LA MALA HORA
La tarde del miércoles 21 de octubre de 1952 Leonardo
Ruiz Pineda bajó la escalera de la casa número 38, avenida San Gabriel, de la Alta Florida. El
ajetreo clandestino le permitió compartir unas horas con su familia y revisar planes
conspirativos con su compañero Jorge Dáger. “Alfredo”, su apelativo de lucha
traía en las manos un portafolio y un sombrero; y al cinto una pistola italiana
calibre 22. Dáger le dijo: “esa pistola
me parece muy pequeña para ti, llévate mi 45 que es mucho más efectiva”. “Alfredo”
comentó sonriente “tú quieres que me
enferme más los riñones llevando ese cañón tuyo en la cintura”. Ambos
salieron en compañía de Santos Gómez quien les hacia de chofer y pasado unos
minutos se detuvieron en el puente de Los Caobos. Un hombre vestido de blanco
le hizo entrega a “Alfredo” de un sobre. Regresaron a la casa y Auraelena su esposa abrió el sobre que
contenía la cantidad de cinco mil bolívares, el precio que el desconocido le
había puesto al “Libro Negro” editado en esos días por José Agustín Catalá y
que daba cuenta de la pesadilla que vivía el país. El generoso comprador era el
poeta Juan Liscano.
“Alfredo” y Gómez salieron apresurados para cumplir
con una cita. En la ruta hubo un cambio y “Alfredo” se trasladó a un vehículo
conducido por Regina Gómez Peñalver quien lo condujo hasta la Plaza Pérez Bonalde en Catia
donde lo esperaba David Morales Bello. De allí tomaron la avenida España con
dirección al Atlántico y frente a la planta de leche “La Silsa” recogieron a Segundo
Espinoza y Leoncio Dorta. El auto tomó la vía del puente “9 de diciembre”;
luego dobló a la izquierda hacia la avenida principal de El Paraíso hasta
llegar a Roca Tarpeya; y cruzó a la avenida principal de San Agustín. A esa
hora había congestionamiento de tránsito, las luces tambaleaban y una camioneta
accidentada los obligó a detenerse. El vehículo era seguido en una moto por los
agentes de la Seguridad
Nacional David Augusto Colmenares “Suelaespuma” y Francisco
Ramón Matute. A los pocos minutos actuaron los sicarios. El auto fue
interceptado, Morales Bello y Dorta lograron escapar mientras Espinoza luchaba
con uno de los agresores y Leonardo, que iba en el asiento del copiloto trató
de salir por la puerta del conductor, pero ya no había tiempo para la huída.
Colmenares lo había identificado, pero fue Matute quien disparó.
José Vicente Abreu construyó un relato de los
pormenores del crimen con testimonios de testigos y declaraciones posteriores a
la caída de Pérez Jiménez de Colmenares y según el periodista alrededor de
Matute se tejió una red misteriosa hasta que el 4 de enero de 1953, a sólo tres meses del
asesinato, se anunció su muerte por un “shock traumático”. Se habría repetido
la historia de otra muerte ordenada por los jefes de la SN en la cual el autor del
homicidio también pagaba con su existencia los servicios prestados.
A las 8:10 de la noche cuando “Alfredo” fue asesinado
Auraelena oía una radionovela de Radio Caracas. Al día siguiente Dáger
conmovido le hizo entrega de un ejemplar de “El Nacional” que daba cuenta de la
muerte de su esposo. La cámara de Francisco Edmundo “Gordo” Pérez dejó para la
historia la fotografía del cuerpo de un hombre atravesado en la avenida
principal de San Agustín del Sur. La leyenda resumía: “un solo proyectil segó
la vida del doctor Leonardo Ruiz Pineda, la bala penetró en la región malar
derecha y siguiendo una trayectoria ascendente asomó cerca de la región
parietal izquierda. El cuerpo quedó tendido en la calle, boca arriba, con los
píes dirigidos hacía la acera, entre un gran charco de sangre”. Auraelena fue
al Ministerio de Relaciones Interiores a hablar con el ministro LLovera Páez
para reclamar el cadáver, y la atendió Pedro Estrada quien le dijo que ello no
era posible y que a su esposo lo habían enterrado a la 4:00 am y no podían
decirle el sitio. Fue detenida y permaneció en la Cárcel Modelo hasta febrero de
1953 cuando fue deportada a España junto a su familia.
El asesinato de Ruiz Pineda y las repercusiones que el
hecho tuvo despojó de cualquier escrúpulo al régimen. El 30 de noviembre de ese
año Pérez Jiménez desconoció la victoria electoral de URD fortalecida por una oleada
de votos adecos que desacataron la orden de abstención dada por la dirigencia
en el exilio. Los crímenes se multiplicaron; las torturas se hicieron prácticas
cotidianas; y desapareció el menor resquicio para la libertad de prensa. PJ se
vio obligado a gobernar apoyado en una camarilla militar que llegó a alcanzar
niveles obscenos de corrupción; la resistencia se fortaleció; miles de hombres
y mujeres fueron a la cárcel y la
SN se consagró como una sinistra referencia del terror.
“Alfredo” fue sustituido en la conducción clandestina por Alberto Carnevali
quien habría de morir meses después en la cárcel de San Juan de los Morros
víctima de un cáncer. Raúl Nass hombre cercano a Rómulo Gallegos recordaba que
en la mañana del 4 de noviembre de 1948, Pineda y Carnevali coincidieron en
Miraflores y al enterarse que era inevitable el derrocamiento del novelista, se
abrazaron con fuerza y asumieron el compromiso de encabezar la resistencia en
lo que habría de ser un pacto de sangre.
Ruiz Pineda tenía alma y palabra de poeta y como
periodista trabajó en el diario “Ahora” que dirigía Luis Barrios Cruz siendo además
colaborador de “Fantoches” el semanario de Leoncio Martínez y de la revista
“Elite” a finales de los años treinta. Luego fundó y dirigió el diario
“Frontera” en San Cristóbal. En el prólogo que escribió para “El Libro Negro” dejó las
líneas de lo que sería la estrategia, a la postre victoriosa, frente al
régimen: “la magnitud de la tragedia pública que conmueve a la nación reclama
una coordinación de fuerzas. Ya están resquebrajadas las bases de sustentación
de la dictadura, la descomposición del régimen anuncia próximo estallido, la
amenaza de un caos general propicia el acuerdo de las fuerzas fundamentales de
la nacionalidad. No se trata de una aventurada conjuración de ambiciones
políticas, sino de una patriótica aglutinación de sectores responsables del
país, a fin de impedir que al desmoronamiento de la dictadura sobrevenga una
etapa de desgarrada guerra civil o de anarquía disolvente y reaccionaria”. A 60
años del asesinato del líder de la resistencia, muchos de sus planteamientos
cobran todavía una conmovedora vigencia.
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