El
lunes 15 de abril se abre una nueva página en la historia venezolana. Más allá
de quien resulte electo Presidente de la República en la consulta del día de hoy, se
iniciará un proceso de transición. De resultar electo el aspirante del
oficialismo (si bien éste mantendría el discurso radical ahora con más razón
para acentuar el legado de Chávez), en la práctica estaría obligado a un nuevo
giro en la manera de conducir el Estado. Su condición de civil después de un mandato
con acento militarista durante trece años y sus experiencias en el mundo
sindical y parlamentario, lo hacen más propensos a las aproximaciones, las
negociaciones y el diálogo. No cabe duda que el cuadro de polarización de los
últimos años era decisivamente estimulado por el estilo autoritario y
confrontador de Chávez.
El
nuevo mandato en cambio se caracterizaría por un trabajo de equipo, más
colectivo, lo cual también facilitará el juego de tendencias de los factores
que conviven en el seno del chavismo. Además, en lo inmediato tendrá que
afrontar decisiones inevitables en el plano económico que resultan indispensables
para incrementar la producción y la productividad, amén de estimular la
inversión nacional y extrajera. Ello ya supone una flexibilización importante
de las líneas económicas adelantadas hasta ahora. Más que una revisión
autocrítica del comportamiento económico ello obedecería a una necesidad
objetiva e insalvable: evitar lo que se pronosticaría como un severo colapso de
la economía, con las implicaciones que ello tiene en el orden político y social.
Estas medidas implicarían el concurso del sector empresarial privado y otros factores
de la sociedad lo cual abre los espacios del diálogo cerrados hasta ahora.
Si
la victoria corresponde al aspirante opositor se haría más urgente la
convocatoria a un amplio acuerdo nacional que trascienda a los partidos
políticos, para impulsar una transición que permita el retorno a la plena
normalidad democrática. Varias son las tareas en este sentido. En primer
término, se impone la reinstitucionalización de la República. Como
se sabe en la práctica existen dos constituciones. La Constitución Bolivariana
de 1999 y una de facto construida a través de leyes por la vía habilitante que
conforma el andamiaje jurídico que le permitió a Chávez avanzar en su proyecto
autocrático. El restablecimiento de los valores democráticos resulta entonces
indispensable para la aplicación del programa propuesto por el candidato
ganador. Otras medidas requerirán también de un amplio concurso nacional. La
recuperación del aparato productivo (destruido por la política de los últimos
años) sólo será posible mediante un acuerdo de empresarios, trabajadores y de
la sociedad civil. Tarea similar supone el regreso de PDVSA a su condición de
empresa petrolera ahora convertida en un enorme fondo financiero para los
planes asistencialistas y la ayuda a otros países. Las Fuerzas Armadas tendrían
que regresar a su condición profesional como institución que vela por la
integridad territorial y la soberanía, y no como ahora que funcionan como el
soporte armado de un proyecto ideológico. El tema de la alianza estratégica con
Cuba que ha facilitado la injerencia indebida del régimen castrista en asuntos
claves de la política nacional, también requiere de un consenso y de
negociaciones. Ninguna de estas materias puede resolverse por la vía de los
decretos y las decisiones ejecutivas sino a través de entendimientos y acuerdos
mínimos entre los factores implicados en estos temas.
Sólo
por este camino es posible recuperar un cuadro de reconciliación política y
social. En este sentido, tiene una enorme importancia la exhortación hecha por
un grupo de personalidades encabezados por el Cardenal Jorge Urosa Savino para
crear las bases de un amplio diálogo, que respetando las diferencias políticas
e ideológicas, genere las condiciones para superar el escenario de
conflictividad que se ha vivido en estos años.
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