @Manuelfsierra
Correo: manuelfsierra@yahoo.com
La solucion final de acuerdo a este análisis es sencillo lo puso la gasolina, los disturbios de febrero hace mas de dos décadas y el final sera el mismo
ResponderEliminarUna gran paradoja