miércoles, 13 de julio de 2011

MANOS VACÍAS

Análisis
04/10/2002
MANOS VACÍAS

Manuel Felipe Sierra

César Gaviria, secretario de la OEA, regresó a Washington con las manos vacías. Era un acto de suprema ingenuidad del alto funcionario suponer  que su sola presencia en el país (después de la visita del Centro Carter y de la llamada misión tripartita integrada por alumnos del propio ex-presidente norteamericano, el PNUD y representantes de la OEA), pudiera llegar a un acuerdo mínimo, según el cual, tanto el gobierno como la oposición suscribieran una carta de intención, que por cierto, era lo más parecido a una oración adventista.

Es cierto, que más que un error fue un acto de inelegancia de algunos sectores de la oposición al negarse a suscribir un documento que habría satisfecho el ego diplomático del alto funcionario. Pero en el fondo tienen razón. La Organización de Estados Americanos -que de acuerdo a la Carta Interamericana Democrática aprobada el año pasado en Lima- estaría obligada a una intermediación más directa en la situación venezolana, la está viendo con los ojos de un inocente entomólogo.


¿Qué le costaba a los representantes de AD, COPEI, Proyecto Venezuela y las agrupaciones de la sociedad civil, que rechazaron firmar un documento inocuo, casi redactado por los ángeles y que sólo le confería a Gaviria cierta condición de mediador y no de facilitador como hasta ahora?.

En descargo de quienes se negaron a hacer suya la declaración, habría que preguntarse: ¿hay libertad en Venezuela?. Todos los gobierno autocráticos –quién no recuerda la etapa inicial del fascismo- significan una relación de relativo respeto con los valores del Antiguo Régimen.  Pero el gobierno chavista tiene y aplica una visión unilateral de ella. ¿Puede  haber plena libertad en un país con unos poderes públicos secuestrados y al servicio de un proyecto que contraría en su esencia los más elementales postulados constitucionales?.

Nadie se opone al cese de la violencia.  Pero el asunto es que ella en Venezuela (por eso resulta incomprensible para Gaviria y los embajadores de la OEA) no se da –como en todas partes del mundo- por obra de los factores que se oponen al poder constituido, sino que se planifica, se estimula y se financia (como en los tiempos siniestros de Duvalier en Haití), desde el Estado para atemorizar a la población y configurar un cuadro social de disolución y de guerra.

¿Cómo hablar de diálogo, cuando  en el país vivimos el fastidio propio del monólogo?. Venezuela -y es lógico que Gaviria esté irrevocablemente marcado por el viejo drama de su país- no hay factores en beligerancia bélica. Simplemente, existe un gobernante que ha internalizado  por vías que ya pertenecen a la siquiatría, que él y sólo él puede disponer del destino, la propiedad  y la vida de la mayoría de sus compatriotas.

Si alguna impresión debió sacar de esta nueva visita Gaviria, es que el “caso Venezuela” escapa del juego convencional.  Nunca la OEA ha considerado en los últimos años un problema con las complejidades y aristas como éste. Cuando después del 10 de octubre, regrese al país una misión del organismo no encontrará nada nuevo, sino más bien todo mucho más complicado.

La OEA seguramente intermediará en algún momento en la crisis. Pero por ahora, es un asunto que resolveremos en los términos necesarios y ojalá no sangrientos los propios venezolanos.

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