¿Cómo entender la
crisis venezolana? (1)
El llamado “Caso Venezuela”
complicado en los últimos meses por el conflicto de poderes entre AN, TSJ,
Fiscalía General, Defensoría del Pueblo y Asamblea Nacional Constituyente, y además
marcado por una intensa violencia con muertos, heridos y cuantiosos daños
materiales durante varios meses, es lógico que merezca la atención
internacional. Luego del fracaso de la gestión de la OEA para la aplicación de
la Carta Interamericana de Lima, los fallidos intentos de diálogo entre el
Gobierno y la MUD, el agotamiento de protestas populares contaminadas por la
violencia vandálica y la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (convertida
en un suprapoder que asume en la práctica) las facultades propias de la Presidencia
de la República), el cuadro venezolano luce cada vez más complicado y, en
consecuencia, exige de soluciones y respuestas urgentes y viables.
¿Qué diferencia lo que ocurre en
el país con las crisis que se viven en otros países latinoamericanos como
Brasil, México, Colombia, Paraguay, y Guatemala, entre otros? ¿Por qué la
situación ha llegado al extremo de que una manera inusual el presidente Donald
Trump amenace con una “posible intervención militar” y haya emplazado personalmente
al presidente Maduro en una escena que solo se recuerda en la historia continental
con el enfrentamiento entre Kennedy y Fidel Castro en los años sesenta?
MODELO Y NO GOBIERNO
El conflicto político nacional se
agrava en 1998 con la victoria de Hugo Chávez y su propuesta de cambio
revolucionarios (nada de socialismo se hablaba entonces), como consecuencia del
agotamiento bipartidista nacido del “Pacto de Puntofijo” en 1958, y el
agravamiento de los problemas sociales y económicos, en buena medida, derivados
del famoso modelo del “rentismo petrolero”. El triunfo chavista se apoyó en
buena medida en la propuesta de un proceso constituyente que refrescara las
instituciones y asumiera los cambios ocurridos en las últimas décadas en
Venezuela y en el mundo.
Por otra parte, la victoria del
chavismo no representaba la alternancia tradicional de los partidos políticos
en el poder de acuerdo con las reglas del juego constitucional, sino la
emergencia de una nueva élite y con planteamientos claramente opuestos a la
visión representativa y formal del sistema democrático. Ello, como debía ser,
provocó una confrontación cada vez más allá de la simple relación oposición y
gobierno. Ya la Constitución Bolivariana del 99 apuntaba hacia esa dirección, y
luego decretos como el referido a la educación escolar y la aprobación de leyes
por la vía habilitante, como la propiedad de
la tierra y otras, habrían de provocar una reacción activa de sectores
sociales y no solamente políticos que se consideraban afectados por medidas de
esa naturaleza y las cuales continuarían de acuerdo al lenguaje y la acción presidencial.
A partir del año 2001, y luego en
los años 2002, 2003, y 2004, se viviría un escenario inédito de conflictividad
con enormes protestas populares activadas por la clase media y factores
diligentes de la sociedad civil que llegaron a provocar, incluso, la salida del
gobernante durante tres días, acciones de paro de la industria petrolera,
disidencias del alto mando militar, y una inestabilidad que provocó la mediación
internacional a través de la OEA (con la presencia de su secretario César
Gaviria) y del Centro Cárter, con la asistencia del propio expresidente
norteamericano, hasta concluir con un referéndum revocatorio presidencial
(primero que se realiza en el mundo en esos términos) y que ratificó el mandato
de Chávez.
Es decir, se abría el camino para
la profundización del proyecto bolivariano ahora consciente de la fortaleza de
los factores que le adversaban y de la disposición de éstos al cambio de
gobierno por cualquier vía. Era explicable que en función de un proyecto de
permanencia en el poder más allá del límite quinquenal, Chávez ya emparentado
en algunos propósitos con Fidel Castro, endureciera el camino hacia una
revolución que el politólogo Heinz Dieterich bautizara por comodidad semántica
como “socialismo del siglo XXI”.
ALIANZA LATINOAMERICANA
Los años coincidían entonces con
la elección de gobernantes en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia,
Ecuador, Nicaragua, El Salvador, con planteamientos progresistas como respuestas
al fracaso de los gobiernos de orientación neoliberal, que protagonizaron la
década de los ochenta y noventa en el continente. De esta manera, el
planteamiento chavista encontró espacio para establecer relaciones cada vez más
estrechas con esas naciones e impulsar proyectos de integración comercial, en
buena medida determinados por la milagrosa alza de los precios del petróleo que
superaron los 100 dólares por barril. En 2005, el rechazo al proyecto del ALCA de
Estados Unidos en Mar de Plata que propugnaba el libre comercio, y la
reactivación del Foro de Sao Paulo de grupos izquierdistas, acentuó las
coincidencias entre los principales mandatarios suramericanos; mientras que
Petrocaribe, como mecanismo de ayuda energética para la región y la
conformación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) determinaban el protagonismo del gobernante venezolano en América Latina
y además su vinculación cada vez más estrecha con países de otros continentes
que apostaban también a políticas neutrales y generalmente enfrentadas a la
estrategia diplomática de Washington.
EL “GARROTE” DE ROOSVELT
Durante diez años, Chávez
consolidó un modelo único, que si bien tuvo aliados importantes, como Lula y
Rousseff en Brasil, los esposos Macri en Argentina, Correa en Ecuador, Morales
en Bolivia, y Ortega en Nicaragua (y por supuesto Fidel y Raúl Castro en Cuba)
se trataba de una alianza política y comercial entre gobiernos que no podían
juzgarse con políticas ni propósitos similares al venezolano. De esta manera,
la actual situación venezolana no podría equipararse con lo que han vivido en
los últimos años otros países por quiebre constitucional como Honduras,
Paraguay, Ecuador en su momento, y lo que ahora ocurre en Brasil y México, ni
tampoco con las clásicas dictaduras militares en cuyos escenarios las crisis
suelen resolverse por la vía generalmente incruenta de cambio de mandatarios y
gobiernos o por los “baños de sangre” en los cuarteles. Se trata, en este caso,
de una percepción que escapa a quienes simplifican la situación nacional y algunos
de manera dramática como Donald Trump, quien en su afán de buscar la “América Profunda”,
pareciera olvidar que hace muchos años fue enterrado el siniestro “garrote” de
Theodore Roosevelt.
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