lunes, 28 de agosto de 2017

Análisis: ¿Cómo entender la crisis venezolana? (2)

Análisis:
¿Cómo entender la crisis venezolana? (2)
Es una historia ya conocida. La cultura del Estado petrolero ha pesado tanto en la vida del país que dificulta a los gobiernos enfrentar a tiempo y con acierto las dificultades económicas. Después de vivir el esplendor de la opulencia perejimenista, en 1960 Rómulo Betancourt manejó con mano de hierro la herencia oculta de la dictadura: se vio obligado a establecer un control de cambio, ajustó libremente la moneda, y aplicó medidas impopulares como la reducción del diez por ciento del sueldo de los empleados públicos.

Veinte años después Carlos Andrés Pérez fue beneficiario del sorpresivo salto de los precios petroleros y se dieron las condiciones para la conformación de la llamada “Gran Venezuela”. Luis Herrera Campins, el sucesor, confesó recibir un “país hipotecado” y pretendió culminar su mandato con una moneda sobrevaluada, un gasto público también dispendioso y una creciente fuga de divisas. Pese a los esfuerzos hechos por su equipo económico, el viernes 18 de febrero de 1983 no se pudo evitar el “shock” que provocó la adopción de una traumática devaluación, conocida ya en la historia como el “viernes negro”.

Luego, Jaime Lusinchi, en 1983, pospuso (en definitiva “la botija estaba llena”) medidas que resultaban ineludibles y cuya aplicación hubiera evitado sobresaltos en el futuro. Durante cinco años, mantuvo altos niveles de simpatía en las encuestas, pero en febrero de 1989 entregó un paciente en terapia intensiva con solo 300 millones de dólares como reservas operativas.

Carlos Andrés Pérez, en 1989, a las dos semanas de asumir el poder por segunda vez, se vio en la necesidad de anunciar medidas drásticas, que si bien resultaban impostergables, acentuaban los desajustes sociales y abrieron paso a una inédita inestabilidad política. En 1994, cuando Rafael Caldera asumió el poder, en una segunda oportunidad se encontró ante una encrucijada: persistía en las líneas generales de políticas anteriores (asumiendo sus costos políticos o regresaba a un manejo rutinario e inercial de la economía que ya no era posible con el acelerado derrumbe de la Venezuela petrolera). Después de marchas y contramarchas, llegó a confesar que una madrugada derramó lágrimas sobre la almohada cuando entendió que no tenía otro camino que acudir a las prácticas quirúrgicas de los organismos multilaterales. En abril de 1996, Teodoro Pekoff se hizo superministro de la economía y aplicó la “Agenda Venezuela”, que en la práctica no era otra cosa que una versión maquillada de los planes de ajustes de moda en Latinoamérica, en los años 80.

El triunfo de Hugo Chávez en 1998, prometió un cambio no sólo político (que ciertamente se dio con el proceso constituyente de 1999 y 2000) sino también la implantación de un modelo económico de mayor proyección social y ajustado a los cambios que en la última década habían redefinido el mapa de la economía mundial. Pero, salvo al regreso de la política “pro OPEP” (delineada por Pérez Alfonzo desde el gobierno de Betancourt) pocos cambios se registraron y por el contrario se mantuvieron en los hechos las grandes coordenadas de las políticas tradicionales y si se quiere neoliberales de los gobiernos anteriores. Chávez, paradójicamente, fue arrastrado por el mágico efecto del alza de los precios petroleros.

El proceso bolivariano para ser consecuentes con la tradición histórica se redujo a un relevo de la dirigencia y la élite política (proceso parecido al protagonizado por Acción Democrática en 1945) pero sin generar mayores alteraciones en el ámbito económico. El 11 de febrero del 2002 su breve salida de la presidencia obedeció ciertamente a una conspiración cívico militar, pero también se dio en circunstancias económicas con una fuerte estampida del dólar, el abandono de la política de bandas cambiarias fijadas por el BCV, la flotación del bolívar, caída del ingreso petrolero, incremento de la inflación, discreta fuga de la clase media y un virtual cuadro de guerra civil. Eran indispensables entonces decisiones distintas a las aplicadas en la praxis económica tradicional, y que no tendrían sentido si no se inscribieran en un programa integral de gobierno que contemplara la concertación obrero – patronal (liquidada por la radicalización de meses antes y un programa integral de compensaciones sociales efectivas, ajenas a las tradicionales del asistencialismo electoralista. Por unos meses y a través de varios ministros de finanzas, se aplicaron los consabidos retoques de los ajustes convencionales precisamente cuando según el lenguaje del propio Chávez en los escenarios internacionales ellas habían sido “una desgracia histórica para los países latinoamericanos”. 

Todo cambio de política habría de pasar necesariamente por tocar las puertas del FMI y del BM (lo cual por cierto intentó Chávez en reuniones en Estados Unidos) para que ambas instituciones facilitaran, como había ocurrido en el pasado, políticas de mayores recortes presupuestarios, aumento de la tributación mediante el IVA, incremento del precio de los combustibles y una indispensable reducción del gasto público. Mientras para Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera, Lusinchi, asumir medidas de esta naturaleza que no comportaban ningún cargo de conciencia porque eran consustanciales a los regímenes democráticos de la región y se correspondían con el curso internacional de la economía que condujo a la globalización; para Chávez, en cambio, insertar en su proyecto económico aquellas recetas indispensables para recobrar la credibilidad internacional, e impulsar la reactivación económica interna, implicaba abjurar de una de sus promesas fundamentales y admitir, además, que la compleja relación económica de estos tiempos muy poco tiene que ver con los estereotipos y consejos del llamado “viejo socialismo” (tal como lo han demostrado China, Vietnam, la Federación Rusa, incluso Cuba, sin mencionar sus posteriores aliados políticos, como Brasil, Argentina, Ecuador, y Nicaragua), y menos aún tienen sentido las difusas ideas de un trasnochado e inexistente decálogo bolivariano. El fracaso terminal del rentismo petrolero ya está a la vista.

Twitter: @Manuelfsierra

1 comentario:

  1. La solucion final de acuerdo a este análisis es sencillo lo puso la gasolina, los disturbios de febrero hace mas de dos décadas y el final sera el mismo
    Una gran paradoja

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