CHÁVEZ EN BLANCO Y NEGRO (II)
Después
del resultado del referéndum revocatorio del 2004 que le resultaron
favorables, se produce la radicalización
del proceso chavista tarea en la cual pasa a ser fundamental la alianza con los
hermanos Castro en Cuba. Si bien existían las misiones en materia educativa y
de sanidad ahora se establece una vinculación cada vez mayor en términos
políticos. La nueva ayuda cubana se traduce en instructores militares,
servicios de inteligencia y contrainteligencia, el anillo de seguridad presidencial
y tareas que deberían corresponder al propio Estado. Al mismo tiempo comienza
una ofensiva internacional para la exportación de la revolución ahora llamada
“socialismo del siglo XXI”. Se formaliza el Acuerdo Energético con los países
de Latinoamérica y el Caribe en un acto celebrado en Puerto la Cruz con la presencia de
Fidel Castro, y se dan los pasos para la creación del ALBA (Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América) promovida por Cuba y Venezuela como un
escenario político con la presencia de naciones caribeñas.
Los
resultados electorales de Bolivia con la elección de Evo Morales y de Rafael
Correa en Ecuador, así como la fuerza acumulada por Ollanta Humala en Perú y el
triunfo de Michelle Bachelet aspirante socialista en Chile, facilitaron la
estrategia. Ésta se da en dos planos: los países que pasan a integrar la nueva
alianza y que expresan identificación con el proceso chavista y aquellos que se
mantienen como aliados sólo en decisiones cruciales en el ámbito diplomático
como los Kirchner en Argentina, Lula en
Brasil, Tavaré Vásquez y Pepe Mujica en Uruguay, Fernando Lugo en
Paraguay, Manuel Zelaya en Honduras, Mauricio Funes en El Salvador y por
supuesto Daniel Ortega en Nicaragua quien se convierte también en miembro
activo del ALBA.
Entra
a jugar el tema de la alianza con la
FARC en Colombia, como un instrumento que más allá de su
fortaleza militar representa la
oposición más fuerte con planteamientos “socialistas clásicos” que se avienen a
la operación que se ejecuta desde Caracas. De allí un duro y prolongado
enfrentamiento con el presidente Álvaro Uribe que llegó a registrar incluso el
riesgo de la intervención militar. Ciertamente, además del tradicional cuadro
de desigualdad social que viven los países latinoamericanos, en esos años se
daban síntomas de una sostenida
inestabilidad política en los países andinos, lo que se llamó “El Virus de los
Andes” y que requería de reformas que se dieron a través de la convocatoria a constituyentes.
Por supuesto, la palanca fundamental que permitió la expansión de la propuesta
radicó en unos precios petroleros que se mantuvieron en altos niveles y que
obedecieron ya no a coyunturas geopolíticas o el temor de la guerra sino a una
recomposición del mercado energético.
En
lo interno Chávez avanzó en lo que habría de ser la segunda herramienta de su propósito de perpetuación en el poder:
la reconversión de las Fuerzas Armadas. Por esta vía se aprobaron leyes y
reglamentos que fueron transformando a la estructura militar sobre nuevos
parámetros y valores. Una transformación que hoy hace de las Fuerzas Armadas una
institución más parecidas al Ejército Cubano o a las milicias de Kadafi que a
la institucionalidad castrense del hemisferio. La reelección obtenida el 2006 frente a Manuel Rosales le abrió nuevos
espacios para avanzar en la consolidación de su modelo de naturaleza ya
claramente autocrática en camino al totalitarismo. La aprobación y la vigencia
de la Ley Resorte
considerada por la oposición como “Ley Mordaza” facilitó nuevos pasos para el
control y la expansión de la estructura mediática oficialista y en paralelo
mayores presiones para los medios de la comunicación plural. En estas
condiciones el proyecto de Chávez estrecha sus relaciones políticas y
diplomáticas, ya no sólo con el ámbito latinoamericano sino con países como
Irán, Siria, Libia, Bielorrusia y Corea del Norte convertidos en la contraparte
frente a las políticas de Estados Unidos.
Vendrían nuevos elementos que comentaremos en la próxima entrega.
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