lunes, 27 de junio de 2011

LA MÁSCARA SE CAE


Análisis
17/01/2003
LA MÁSCARA SE CAE

Manuel Felipe Sierra

En sólo 24 horas, Chávez marcó sus diferencias ante la posibilidad de una intermediación o una facilitación de las instancias internacionales en la crisis de gobernabilidad del país. En Nueva York, el jueves cuando el gobernante menospreció y descalificó el papel (ya lo había hecho con el trato personal dado al secretario general de la OEA) que ha cumplido la Mesa de Negociaciones y Acuerdos presidida por César Gaviria. Ayer, tal como lo anunció el día anterior se opuso a composición del Grupo de Amigos articulada por el expresidente colombiano durante la toma de posesión del nuevo presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez.

Gaviria no vino al país en un paseo turístico. El gobierno admitía con ello que la confrontación interna exigía de un testigo foráneo. La situación de creciente tensión política y social no se puede resolver solamente mediante la aplicación de los mecanismos previstos en la Constitución Bolivariana. Desde hace unos meses existe un enfrentamiento entre oposición y gobierno que tendría que interpretarse como la contraposición entre una protesta absolutamente valida de  una inmensa mayoría de los venezolanos contra el proyecto chavista  de inequívoco perfil autoritario que desnaturaliza el mandato que le fuera otorgado al gobernante el 6 de diciembre de 1998. El empeño en imponer un modelo a contracorriente de la robusta cultura democrática del país ha implicado (cosa que seguramente Chávez nunca pensó) la insurgencia activa y ya indoblegable de nuevos factores sociales en la escena política.


Cuando Chávez en Nueva York puso en duda  la eficacia del Grupo de Amigos y ayer, en un delirante disparate y consideró una gestión de esta naturaleza como una ayuda planetaria y no reducida (como lo indica la diplomacia moderna a un grupo de naciones que puedan operar con la mayor eficacia posible) simplemente le  está dando un palo a la lámpara a  cualquier posibilidad valida de negociación.

Cuando anoche viajó nerviosamente a Brasilia para conversar con el presidente Ignacio Lula Da Silva y recibir consejos ante una situación doméstica, pone en evidencia su vocación por el padrinazgo. Fidel Castro todavía le sirve para  algunas cosas. Que no son pocas por lo demás. Ahora el nuevo mandatario brasileño le sirve para otras, entre ellas la intermediación ante Washington. Tanto en sus discursos ante la ONU como la Asamblea Nacional Chávez puso sobre la mesa una verdad solar: su debilitamiento es irrecuperable en términos populares, sus políticas y su tozudez le han ocasionado un daño al país que sobrepasa las dimensiones de una catástrofe bíblica. Y como si fuera poco ahora hace suyo (obviamente, desde una óptica sesgada) el planteamiento según el cual que el conflicto venezolano no se puede comparar a otras experiencias latinoamericanas. Ello es absolutamente cierto. En Venezuela no  existe una guerra civil, sino un Estado que ejerce impunemente la violencia contra la mayoría de la población.

Chávez, por eso enfrenta una situación que lo sobrepasa y cada día compromete más su legitimidad. Gaviria, después de dos meses en Caracas, lo sabe. El mandatario bajo el peso de un paro cívico que se prolonga por más de un mes no tiene otro camino que quitarse la careta. Y lo está haciendo. Los medios serán  su próxima víctima.

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