lunes, 27 de junio de 2011

SOLO CONTRA EL MUNDO

Análisis
25/02/2003
SOLO CONTRA EL MUNDO

Manuel Felipe Sierra

Chávez nunca estuvo de acuerdo con la constitución del Grupo de Países Amigos. Hubiera preferido que la situación venezolana siguiera sobre la Mesa de Negociaciones y Acuerdos facilitada por César Gaviria. El escenario de la OEA le resulta menos riesgoso por su propia composición que es, en esencia, como señala el analista Antonio Sánchez un “club de Estados” y no una organización que interpreta necesariamente la voluntad de los países que la integran. Por eso, el mandatario montó en cólera cuando Gaviria anunció en Quito, durante la toma de posesión de Lucio Gutiérrez, que el grupo lo integrarían Estados Unidos, España, Portugal, México, Brasil y Chile.

Por esa misma razón, realizó un viaje relámpago a Brasilia para plantear a Lula la conveniencia  de ampliarlo con otras naciones. Es evidente que seis países –cinco de los cuales tienen un apreciable intercambio comercial con Venezuela- están en mejores  condiciones de presionar una salida a la dramática polarización del país, que un cuerpo integrado por treinta y cuatro miembros, la mayoría de los cuales resienten de un cuadro de inestabilidad política en sus territorios, y muchos de ellos, permanecen neutralizados por la vía de un generoso suministro petrolero.


Chávez entiende, que el Grupo de Países Amigos hará suyas las propuestas de Carter y de Gaviria sobre una solución electoral.  Si hasta hace unas semanas, Chávez apelaba al recurso del referéndum revocatorio de agosto para consultar a los electores; después del paro cívico piensa otra cosa. Considera que su proyecto resultó fortalecido y que es indispensable pasar a una fase superior que implica activar todas las formas de la represión y el ultraje al Estado de Derecho.

Lo ocurrido en los últimos días es más que elocuente. El secuestro y la posterior detención del presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández,  la persecución por similares razones del presidente de la CTV Carlos Ortega, por unos cargos que sólo la indignidad de un Fiscal General de anime, puede concebir. Los procesos iniciados contra los dirigentes  de la protesta petrolera y supuestamente contra editores y periodistas. El torniquete perverso del control de cambio y de precios para pasar facturas a empresarios que actuaron en defensa de sus intereses.  El empeño en cerrar con la Ley de Contenidos y la Ley Orgánica del TSJ el círculo de su legalidad autocrática. El impulso a la violencia  que se traduce en los ajusticiamientos de tres soldados y una joven dama de la disidencia militar de Altamira; y la matanza de los agentes de la Metropolitana por los grupos paramilitares.

La “retórica irritante” (para decirlo con la prudencia diplomática de Washington)  contra  los mandatarios de Estados Unidos, España y Colombia, que estimulan indirectamente acciones terroristas como las ocurridas la noche del lunes contra el consulado colombiano y la embajada española en Caracas, no son hechos aislados. Chávez desafía ahora a la comunidad internacional por que entre sus planes está no contarse electoralmente ni siquiera sobre la base de su propuesta revocatoria. No sólo porque está consciente que perdería la elección sino también por un asunto mucho más sustantivo: Chávez no cree en elecciones abiertas. Ahora descubre su verdadero rostro autoritario y antidemocrático, ante un mundo ganado definitivamente por la democracia y la defensa de los derechos humanos. A los 76 años, Fidel Castro sigue siendo un maestro de lujo, y como siempre, un consejero mañoso.

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