lunes, 19 de marzo de 2018

ANÁLISIS

EL VOTO Y LA PROFECÍA DE HERRERA CAMPINS

“A las venideras elecciones hay que asistir con la convicción de triunfar y de hacer posible la recuperación democrática de Venezuela. La imposición de la democracia total no es una carrera de velocidad, sino una prueba de resistencia. Largas jornadas piden voluntades fuertes. Contratiempos difíciles exigen ánimos decididos, pulso firme, corazón bien puesto”. De esta manera finaliza su importante documento “Frente a 1958”, el exiliado Luis Herrera Campins entre enero y febrero de 1957 en Múnich, República Federal Alemana. La reflexión habría de tener en los meses siguientes un impacto que seguramente no imaginó el autor.
Se refería el dirigente copeyano a la necesidad de activar el artículo 104 de la Constitución espuria aprobada por la Asamblea Constituyente perezjimenista en 1953, y según el cual deberían celebrarse elecciones para la escogencia de Presidente de la República y demás poderes. El jefe del Estado debería ser elegido por votación universal, directa y secreta con tres meses de anticipación, por lo menos, al 19 de abril de 1958 cuando comenzaría el nuevo período. El texto de Herrera (que incluía un repaso de la historia reciente y publicado en el boletín informativo “Tiela” que circulaba en la clandestinidad) parecía una inocente ocurrencia infantil. Con los partidos políticos ilegalizados, salvo Copei en la semilegalidad; bajo el asedio represivo; en el esplendor de la transformación del “medio físico” que hacía de Caracas “por obra de una suerte de cirugía plástica”, según el expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo la ciudad más espectacular del momento; con un férreo control militar por una institución que había sido reconvertida y modernizada por el gobernante; con censura de prensa y con la refinada y brutal represión de la Seguridad Nacional la propuesta del joven periodista en el destierro, podría tener el menor sentido práctico? ¿Con qué estructura organizativa y con qué instrumentos legales era posible derrotar en su propio terreno, con sus propias reglas de juego, a lo que se consideraba la resurrección de la etapa reformadora de un “guzmancismo del siglo XX”? ¿Tenía el menor sentido pensar en el voto frente a la fortaleza de los fusiles y el torrente de ingresos generados por la riqueza petrolera?

HACIA EL 23 DE ENERO

Ocurrió lo que nadie esperaba: Pérez Jiménez habló de las elecciones, ofreció amnistía para exiliados y presos políticos de AD y el Partido Comunista, e incluso llegó a confesar al periodista José Gerbasi que la medida de gracia podía ser extensiva a los expresidentes Betancourt y Gallegos. En el entorno de Miraflores se habló que incluso el coronel Oscar Tamayo Suárez, Comandante de la Guardia Nacional, podría ser un aspirante al cargo, lo que quería decir que en su curioso “éxtasis democrático” Pérez Jiménez podía renunciar al recurso inmediato e indiscutido de la reelección.
La dirigencia adeca en el exilio, cuya estrategia de la subversión armada había fracasado a un alto costo de muertes y sacrificios, llegó a considerar la posibilidad electoral después de haber llamado a la abstención en las elecciones de 1952; el Partido Comunista apostaba a la unidad como premisa para cualquier estrategia futura; y Jóvito Villalba en el exilio sería consecuente con su entonces victoriosa adicción al voto. Sectores económicos y profesionales en la capital pusieron a circular el nombre de Rafael Caldera, el único líder histórico que permanecía en el país como una carta presidencial de unidad que fue asumida por todos los partidos.
El planteamiento de Herrera Campins, sin duda, influyó en hechos posteriores como la creación de grupos voluntarios de resistencia; la activación del movimiento liceísta y universitario a favor de la democracia y la famosa Pastoral que Monseñor Arias Blanco leyó el primero de mayo de ese año; mientras se producía la sucesión de dictaduras en el continente como la de Manuel Odría en Perú, se iniciaba la lucha abierta contra Batista en Cuba y se daban indicios que la diplomacia norteamericana flexibilizaba su apoyo a la llamada “Internacional de las Espadas”.
En el círculo perezjimenista, por iniciativa de Laureano Vallenilla y Rafael Pinzón se inventó una fórmula para contrapesar la elección constitucional con el mecanismo de un plebiscito para el 15 de diciembre. Ahora el remedio resultaba peor que la enfermedad. Se daba un pretexto y un poderoso estímulo para la activación opositora en todos los ámbitos, y el rechazo a la consulta provocó pronunciamientos militares, la activación de grupos independientes y dio paso al silencioso malestar que existía en el llamado “cinturón de miseria” caraqueño.
El plebiscito resultó una grotesca estafa y cuarenta días después, en la madrugada del 23 de enero del 1958 se desplomó la dictadura con la huída de Pérez Jiménez y se abrió paso a un largo período democrático en el cual, casualmente, entre 1978 y 1983, Luis Herrera Campins, el osado profeta de Múnich, ejercería la Presidencia de la República por mandato del voto popular.

“SANGRE DE MARIPOSAS”


El asesinato de Carlos Delgado Chalbaud el 13 de noviembre de 1950 significa un hecho de notable importancia histórica, una vez que muchas de sus circunstancias (como la verdadera autoría intelectual del crimen) aún permanece en el misterio. Dos años antes el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán era asesinado en Bogotá, desatando el incendio social colombiano que aún perdura. Rómulo Betancourt en esos tiempos compartió tareas y también polémicas con ambos personajes. Sin que pueda establecerse una relación directa entre los hechos, ellos ocuparon un espacio decisivo de la política de los dos países, caracterizada por la más encarnizada lucha por el poder. Oscar Silva Araque, reconocido periodista e investigador de la comunicación es el autor de “Sangre de Mariposas”, un texto que con excelente manejo de lo que el escritor español Antonio Muñoz Molina denomina el “ejercicio del periodismo como literatura mestiza” recrea la etapa y añade nuevos elementos sobre el caso de Delgado Chalbaud, todo ello con una rigurosa investigación y una lucidez narrativa también que hacen del libro uno de los mejores testimonios escritos en los últimos años para reconstruir episodios de la convulsa historia venezolana la cual, al decir de la propia víctima días antes de su muerte: “reclama un paréntesis de sosiego”. Y todavía.

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