martes, 6 de septiembre de 2011

ORTEGA SONRÍE

AL COMPÁS DE LOS DÍAS

ORTEGA SONRÍE
23/07/2007
Manuel Felipe Sierra

En la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en 1989, Oscar Arias ratificó su plan de paz para Centroamérica. Le oían también Dan Quayle (vicepresidente de Estados Unidos), Felipe González y Daniel Ortega. En él se contemplaban elecciones en Nicaragua. La ilusión sandinista se desvanecía por el fracaso económico, el sectarismo, la dispersión de los partidos antisomocistas; la presión de la “Contra” desde Honduras, y la fatiga de las guerrillas de El Salvador y Guatemala.


En marzo de 1990, en La Guzmania, conversaron de nuevo Pérez, Quayle, González, Ortega y ahora Violeta Chamorro, recién electa presidenta. El ala radical del F.S.L.N. se oponía a la entrega del poder. En la alianza ganadora proponían caída y mesa limpia. Surgió una fórmula intermedia: facilitar el mando a cambio de que Humberto Ortega (hermano de Daniel) permaneciera como ministro de la Defensa. La noche anterior a la toma de posesión, se presentó una crisis. El vicepresidente electo Virgilio Godoy a última hora rechazaba la propuesta. Daniel Ortega se presentó en el Hotel Intercontinental y solicitó a Pérez (ya en pijamas) que actuara como fiador del acuerdo. CAP amenazó con abandonar el país de inmediato de violentarse el compromiso contraído en Venezuela. Al día siguiente, Ortega colocó la banda presidencial a la Chamorro en el estadio de Managua.

El sandinismo se hizo pedazos. Fue una experiencia destruida por la corrupción y la ineficiencia. Ortega se convirtió en candidato crónico. Durante dieciséis años sólo conoció reveses. En noviembre pasado ganó la presidencia, pero era otro personaje. Pactó con sus enemigos; se alió con el expresidente Alemán, preso por corrupto; se abrazó a la sotana de monseñor Obando, y fue rechazado por la mayoría de sus compañeros de combate. Juega con un lenguaje revolucionaro para aproximarse a Chávez, pero firmará un acuerdo con el FMI y tantea la vía de un TLC con Estados Unidos. Chávez, asumiendo ingenuamente que Ortega es el mismo ícono del pasado y un pilar para la expansión del ALBA en Centroamérica, condona la deuda a Nicaragua; ofrece planes sociales y una refinería para procesar 150.000 barriles diarios, de los cuales cien mil serán exportados por ese país con un ingreso anual de setecientos millones de dólares. Ortega sonrió. Se había salido nuevamente con la suya. 

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