miércoles, 13 de julio de 2011

LA COSTOSA DIVISION DEL PARTIDO MILITAR

Análisis
02/11/2002
LA COSTOSA DIVISION DEL PARTIDO MILITAR
Manuel Felipe Sierra


La novedosa, pero sin duda eficaz  protesta de un apreciable grupo de altos oficiales en la Plaza Altamira, no puede verse como un hecho aislado. Esa experiencia  de “foquismo democrático” para  recordar la teoría foquista guerrillera del Ché Guevara se emparenta con la fracasada insurgencia armada encabezada por Hugo  Chávez Frías el 4 de febrero de 1992. Ese día – sin que fuera  percibida en su exacta  magnitud- el modelo bipartidista sufrió un severo infarto, el impacto de una fractura irrecuperable que se, materializó seis años después, el 6 de diciembre de 1998, con la victoria, legítima y pulcra, de un  teniente coronel atosigado de teorías y proyectos extravagantes.

La presencia militar en el debate  político se hizo inevitable. La política se militarizó. Si algún reconocimiento merece Chávez es haber entendido que ante el desmantelamiento de  la institución partidista, tal y como se le concibió en Venezuela, el estamento armado se convirtió en la referencia más  cercana para los sectores populares y en un factor de inevitable gravitación en un proceso de transición hacia un nuevo esquema de  convivencia democrática.


Chávez, accedió al poder mediante las reglas convencionales, pero tenía perfectamente claro que su base de sustentación fundamental no era  el MVR-  que le sirvió y aún le sirve, aunque en menor medida de fachada  partidista-  pero que su  objetivo estratégico era convertir a las entonces Fuerzas Armadas Nacionales, en un instrumento clave para facilitar  una revolución que sólo existe en los límites  de su cerebro.

¿Fue casual que a pocos días de su ascenso a la Presidencia de la República anunciara el Plan Bolívar, que tomado de la experiencia del SINAMO de Velasco Alvarado en Perú, trataba de atender urgencias sociales de los sectores menos favorecidos de la sociedad pero que suponía también un fortalecimiento del vínculo de los militares con  la población? ¿Fue casual que en la Constitución Bolivariana se le concediera a los hombres de armas- más allá del derecho al voto consagrado en las constituciones de los países desarrollados- una beligerancia privilegiada, que los convirtió en actores políticos activos?¿Fue casual que Chávez se reservara la responsabilidad personal de los ascensos?  Desconocedor del mundo civil, concentró sus esfuerzos en ejercer un control absoluto de la que él mismo bautizó como la Fuerza Armada  Nacional, que en la lectura de los oficiales no es otra cosa que la preminencia del Ejército sobre los otros tres componentes. Todavía hace tres semanas, en su discurso en la FAO en Roma, amenazó  “con barrer a la oposición” si concretaban un paro nacional  - que por cierto se cumplió de manera contundente- através de su partido: la FAN.

Pero la estrategia tenía un costo demasiado alto. La partidización de los militares significaba que en los cuarteles se reproducirían las prácticas, los vicios y las luchas consustánciales a los partidos. Se  introdujo un elemento criminal en la institución llamada a garantizar la soberanía del país.  La calificación de méritos y credenciales  dió pasó a la  adhesión incondicional al jefe. La discusión política- es patética la escena del “gaitazo” frente a Fuerte Tiuna- privilegió la discusión política sobre el mejoramiento de la capacidad operativa. La línea de la disciplina vertical se quebró. Pareciera que como producto del atavismo decimonónico que impregna  su discurso, Chávez concibiera a la Fuerza Armada Nacional no como un cuerpo moderno sino como una montonera desalmada dispuesta a incendiar los pueblos del Llano.

En ese contexto, la respuesta  era previsible. Desde hace casi dos semanas en la Plaza Altamira opera de hecho un Estado Mayor en rebeldía, según los entendidos técnicamente superiores al que comanda Chávez, que ha establecido una relación creciente con el mundo civil. De alguna manera,  se reproduce el fenómeno que hizo de Chávez, contra toda predicción racional en el 92, el catalizador de una silenciosa debacle política.

La actitud de los militares de Altamira se explica por un problema profesional, por su desacuerdo con la manera cómo se conducen las líneas militares, pero también como obra de un proceso que tuvo su expresión crítica el 10 de diciembre pasado con la acción convocada por la CTV y Fedecámaras y  que, paralizó cuando menos, al ochenta por ciento del país. A partir de  allí y hasta ahora se ha hecho  ostensible la emergencia de nuevas fuerzas sociales, que si bien plurales y hasta contradictorias, han protagonizado las marchas y los paros – incluida la manifestación que provocó la salida de Chávez el 11 de abril- y  que configuran una vigorosa oposición al régimen.

Sería un error de los partidos políticos atribuirse exclusivamente   la musculatura de estas protestas. Sin duda la estructura  partidista cuenta en términos de la activación de sus militancias. Pero ello, en las actuales circunstancias no sería suficiente  para “engolosinarse” como dice el presidente de la CTV Carlos Ortega. La fuerza real del antichavismo está en esa inmensa conjunción de factores diversos que actúan, ciertamente, contra Chávez pero que en esencia defienden su compromiso con la democracia. Esa porción del país- la sociedad civil por comodidad semántica- está viendo en la vigilia de Altamira un acto concreto, una operación eficiente que, más allá de la gimnasia indispensable de las marchas y  paros, produce un efecto directo  y devastador sobre el gobierno.

Una semana después  del 4 de febrero del  92 el famoso  consultor norteamericano David Gaither constató que Hugo Chávez- entonces en una celda del cuartel San Carlos- tenía un ochenta por ciento de popularidad, sin que su nombre pudiese ser considerado en la contienda  electoral. ¿Cuántos puntos tendría  hoy el general Enrique Medina Gómez? 

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