Análisis:
Caso Venezuela: El
saludo dominicano
La vocera de la Casa Blanca Helen Aguirre Ferré reiteró la
preocupación de la diplomacia norteamericana por el caso Venezuela con una
afirmación categórica: “Maduro desestabiliza a toda la región”. Horas después,
la declaración oficial atenuaba el lenguaje porque, según el Presidente Donald
Trump, él apoya el diálogo que desde la semana pasada se realiza en República
Dominicana, entre el gobierno y los representantes de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD). Añadió el mandatario que este lunes 18 de septiembre, antes
de su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, se reunirá en
una cena con los mandatarios de Argentina, Brasil, Colombia, Panamá y Perú para
discutir sobre las salidas a la ya famosa crisis venezolana.
Mientras tanto, los voceros de la MUD explican que en la
capital dominicana se trató solamente de “temas exploratorios” y que de ninguna
manera puede considerarse como el inicio de un diálogo para perfilar salidas o
acuerdos en relación al tema. El jefe de la delegación oficialista, Jorge
Rodríguez, por su parte considera “positivos” los escarceos de la semana pasada
y anuncia que el 27 de septiembre se volverán a sentar en una mesa de
negociaciones facilitada por el presidente dominicano, Danilo Medina, y el mediador
internacional José Luis Rodríguez Zapatero para procurar avances en busca de
aproximaciones mínimas que faciliten la gobernabilidad en el país.
¿PARA QUÉ EL ACUERDO?
¿Sobre qué bases se discutiría en los nuevos encuentros? Sin
duda, tanto la oposición como el gobierno enfrentan un escollo que significa el
“choque de poderes” agravado con la victoria opositora en las elecciones
parlamentarias de diciembre de 2015, que le otorgó a la MUD la mayoría en la
Asamblea Nacional. Era evidente que después de la derrota de los artículos de
la reforma constitucional propuesta por Chávez en el 2007 e impuestos por la
vía habilitante un año después, en términos prácticos en el país se impusieron
dos constituciones: la Constitución Bolivariana de 1999 presentada precisamente
por Chávez y la vigencia de nuevos artículos que la contradecían,
posteriormente planteados por el propio mandatario cuando consideró que era
necesario blindar constitucionalmente el proyecto de “socialismo del siglo XXI”.
Si bien el régimen reconoció la nueva Asamblea Nacional e
incluso Maduro acudió a su sede para consignar el informe anual de costumbre, la
conflictividad entre los agentes políticos y partidistas habría de complicar
las relaciones incluso las funciones del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.
La decisión de desacato de la Asamblea Nacional aprobada por el Ejecutivo; la
designación de nuevos magistrados del TSJ, posteriores decisiones tomadas por el cuerpo, entre otros
elementos, crearon las condiciones para los categóricos señalamientos de la
Fiscal General Luisa Ortega Díaz, (hoy destituida y en el exilio) en desacuerdo
con el comportamiento de Miraflores y abrieron paso a cuatro meses de intensas
y sangrientas manifestaciones de calle con saldo de cientos de muertos, heridos
y todavía incuantificables daños materiales en todo el país; y luego la
convocatoria por Maduro de una Asamblea Nacional Constituyente (que si bien fue
concebida como un escenario para la paz) ha servido para complicar y agravar
las tensiones ya existentes.
De esta manera, la gobernabilidad exige de acuerdos que
faciliten su pleno ejercicio, lo cual parece imposible en las actuales
circunstancias, porque muchas de sus decisiones, alegando inconstitucionalidad,
serían rechazadas no sólo en el plano nacional sino en instancias
internacionales y por los gobiernos que han declarado su desconocimiento como
Estados Unidos, la Unión Europea, y una parte significativa de los gobiernos
latinoamericanos.
En estas circunstancias, tanto para el gobierno como la
oposición, resulta necesario definir un espacio que garantice el ejercicio y la
viabilidad de sus propias políticas, y de allí deviene la urgencia de un
acuerdo que en definitiva resulta necesario para ambos factores. En ese
contexto es absolutamente necesario el encuentro y el diálogo, si bien podrían
quedar pendientes (lo cual resultaría ilógico e incomprensible) las materias
sustantivas que configuran lo que ya es una “catástrofe nacional”.
UN TEMA MUNDIAL
Mientras tanto la atención y más aún la preocupación por
Venezuela cobran importancia en el ámbito internacional. ¿Por qué un cuadro de
conflictividad política que no es inédito en América Latina, aunque en este
caso se añade una severa crisis económica y los datos de un drama humanitario,
tiene que llamar la preocupación prioritaria de la Unión Europea, de los presidentes
de Estados Unidos, Rusia, China y en su totalidad de los mandatarios
latinoamericanos, si en definitiva se trata de un asunto que debe ser resuelto
por los venezolanos en el marco de la soberanía e independencia del país?
Ciertamente, suele omitirse en el análisis de la crisis
nacional que Venezuela es un país inserto en el peligroso juego de la
geopolítica mundial y que no se trata, como muchos piensan, de una nación
confinada a sus meros límites territoriales. La diplomacia de Hugo Chávez, y
acentuada por Maduro, ha convertido al país en una pieza, en un eje de una
confrontación mundial que además se ha agravado dramáticamente en los últimos
años. Ello explica porqué recientemente los gobernantes de España, Francia,
Inglaterra y Alemania recibieron a Julio Borges, con atención a las más
rigurosas formalidades diplomáticas, para tomar posición en la controversia
nacional y explica por qué como respuesta a escasas horas, el presidente
Maduro, recurriendo al poderoso mecanismo diplomático de la “foto oportunity”,
viajó a Kazajistán para estrechar las manos del presidente de Turquía, Recep
Tayyip Erdogan, y de Hasán Rouaní, presidente de Irán, quienes ratificaron
apoyo a sus gobiernos y sus políticas. ¿Cuál de los dos hechos en verdad interesa
más a la diplomacia europea? La crisis nacional, en definitiva, va más allá de un
brindis casual entre adversarios en las playas de Punta Cana.
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