lunes, 21 de agosto de 2017

Análisis:


¿Cómo entender la crisis venezolana? (1) 
El llamado “Caso Venezuela” complicado en los últimos meses por el conflicto de poderes entre AN, TSJ, Fiscalía General, Defensoría del Pueblo y Asamblea Nacional Constituyente, y además marcado por una intensa violencia con muertos, heridos y cuantiosos daños materiales durante varios meses, es lógico que merezca la atención internacional. Luego del fracaso de la gestión de la OEA para la aplicación de la Carta Interamericana de Lima, los fallidos intentos de diálogo entre el Gobierno y la MUD, el agotamiento de protestas populares contaminadas por la violencia vandálica y la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (convertida en un suprapoder que asume en la práctica) las facultades propias de la Presidencia de la República), el cuadro venezolano luce cada vez más complicado y, en consecuencia, exige de soluciones y respuestas urgentes y viables.
¿Qué diferencia lo que ocurre en el país con las crisis que se viven en otros países latinoamericanos como Brasil, México, Colombia, Paraguay, y Guatemala, entre otros? ¿Por qué la situación ha llegado al extremo de que una manera inusual el presidente Donald Trump amenace con una “posible intervención militar” y haya emplazado personalmente al presidente Maduro en una escena que solo se recuerda en la historia continental con el enfrentamiento entre Kennedy y Fidel Castro en los años sesenta?

MODELO Y NO GOBIERNO
El conflicto político nacional se agrava en 1998 con la victoria de Hugo Chávez y su propuesta de cambio revolucionarios (nada de socialismo se hablaba entonces), como consecuencia del agotamiento bipartidista nacido del “Pacto de Puntofijo” en 1958, y el agravamiento de los problemas sociales y económicos, en buena medida, derivados del famoso modelo del “rentismo petrolero”. El triunfo chavista se apoyó en buena medida en la propuesta de un proceso constituyente que refrescara las instituciones y asumiera los cambios ocurridos en las últimas décadas en Venezuela y en el mundo.
Por otra parte, la victoria del chavismo no representaba la alternancia tradicional de los partidos políticos en el poder de acuerdo con las reglas del juego constitucional, sino la emergencia de una nueva élite y con planteamientos claramente opuestos a la visión representativa y formal del sistema democrático. Ello, como debía ser, provocó una confrontación cada vez más allá de la simple relación oposición y gobierno. Ya la Constitución Bolivariana del 99 apuntaba hacia esa dirección, y luego decretos como el referido a la educación escolar y la aprobación de leyes por la vía habilitante, como la propiedad de  la tierra y otras, habrían de provocar una reacción activa de sectores sociales y no solamente políticos que se consideraban afectados por medidas de esa naturaleza y las cuales continuarían de acuerdo al lenguaje y la acción presidencial.
A partir del año 2001, y luego en los años 2002, 2003, y 2004, se viviría un escenario inédito de conflictividad con enormes protestas populares activadas por la clase media y factores diligentes de la sociedad civil que llegaron a provocar, incluso, la salida del gobernante durante tres días, acciones de paro de la industria petrolera, disidencias del alto mando militar, y una inestabilidad que provocó la mediación internacional a través de la OEA (con la presencia de su secretario César Gaviria) y del Centro Cárter, con la asistencia del propio expresidente norteamericano, hasta concluir con un referéndum revocatorio presidencial (primero que se realiza en el mundo en esos términos) y que ratificó el mandato de Chávez.
Es decir, se abría el camino para la profundización del proyecto bolivariano ahora consciente de la fortaleza de los factores que le adversaban y de la disposición de éstos al cambio de gobierno por cualquier vía. Era explicable que en función de un proyecto de permanencia en el poder más allá del límite quinquenal, Chávez ya emparentado en algunos propósitos con Fidel Castro, endureciera el camino hacia una revolución que el politólogo Heinz Dieterich bautizara por comodidad semántica como “socialismo del siglo XXI”.

ALIANZA LATINOAMERICANA
Los años coincidían entonces con la elección de gobernantes en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, con planteamientos progresistas como respuestas al fracaso de los gobiernos de orientación neoliberal, que protagonizaron la década de los ochenta y noventa en el continente. De esta manera, el planteamiento chavista encontró espacio para establecer relaciones cada vez más estrechas con esas naciones e impulsar proyectos de integración comercial, en buena medida determinados por la milagrosa alza de los precios del petróleo que superaron los 100 dólares por barril. En 2005, el rechazo al proyecto del ALCA de Estados Unidos en Mar de Plata que propugnaba el libre comercio, y la reactivación del Foro de Sao Paulo de grupos izquierdistas, acentuó las coincidencias entre los principales mandatarios suramericanos; mientras que Petrocaribe, como mecanismo de ayuda energética para la región y la conformación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) determinaban el protagonismo del gobernante venezolano en América Latina y además su vinculación cada vez más estrecha con países de otros continentes que apostaban también a políticas neutrales y generalmente enfrentadas a la estrategia diplomática de Washington.

EL “GARROTE” DE ROOSVELT

Durante diez años, Chávez consolidó un modelo único, que si bien tuvo aliados importantes, como Lula y Rousseff en Brasil, los esposos Macri en Argentina, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, y Ortega en Nicaragua (y por supuesto Fidel y Raúl Castro en Cuba) se trataba de una alianza política y comercial entre gobiernos que no podían juzgarse con políticas ni propósitos similares al venezolano. De esta manera, la actual situación venezolana no podría equipararse con lo que han vivido en los últimos años otros países por quiebre constitucional como Honduras, Paraguay, Ecuador en su momento, y lo que ahora ocurre en Brasil y México, ni tampoco con las clásicas dictaduras militares en cuyos escenarios las crisis suelen resolverse por la vía generalmente incruenta de cambio de mandatarios y gobiernos o por los “baños de sangre” en los cuarteles. Se trata, en este caso, de una percepción que escapa a quienes simplifican la situación nacional y algunos de manera dramática como Donald Trump, quien en su afán de buscar la “América Profunda”, pareciera olvidar que hace muchos años fue enterrado el siniestro “garrote” de Theodore Roosevelt.

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