ANÁLISIS
EL VOTO Y LA PROFECÍA DE HERRERA CAMPINS
“A las venideras elecciones hay que asistir con la
convicción de triunfar y de hacer posible la recuperación democrática de
Venezuela. La imposición de la democracia total no es una carrera de velocidad,
sino una prueba de resistencia. Largas jornadas piden voluntades fuertes.
Contratiempos difíciles exigen ánimos decididos, pulso firme, corazón bien
puesto”. De esta manera finaliza su importante documento “Frente a 1958”, el
exiliado Luis Herrera Campins entre enero y febrero de 1957 en Múnich,
República Federal Alemana. La reflexión habría de tener en los meses siguientes
un impacto que seguramente no imaginó el autor.
Se refería el dirigente copeyano a la necesidad de activar
el artículo 104 de la Constitución espuria aprobada por la Asamblea
Constituyente perezjimenista en 1953, y según el cual deberían celebrarse
elecciones para la escogencia de Presidente de la República y demás poderes. El
jefe del Estado debería ser elegido por votación universal, directa y secreta
con tres meses de anticipación, por lo menos, al 19 de abril de 1958 cuando
comenzaría el nuevo período. El texto de Herrera (que incluía un repaso de la
historia reciente y publicado en el boletín informativo “Tiela” que circulaba
en la clandestinidad) parecía una inocente ocurrencia infantil. Con los
partidos políticos ilegalizados, salvo Copei en la semilegalidad; bajo el
asedio represivo; en el esplendor de la transformación del “medio físico” que
hacía de Caracas “por obra de una suerte de cirugía plástica”, según el
expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo la ciudad más espectacular del
momento; con un férreo control militar por una institución que había sido
reconvertida y modernizada por el gobernante; con censura de prensa y con la
refinada y brutal represión de la Seguridad Nacional la propuesta del joven
periodista en el destierro, podría tener el menor sentido práctico? ¿Con qué
estructura organizativa y con qué instrumentos legales era posible derrotar en
su propio terreno, con sus propias reglas de juego, a lo que se consideraba la
resurrección de la etapa reformadora de un “guzmancismo del siglo XX”? ¿Tenía
el menor sentido pensar en el voto frente a la fortaleza de los fusiles y el
torrente de ingresos generados por la riqueza petrolera?
HACIA EL 23 DE ENERO
Ocurrió lo que nadie esperaba: Pérez Jiménez habló de las
elecciones, ofreció amnistía para exiliados y presos políticos de AD y el
Partido Comunista, e incluso llegó a confesar al periodista José Gerbasi que la
medida de gracia podía ser extensiva a los expresidentes Betancourt y Gallegos.
En el entorno de Miraflores se habló que incluso el coronel Oscar Tamayo
Suárez, Comandante de la Guardia Nacional, podría ser un aspirante al cargo, lo
que quería decir que en su curioso “éxtasis democrático” Pérez Jiménez podía renunciar
al recurso inmediato e indiscutido de la reelección.
La dirigencia adeca en el exilio, cuya estrategia de la
subversión armada había fracasado a un alto costo de muertes y sacrificios,
llegó a considerar la posibilidad electoral después de haber llamado a la
abstención en las elecciones de 1952; el Partido Comunista apostaba a la unidad
como premisa para cualquier estrategia futura; y Jóvito Villalba en el exilio
sería consecuente con su entonces victoriosa adicción al voto. Sectores
económicos y profesionales en la capital pusieron a circular el nombre de
Rafael Caldera, el único líder histórico que permanecía en el país como una
carta presidencial de unidad que fue asumida por todos los partidos.
El planteamiento de Herrera Campins, sin duda, influyó en
hechos posteriores como la creación de grupos voluntarios de resistencia; la
activación del movimiento liceísta y universitario a favor de la democracia y la
famosa Pastoral que Monseñor Arias Blanco leyó el primero de mayo de ese año; mientras
se producía la sucesión de dictaduras en el continente como la de Manuel Odría en
Perú, se iniciaba la lucha abierta contra Batista en Cuba y se daban indicios
que la diplomacia norteamericana flexibilizaba su apoyo a la llamada
“Internacional de las Espadas”.
En el círculo perezjimenista, por iniciativa de Laureano
Vallenilla y Rafael Pinzón se inventó una fórmula para contrapesar la elección
constitucional con el mecanismo de un plebiscito para el 15 de diciembre. Ahora
el remedio resultaba peor que la enfermedad. Se daba un pretexto y un poderoso
estímulo para la activación opositora en todos los ámbitos, y el rechazo a la
consulta provocó pronunciamientos militares, la activación de grupos
independientes y dio paso al silencioso malestar que existía en el llamado
“cinturón de miseria” caraqueño.
El plebiscito resultó una grotesca estafa y cuarenta días
después, en la madrugada del 23 de enero del 1958 se desplomó la dictadura con
la huída de Pérez Jiménez y se abrió paso a un largo período democrático en el
cual, casualmente, entre 1978 y 1983, Luis Herrera Campins, el osado profeta de
Múnich, ejercería la Presidencia de la República por mandato del voto popular.
“SANGRE DE MARIPOSAS”
El asesinato de Carlos Delgado Chalbaud el 13 de noviembre
de 1950 significa un hecho de notable importancia histórica, una vez que muchas
de sus circunstancias (como la verdadera autoría intelectual del crimen) aún
permanece en el misterio. Dos años antes el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán
era asesinado en Bogotá, desatando el incendio social colombiano que aún
perdura. Rómulo Betancourt en esos tiempos compartió tareas y también polémicas
con ambos personajes. Sin que pueda establecerse una relación directa entre los
hechos, ellos ocuparon un espacio decisivo de la política de los dos países,
caracterizada por la más encarnizada lucha por el poder. Oscar Silva Araque,
reconocido periodista e investigador de la comunicación es el autor de “Sangre
de Mariposas”, un texto que con excelente manejo de lo que el escritor español
Antonio Muñoz Molina denomina el “ejercicio del periodismo como literatura
mestiza” recrea la etapa y añade nuevos elementos sobre el caso de Delgado Chalbaud,
todo ello con una rigurosa investigación y una lucidez narrativa también que
hacen del libro uno de los mejores testimonios escritos en los últimos años
para reconstruir episodios de la convulsa historia venezolana la cual, al decir
de la propia víctima días antes de su muerte: “reclama un paréntesis de
sosiego”. Y todavía.
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