martes, 23 de abril de 2019

ANÁLISIS

UN SUICIDIO HISTÓRICO

El suicidio de Alan García deja en claro el drama político latinoamericano determinado en buena medida por la corrupción y el manejo que de ella se hace por sectores críticos de los gobiernos, como un sustituto de las viejas conspiraciones y golpes de Estado; y por una opinión pública contaminada irremediablemente por el abuso de los fake news como instrumento de la antipolítica.

García se forjó en la juventud del APRA, un partido pionero de la socialdemocracia en el continente, guiado por Víctor Raúl Haya dela Torre, un líder con un claro apoyo mayoritario de los peruanos cuyo acceso a la Presidencia fue históricamente bloqueado por los grupos oligárquicos tradicionales. Inquieto, inteligente y estudioso de la política latinoamericana Alan vivió su juventud en el exilio parisino donde solía compartir los estudios en las noches como cantante de boleros en el Café La Scala del Barrio Latino. A mediados de los años ochenta se abrió por fin la posibilidad de acceso al poder para el aprismo al concluir el mandato de Belaúnde Terry y la opción más conveniente y avalada por las encuestas fue la de García, quien viajaba con frecuencia a Caracas y recibía el apoyo de Carlos Andrés Pérez, entonces abanderado de la Internacional Socialista en América Latina. 

El aspirante triunfó e inició una gestión de orientación progresista, se negó a pagar la deuda externa, estatizó el sistema bancario en contraprestación a las recetas neoliberales entonces de moda, para enfrentar los desajustes macroeconómicos. En la siguiente elección los peruanos se enfrentaron al dilema de escoger entre el laureado novelista Mario Vargas Llosa con una propuesta democrática moderada (quien triunfó en la primera ronda) y Alberto Fujimori, un personaje excéntrico, sin pedigrí conocido y quien hizo su campaña al volante de un tractor y que resultó electo finalmente para gobernar durante diez años como fachada de una cúpula militar e implantar el modelo del neoautoritarismo, viéndose obligado a abandonar el poder en noviembre del 2000 para una transición presidida por Agustín Paniagua que devino posteriormente en la elección de Alejandro Toledo del partido Perú Posible.

García fue enjuiciado y debió exiliarse en la embajada de Colombia, como años atrás lo había hecho en la misma sede diplomática Haya dela Torre. Vivió el exilio en ese país y a su regreso se postuló como candidato para las elecciones de 2005, en las cuales resultó electo frente a Ollanta Humala, quien asumía un discurso impregnado del furor chavista de la época. En 2011 entregó la Presidencia ahora sí en verdad a Humala ante el temor de que Keiko la hija de Fujimori ganara la Presidencia.

En la consulta de 2016, en la primera vuelta la hija del expresidente en un nuevo intento resultó ganadora, prometiendo la libertad de su padre todavía en prisión, pero facilitando en la segunda ronda la elección de Pedro Pablo Kuczynski, más que político empresario, para un mandato obviamente precario tanto que en 2018, cuando se preparaba para recibir la visita de Donald Trump en una Cumbre de las Américas, debió abandonar el poder para dar paso por la vía legislativa a Martín Vizcarra, quien ahora también ha recibido señalamientos por supuestos casos de corrupción.

La mañana de este miércoles 17 de abril antes de recibir la orden de detención en su casa Alan García se accionó un disparo en la sien y a los minutos fallecía en el quirófano del Hospital Casimiro Ulloa en Lima. Como se sabe Fujimori anciano sigue baipaseado en calabozos, Toledo, Humala, y Kuczynski quien reclama piedad para sus años, siguen prisioneros. Si se buscara el cuerpo del delito en estos casos, se encontraría a la poderosa empresa brasileña Odebrecht, que ya por cierto ha dado cuenta de los polémicos presidentes brasileños Dilma Rousseff, Lula Da Silva, Michel Temer, y ante lo cual Jair Bolsonaro debería poner sus barbas en remojo. El suicidio de Alan García deja un mensaje moral y una advertencia política tal como ocurrió en su tiempo con los disparos que segaron la vida de Getulio Vargas (Brasil), Jorge Eliécer Gaitán (Colombia) y Salvador Allende (Chile), como tributos para la historia.-

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