Análisis
09/09/2002
EL DIFÍCIL DIÁLOGO
Manuel Felipe Sierra
Una nueva gestión de un grupo de mediadores de la ONU, la OEA y el Centro Carter inició ayer en Caracas reuniones, para estimular un diálogo entre el gobierno y la oposición. Dos meses atrás, representantes del instituto que dirige el ex-presidente norteamericano, visitó el país y regresó con la amarga impresión de que no habían condiciones ni ambiente para propiciar el entendimiento nacional, después de los sucesos del mes de abril y la radicalización del proceso bolivariano.
Ahora las cosas parecen haber cambiado. Frente al riesgo de salidas traumáticas es lógico apostar a la fórmula de la negociación. El propio gobierno tomó la iniciativa de invitar a la misión de los tres organismos que en una primera fase procurará una suerte de inspección del tenso cuadro político nacional, para luego avanzar en la fijación de una agenda que serviría de base para las negociaciones.
Voceros de la Coordinadora Democrática, que durante la visita de Carter fueron reacios a las conversaciones, ahora se sumaron al encuentro. No cabe duda que la severa ingobernabilidad que vive el país facilita esta nueva gestión, aunque sería un error forjarse falsas expectativas en relación a sus resultados. Más allá de su recurrente retórica belicista, Chávez debe entender que cada día que pasa la acumulación de crisis complica la gestión de su gobierno y acelera salidas que podrían escapar al marco de la democracia.
En la decisión de la CD pesa, en primer término, la posibilidad de soluciones institucionales por la vía de las querellas judiciales o una Enmienda Constitucional que acorte el período presidencial, y las circunstancias de qué, ya no sólo se trata de una gestión de buenos oficios del ex-mandatario estadounidense, sino de un paso concreto que revela la preocupación, tanto a la Organización de Estados Americanos como del PNU de la ONU, instancias multilaterales que han actuado en otros países frente a situaciones semejantes, ante el complejo “caso Venezuela”.
No obstante, la gestión que se inicia deberá enfrentar un obstáculo si se quiere insalvable. El diálogo es usado por el gobierno como una manera de ganar tiempo y para dar prenda de su supuesta voluntad democrática. Pero la tendencia a la concertación es abiertamente contraria a las coordenadas básicas de la revolución bolivariana que solamente podría afirmarse, como lo ha hecho hasta ahora, sobre la base de confrontar e intimidar a sus adversarios. ¿Estaría Chávez en capacidad, por ejemplo, de desmontar los círculos bolivarianos y renunciar a su proyecto que pasa de manera evidente por el debilitamiento y la desnaturalización de premisas innegociables del sistema democrático?.
No deja de ser elocuente que a sólo 24 horas de la llegada al país de los miembros de la misión internacional –a su regreso de Johannesburgo y La Habana- Chávez empuñara de nuevo el hacha de la guerra amenazando nada más y nada menos con “expropiar” las empresa que permitan paros de naturaleza política. Si Chávez fuese revolucionario, tal como lo sostiene, sabría que las luchas obreras no sólo se libran en función de reivindicaciones especificas (lo que en el marxismo se llama economicismo) sino que los trabajadores constituyen una vanguardia con propósitos esencialmente políticos.
Si no fuera así: ¿qué sentido tiene, entonces, que Chávez promueva la creación de una central obrera paralela que más que inspirarse en la organización de los sectores trabajadores asume una inequívoca identidad partidista y que se propone ser la expresión sectaria de las escuálidas bases sindicales bolivarianas?.
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